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Familia Brevi, entre Allen y Monte Celio

Aurelio y José Brevi llegaron a la Argentina a fines del siglo XIX. Los hijos de Aurelio, Juan Carlos y Lorenzo, cuentan su vida de inmigrantes.

Lorenzo y Juan Carlos Brevi cuentan la historia de su familia en el museo de Allen, un sitio que recorre el derrotero de sus ancestros y el de tantos inmigrantes que se establecieron en esa localidad.

"Esta estación donde hicimos el museo fue la puerta de entrada a una nueva vida. Aquí vinieron nuestro abuelo y mi padre y desde aquí nos fuimos todos a Italia para después volver. Siempre recordamos el día en que partimos a Italia; veía con tristeza desde el tren cómo el cartel de Allen se hacía cada vez más pequeño", cuenta Lorenzo.

Ellos también conocieron el dolor de las despedidas. Fueron hijos de inmigrantes italianos que nacieron en América pero regresaron a la tierra de sus padres porque éstos no podían vencer la nostalgia.

Esta historia de idas y vueltas se inició con Aurelio Brevi, el abuelo de Juan Carlos y Lorenzo, quien llegó a la Argentina el 8 de abril de 1889 desde Italia. Habían embarcado con su hermano en Marsella y llegaron a Buenos Aires solos porque ya habían perdido a sus padres.

Por razones que sus familiares desconocen, recalaron en Brinckmann, la ciudad natal de Catalina Brinckmann, esposa de Patricio Piñeiro Sorondo, fundador de Allen. Los Brevi trabajaban con el papá de doña Catalina; hacían caminos y calles en aquel lugar. "Como don Patricio tenía propiedades en Allen, nuestros abuelo y bisabuelo se relacionaron con el Alto Valle de Río Negro. En el año '20 compraron las 100 hectáreas sobre la ruta, frente al Establecimiento Los Viñedos, e iniciaron una relación con el lugar que dura hasta el presente", relatan sus nietos.

Tras una temporada en Allen, Aurelio regresó a Italia y José quedó administrando las tierras. "No estamos seguros de la fecha del regreso, pero encontramos unas cartas que escribió a su cuñada en 1932. Calculamos que volvió a Italia un poco antes de esa fecha. Su hermano José murió y su mujer, Anacleta Riccardi, tuvo que salir adelante con sus hijos pequeños", explican Juan Carlos y Lorenzo.

En Italia Aurelio se casó con Magdalena Ferraresi. Allí tuvieron tres hijos: Carlos, Aurelio y Quirino, en Monte Celio, el pueblo de la familia, a 15 kilómetros de Roma. Con dinero que había ganado en la Argentina, Aurelio levantó un negocio de ramos generales que le permitió un buen pasar a su familia. Vivieron muy bien hasta que llegó la guerra.

Aurelio, el padre de Lorenzo y Juan Carlos, cumplió 18 años y decidió migrar a las colonias que Italia tenía en África. En 1932 llegó a Ciudad del Cabo, donde trabajó en la construcción. Estuvo allí hasta los 22 años, cuando el régimen nazi expulsó a los inmigrantes del lugar. Aurelio se mudó a Francia para trabajar con un tío que tenía una panadería en ese país. Dos años más tarde regresó a Italia y poco después se desató la guerra. Todos los hijos de Aurelio y de Magdalena fueron al frente. En la guerra Aurelio fue sargento de Artillería y cayó prisionero en la famosa batalla de El Alamein, en el norte de África, donde Aurelio formaba parte del cuerpo de elite de Rommel (el Afrika Korps).

La batalla de El Alamein fue el punto de inflexión de la guerra en el norte de África. Tenía el objetivo de detener el avance de las fuerzas del Afrika Korps. La victoria aliada acabó con los deseos alemanes de apoderarse de Egipto, en aquel entonces colonia británica, y de adquirir el control del Canal de Suez, así como de los pozos petroleros de Medio Oriente.

En esta larga batalla, Aurelio Brevi y sus compañeros quedaron aislados y para sobrevivir a la sed y el hambre se vieron obligados a tomar su propia orina, que filtraban con arena, al igual que el agua de los camiones. Pese a su esfuerzo para ocultarse, fueron descubiertos y hechos prisioneros por los ingleses. Desde Egipto -contaba- los llevaron a Inglaterra rodeando el sur de África, pasando por Brasil, Argentina y Alaska, para evitar el ataque de los submarinos alemanes.

Aurelio vivió como prisionero cerca de Manchester (Inglaterra), donde aprendió el oficio de carpintero. "También formó parte del equipo de fútbol de prisioneros porque por participar le daban un pedazo más de pan y una cebolla para comer", relata Juan Carlos.

En 1946 lo liberaron. Los oficiales fueron los últimos en irse, luego de prestar servicios forzosos al vencedor. Aurelio regresó a Italia y allí formó su familia. En 1949 se casó con Pierina Cerqua y un año después ambos emigraron a la Argentina. "Mi padre estuvo casi toda la vida enojado con Italia porque por un motivo u otro su país lo había expulsado, primero por trabajo y después por la guerra que los convenció de irse definitivamente. Él y su hermano vinieron tras el sueño de "far' l'America". Primero vino Quirino y luego mis padres, que tenían 36 y 24 años. Eligieron la Argentina porque éste era un país rico, con futuro y sin guerras".

En Allen los recibieron sus primos, los hijos de José, en la misma estación en que sus hijos cuentan hoy su historia. Al llegar los hermanos se emplearon como peones de chacra. Vivieron los dos primeros años en una propiedad rural.

Quirino era constructor, trabajaba el hormigón armado, cuyo uso no era muy habitual por entonces en este lugar. Aurelio se sumó a este oficio pero, en cuanto pudo, instaló su carpintería.

Quirino se fue a Caleta Olivia; ésa fue una nueva separación que sufrió Aurelio. Su hermano había sido contratado para construir la bodega de Montelpare (Cipolletti), que quería poner una distribuidora de vinos en ese lugar. Unos años más tarde Juan Carlos Brevi, su sobrino, también se fue allí a trabajar como maestro, pero dejó la docencia porque consiguió un empleo vinculado con el petróleo.

"En 1952 vinieron a vivir al pueblo. Ese año nació Juan Carlos y en 1955 nací yo -relata Lorenzo-. Nos fuimos a vivir al barrio Mir, que era un barrio típico de inmigrantes, pegado al Club Unión con dirección al centro de Allen. Don Mir les dio la oportunidad a todos los inmigrantes de pagar en miles de cuotas los terrenos y gracias a eso pudieron hacerse sus casas. Españoles, italianos, vascos... todos pudieron hacer sus casitas gracias a él. Don Mir fue el único que confió en esa gente...".

La primera carpintería que tuvo Aurelio fue en Fernández Oro. En 1954 se asoció a Rigo Bracalente, padrino (junto a su esposa Dina) de Lorenzo. Poco después pudo independizarse y abrió la suya en la casa del barrio Mir. "Era parte de una generación que trabajaba para vivir sin cuestionarse demasiado -afirma Lorenzo-. Era solidario y amante de las cosas simples. La guerra lo había educado". "En épocas de crisis mi madre le rezongaba porque venía trabajo y él repartía entre los amigos para que todos tuviesen qué hacer. Mamá también trabajó. Era embaladora -relata Juan Carlos-. Hizo su experiencia en la AFD, acá, atrás de la estación. Era embaladora de primera. Los ingleses les enseñaban a embalar con manzanas y peras de yeso. En un momento trabajó muy bien, pagaban muy bien. Trabajaba la temporada de verano y a nosotros nos cuidaban unas vecinas. Me acuerdo de ver a mamá llegar en bicicleta, apurada, para hacer la comida al mediodía y volver al galpón corriendo".

Pero luego de una década de esfuerzos tallados a pura distancia, para Magdalena la nostalgia se hizo intolerable y tanto le insistió a Aurelio que decidieron volver a Italia.

"En 1962 nos fuimos de Allen a Italia. Ahora nos tocaba a nosotros ser inmigrantes -cuentan sus hijos-. Mi viejo, íntimamente, sabía que iba a volver a este país. De hecho, no vendió nada de lo que tenía acá. Cerró la puerta de la casa como quien se va de vacaciones y nos vinimos a la estación a tomar el tren (ver foto). Por eso este lugar era tan significativo para mí. La partida nos dejó muy marcados".

Volvieron a Italia; allá habían quedado la nonna Lorenzzina y hermanos del matrimonio. Estuvieron allí tres años. Aurelio trabajó en Roma con un cuñado que estaba en la construcción. "Fue testigo, en pleno centro de Roma -relata Juan Carlos-, del descubrimiento de la tumba de Escipión el Africano. Papá era el capataz de la obra, estaban haciendo una pileta de natación y descubrieron una tumba de piedra. La noche del descubrimiento lo llamaron para decirle que habían robado el sarcófago; luego lo encontraron en la Via Apia, con los restos, una muñeca de marfil pero sin los tesoros...".

Entonces el que empezó a sentir nostalgias fue Aurelio. A él le gustaba su carpintería, trabajar en un lugar tranquilo, y descubrió que quería a ese pueblo que había dejado en la lejana Patagonia. "Un día papá regresó de Roma y le dijo a mamá: 'Me ne vado a l'Argentina'. Imaginate mi mamá "¡¿Ma come, ma come?!". Otra vez el dilema de los inmigrantes. Y armamos por tercera vez los baúles que aún hoy conservamos en la familia, los que usamos en 1950, en 1962 y en 1965.

Mamá sufrió muchísimo, ella estaba muy bien en su tierra, se había dedicado a cuidarnos a nosotros y a su madre. Pero también tenía amigas, se encontraba con ellas en la plaza del pueblo todos los días. Cada grupo de mujeres amigas tenía su banco en la plaza, sus rutinas y sus costumbres. Ella era de ese lugar, lo amaba".

Los chicos, en cambio, se adaptaron a todo; en Italia empezaron la escuela. Hubo un tiempo de aprendizaje pero lo superaron velozmente. Sus compañeros les decían "Gli americani, gli americani" para pelearlos, "decían que aquí había indios. Después, cuando aprendimos bien el idioma hicimos amigos. Cuando volvimos a la Argentina habíamos olvidado el castellano. Tuvimos dos mundos", recuerda Juan Carlos.

Cuando fue el Concilio de Juan XXIII -recuerdan los hermanos Brevi- viajaron todos los obispos del mundo a Italia y la Iglesia pidió a los vecinos de Roma que los hospedaran. Aurelio fue al Vaticano y solicitó que le permitieran alojar a los obispos de Neuquén y de Comodoro Rivadavia. "Para mi viejo era una manera de sentirse en l'America, en su lugar. Y allí en Italia empezamos una relación de toda la vida con monseñor De Nevares (foto) y, de alguna manera, se empezó entonces a decidir el regreso a este país. A papá lo cansó esa ambigüedad de estar en un lugar y sentirse de otro. Él se había adaptado a este lugar. Terminaba de trabajar y salía en bicicleta a ver a sus amigos. Descubrimos que había tenido una vida social muy intensa: le gustaba cantar, hacer asados... tenía amigos por toda partes. Fue un tipo feliz. Nos enseñó a valorar las pequeñas cosas".

Cuando volvieron de Italia a Allen empujaron la puerta de la casa, atascada por el tiempo, y encontraron todo tal cual lo habían dejado. La vida empezó otra vez. Los chicos retomaron la escuela, aquí pasaron la adolescencia y formaron sus familias. Lorenzo se casó con Mónica Evangelista y tuvo dos hijos: Valeria y Leandro. Juan Carlos tuvo dos hijos de un primer matrimonio, Aurelio y Carlos, y con su actual esposa, Verónica García, tuvo a Federico. Lorenzo viajó con su esposa y su madre cuando ésta quedó viuda, en 1980. Magdalena resolvió alquilar un departamento en su pueblo, frente a la plaza, y pasó temporadas allí. Ella murió años después en Roca, con un poema entre sus manos, un poema que había dedicado a su pueblo añorado.

 

SUSANA YAPPERT

sy@fruticulturasur.com



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