|
||
¿Es Dios una creación del cerebro humano? | ||
Una carta de Albert Einstein disparó la polémica. En ella el famoso físico se muestra muy reticente a la idea del Ser Supremo. Científicos de todo el espectro salieron a explicar las nuevas teorías que se barajan acerca de la divinidad. Este “Cultural” reflexiona sobre el tema y suma las opiniones de un panel de especialistas en diversas materias. |
||
Las nuevas teorías acerca de Dios probablemente seguirían entre sombras chinescas de no haber sido por una carta escrita por Albert Einstein, subastada días atrás por unos estrafalarios 400.000 dólares, que vino a refrescar el panorama. A lo largo de su existencia Einstein escribió más de 12.000 misivas, pero fue ésta de 1954 -enviada al filósofo Eric Gutkind- la que desató la polémica. En ella el físico alemán afirmaba: "La palabra 'Dios' es para mí nada más que la expresión y producto de debilidades humanas; la Biblia, una colección de honorables aunque primitivas leyendas que son bastante infantiles. Ninguna interpretación, por sutil que sea, puede cambiar esto para mí". Hay más, pero con este párrafo fue suficiente para que teóricos de un lado y del otro de la frontera que divide a creyentes de no creyentes salieran a explicar cómo están las cosas en esta materia en la actualidad. De paso, las teorías sirven para explicar al propio Albert, o cómo es posible que el hombre más inteligente que jamás haya pisado la Tierra no tuviera el teléfono de Dios.
¿Es mi perro un ateo? Pongámoslo de esta manera: hay una explicación lógica para que el perro de la casa sea neutral con respecto a Dios. O, dicho de otro modo, un perro, un gato o un mono está determinado a no poseer conciencia de aquello que llamamos "Dios". Parte de esto se deduce de las nuevas conclusiones a las que han llegado los evolucionistas que investigan la relación entre el desarrollo del cerebro humano y su afinidad creciente con lo abstracto. La aparición tanto de la idea de Dios como del complejo sistema filosófico, ético y literario que compone las religiones estaría directamente conectada con el progreso, a través de los milenios, de las funciones del cerebro humano. Dios y la religiosidad vendrían a ser un producto colateral de la evolución del Homo sapiens. Un elemento destinado a proteger a la humanidad de sí misma. De su insoportable vacío. La constitución de un conjunto de estructuras abstractas sería -y seguimos en condicional puesto que las hipótesis se encuentran aún bajo la lupa- la respuesta que encuentra un cerebro inteligente y activo a la sensación abismal que deviene de preguntas tales como "¿Quién soy?", "¿De dónde vengo?" y "¿Por qué soy?". La grieta emocional que producen los interrogantes de esta índole requiere de argumentos que sean capaces de contener el dolor e imponer el orden social. Dichos argumentos son fabricados por el maravilloso motor del lenguaje. Geografía virtual, poderosa e invisible. Esto vendría a clarificar por qué su gato no se interesa en los asuntos teológicos. Pero, más allá de las palabras, ¿es posible cuantificar y cualificar esta necesidad humana de inventar a Dios? ¿Posee ya la civilización una tecnología que le permita descubrir en su propio cerebro el germen del personaje divino? Justamente en eso andaban los científicos cuando Einstein volvió de la muerte y puso el grito en el cielo. Buscando a Dios en el cerebro humano Un reciente artículo de "El País" escrito por Mónica Salomone dice a este respecto: "Experimentos recientes identifican estructuras cerebrales relacionadas con la experiencia religiosa. ¿Significa eso que la evolución ha favorecido un cerebro pro-religión porque es un valor positivo? ¿O es más bien el subproducto de un cerebro inteligente? Sacar conclusiones es difícil, e imposible en lo que se refiere a si Dios es o no 'real'. 'Que la religión tenga sus circuitos neurales significa que Dios es un mero producto del cerebro', dicen unos. 'No: es que Dios ha preparado mi cerebro para poder comunicarse conmigo', responden otros. (...) ¿Desde cuándo es el hombre religioso? Eudald Carbonell, de la Universidad Rovira i Virgili y co-director de la excavación de Atapuerca, recuerda que 'las creencias no fosilizan' pero sí pueden hacerlo los ritos de los enterramientos, por ejemplo. Así, se cree que hace unos 200.000 años el Homo heidelbergensis, antepasado de los neandertales y que ya mostraba 'atisbos de un cierto concepto tribal', ya habría tratado a sus muertos de forma distinta". Los esfuerzos en décadas pasadas por parte de un grupo de entusiastas por capturar la presencia de Dios mediante experimentos de laboratorio parecen haber quedado desactualizados. Para los deterministas de hoy la pregunta no es si Dios existe o no -esto parece obvio: existe y fue creado por el hombre- sino en qué parte del cerebro se genera el concepto. El asunto se vuelve un poco más complicado. Los deterministas podrían incluso dejar de lado la presencia divina, energética e invisible (la que sólo pide fe). Olvidarse de ella mientras no interrumpa sus conclusiones. ¿Hay Dios? Pues a esta pregunta podrían responder: "¿A cuál te refieres? Si se trata del que establece la normativa del comportamiento humano, el que define sobre el destino de las personas previa discusión con sus ángeles, pues no. O sí, pero sólo como construcción mental. La energía o vocación que provocó el Big Bang debe denominarse de muchas maneras: una es Dios. Pero de ahí en más Dios, ese Dios, no anda metiendo sus narices en el barrio". En su célebre conferencia "¿Juega Dios a los dados?", Stephen Hawking recordó una anécdota que tiene como protagonistas al científico francés Laplace y a Napoleón. En palabras de Hawking: "Lo que él (Laplace) dijo era que, si en un instante determinado conociéramos las posiciones y velocidades de todas las partículas en el Universo, podríamos calcular su comportamiento en cualquier otro momento del pasado o del futuro. Hay una historia probablemente apócrifa según la cual Napoleón le preguntó a Laplace sobre el lugar de Dios en este sistema, a lo que él replicó 'Caballero, yo no he ne cesitado esa hipótesis'. No creo que Laplace estuviera reclamando que Dios no existe. Es simplemente que él no interviene para romper las leyes de la ciencia. Ésa debe ser la postura de todo científico. Una ley científica no lo es si sólo se cumple cuando algún ser sobrenatural lo permite y no interviene". De "Matrix" a "Lost" Gente como J. J. Abraham no ha dudado en utilizar, en tiempos de iglesias virtuales y actos de fe que se transmiten en cadenas de mails, la duda eterna que corroe a estas nuevas almas que van de un lado al otro con su celular en la mano: "¿Quiénes somos realmente?". "Lost" recuerda tanto a una tragedia griega -con seres atrapados por su destino- como a un drama cibertecno en el que los aparatos de comunicación se vuelven una herramienta esencial para mantener la fe en que, a pesar de este inexplicable "adentro", hay un "afuera" conocido. La isla representa el objeto omnipresente que gobierna mediante raras dosis de caos y una ley respaldada en oscuras razones. Sus habitantes conforman una población que abarca todo el espectro de posibilidades. Unos creen en el elemento sobrenatural que alimenta la isla, otros ven hechos científicamente comprobables y los demás se sostienen en una peligrosa indiferencia mientras aguardan un bote, un helicóptero o una nave espacial que los saque de allí cuanto antes. Es Morpheus en "Matrix" quien le regala a Neo la pastilla que lo sacará de su ignominia virtual. Aunque de allí en más, con un fragmento de la verdad ya revelada, será Morpheus quien deberá perseverar en su fe: ¿es Neo el enviado para cambiar las reglas del juego imperantes o un simple muchacho con cierto talento? Ambas películas señalan hacia un mismo horizonte: todo es posible. Somos los últimos habitantes de un universo vacío que estalló en llamas y del cual sólo quedó esta esfera azul con un puñado de habitantes que buscan respuestas sin contestación. O -¡uf!- el producto residual de una mente tecnológica superior que una y otra vez nos impulsa a hundirnos en el líquido amniótico de nuestras fantasías. El gag final de "Hombres de negro" es también una ironía feroz: un día alguien abrirá nuestro casillero y le gritaremos "Alabado seas", sólo para confirmar que habitamos un mundo dentro de otro mundo, dentro de otro mundo. Una religión cósmica
En su trabajo "El tercer paraíso de Einstein", Gerald Holton, profesor de Física y de Historia de la Ciencia de la Universidad de Harvard, asegura que la de Einstein era una "religión cósmica". El creador de la Teoría de la Relatividad "creía que la religión en el pasado respondía al miedo y en nuestros días, a consideraciones éticas, con la idea de un Dios personal que nos atiende a cada uno de nosotros. Einstein dijo, eso es del pasado. La nueva religión cósmica tendrá lugar cuando entendamos que Dios es inmaterial y mira el universo como un todo y lo sostiene. Es una religión que se eleva por encima de lo personal. No creía que necesitáramos tener un Dios que nos atendiera a cada uno de nosotros todo el tiempo", explica Holton. Cuenta una anécdota que cuando Karl Popper se encontró con Einstein, al término de la charla confesó: "Hablé con él un buen rato, pero habló sobre todo de Dios y fue muy aburrido". Estas apreciaciones podrían ubicar los provocativos dichos del físico en un lugar distinto. A tal punto que el columnista de "The New York Times" David Brooks escribió desde su columna hace un par de semanas que "la revolución cognoscitiva no va a socavar la fe en Dios, tanto como a desafiar la fe en la Biblia". Y recordemos lo que dice Albert sobre ésta. En otras declaraciones Einstein se había explayado respecto de la religión y la creencia en un Dios preocupado por la realidad personal de los creyentes: "La moda mística de estos tiempos, que se muestra particularmente en el crecimiento rampante de la llamada teosofía y espiritualismo, para mí no es más que un síntoma de debilidad y confusión. Como nuestras experiencias consisten en reproducciones y combinaciones de impresiones sensoriales, el concepto de un alma sin cuerpo me parece carente de cualquier tipo de significado. (...) No puedo imaginarme a un dios que premia y castiga a los objetos de su creación, cuyos propósitos han sido modelados bajo el suyo propio; un dios que no es más que el reflejo de la debilidad humana. Tampoco creo que el individuo sobreviva a la muerte de su cuerpo: ésos no son más que pensamientos de miedo o egoísmo de lo más ridículo". Diversas experiencias controladas han demostrado que ante determinadas acciones (como leer una oración religiosa, por ejemplo) el comportamiento del cerebro humano manifiesta diferencias tratándose de un crédulo o de un ateo. Hace un año un extenso artículo de "The National Geographic" reflejó cómo en las comunidades evangélicas el promedio de vida tiende a ser mayor y la calidad de vida, mejor. Sin embargo, no podría achacársele exclusivamente a Dios este tipo de beneficios sanitarios. Los japoneses -amantes del pescado y la meditación- y los italianos del interior -quienes tienen largas jornadas laborales y un estrecho vínculo con sus familias- también alargan sus vidas de forma notoria. Los creyentes aún tienen la posibilidad de retrucar con una obviedad que amerita cierto silencio: ¿Quién crees que pudo inventar esa compleja maquinaria llamada cerebro humano? CLAUDIO ANDRADE candrade@rionegro.com.ar |
||
Use la opción de su browser para imprimir o haga clic aquí | ||