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Siempre inspira el poeta de las formas
El Museo de arte moderno de nevada –reno– ostenta la Última expo que recuerda la obra del “COMPOSITOR DE LA ARQUITECTURA”.
Nació en el mismo año en que Marx publicó “El Capital” y murió cuando Fidel Castro clavó la bandera del comunismo en Cuba. Sobrevivió a la revolución industrial, a dos guerras mundiales, a la invención del coche, al “boom” de la televisión... Fue a la arquitectura lo que Picasso a la pintura, Joyce a la literatura, Stravinski a la música...¿Quién  es? Frank Lloyd Wright, 1867-1959.  Noventa y un años apurados al máximo, un siglo escribiendo entre líneas, dibujando en las sombras, componiendo en silencio. Una vida buscando el espíritu que se esconde detrás de las formas. Y hoy se le sigue reconociendo su genialidad en muestras en todo el mundo: la última se abrió esta semana en el Museo de Arte Moderno de Nevada, en Reno, donde se exhiben decenas de trabajos arquitectónicos, entre dibujos, maquetas, reproducciones y fragmentos.
Con este legado intacto pareciera que Frank Lloyd Wright está ahí, en cuerpo y alma, reafirmando: “es que el constructor es como un compositor. Mi padre me enseñó a escuchar el sonido de las formas; mis edificios son, en cierto modo, como piezas sinfónicas”, supo decir el gran arquitecto.
Siempre se ubica a Wright en su entorno remoto y llano (Wisconsin), y luego se lo ve en Chicago, donde comienza a fraguar su universo visual. En 1889 se casa con Catherine Lee Tobin (que le dará seis hijos), y un año después concibe su primer hito arquitectónico, la Praire house, símbolo mismo de la horizontalidad, arquetipo de las construcciones suburbanas que cambiarán radicalmente el concepto de ciudad en Norteamérica.
Wright comienza a desarrollar también entonces el concepto de “arquitectura orgánica”: construcciones “camaleónicas”, en perfecta simbiosis con el paisaje (la Casa de la Cascada -1934 será mucho más tarde la culminación de esta tendencia).
Por aquel entonces, Wright mantiene una relación de amor-odio hacia la ciudad (“cualquier ciudad pequeña es demasiado grande”, llega a decir). Mirando hacia atrás, hacia las construcciones indígenas, intenta recuperar la dimensión humana en la arquitectura. Le asusta todo lo que se eleva. A primeros del siglo pasado lanza también su primer anatema contra los rascacielos: “Son una amenaza para el bienestar del hombre”.
Antes que a Europa, viaja a Japón, y allí se empapa aún más de ese sentido sobrio de la horizontalidad que impregnará también sus primeras obras públicas.
La ajetreada vida de Wright es tan “genial” en lo profesional como en lo personal. En 1909 tira la casa por la ventana, abandona mujer y familia y se larga a Europa con la esposa de un amigo: Mamah Borthwick Cheney. El escándalo será un golpe bajo en su reputación.
Los “felices” años veinte son la época más oscura en la vida y obra del arquitecto (con la sana excepción de sus dos “joyas” californianas: la Charles Ennis house y la “Miniatura”). Su segundo matrimonio, con Miriam Noel, también fracasó. Sólo el proverbial encuentro con Olgivanna Hinzenberg (1928) consigue alimentar de nuevo su voracidad creativa. “La arquitectura es la poesía de la forma, un lenguaje más allá de las palabras, una expresión del corazón humano”, dijo en ese momento.

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