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La comunidad de alemanes de Paso Flores

Llegaron hace 50 años, previa escala en las Islas Malvinas, a la Patagonia norte. En 1971 el grupo original se dividió y los que quedaron aggiornaron sus sueños. Conservan un fuerte elemento religioso, pero ahora viven de la ganadería y el turismo.

 

Contábamos el sábado pasado que la comunidad de Paso Flores celebra este año 50 años en la Argentina. Se trata de un grupo religioso que salió de su país al terminar la Segunda Guerra Mundial, decepcionado con el rol que había tenido la iglesia durante el conflicto armado y dispuesto a encontrar un lugar en el mundo que le permitiera vivir libremente de acuerdo con los preceptos bíblicos.

Su primer destino estuvo en las Islas Malvinas, donde se radicó la mitad del grupo ya que el gobierno inglés sólo contrató a 45 de ellos. Esta circunstancia y el hecho de que obligaban a los niños a asistir a sermones de la iglesia anglicana hicieron que buscaran otra tierra. Así, en mayo de 1958 llegaban los adelantados a Bariloche y poco después todo el grupo empezó aquí una nueva vida, dando lugar a una experiencia única dentro de la religión que profesan.

Los primeros tiempos tuvieron la impronta del espíritu fundacional. Emprendían una nueva etapa en un lugar extraño y con un idioma desconocido, pero por fin estaban juntos para vivir como creían que debían hacerlo.

Cuenta Klaus Dihlmann que para la generación de su padre, uno de los fundadores de esta comunidad, vivir aislados era lo correcto. "Por supuesto que una vez instalados en la soledad de la Patagonia ésa no fue la solución a los problemas. Por otra parte, el inmigrante vino con su ego de Europa y, a pesar de estar encaminados en una búsqueda interior, el entendimiento no alcanzó para una perfecta convivencia. Aplicaban la doctrina sobre el prójimo más que en sí mismos; eso trajo problemas y con el tiempo se formaron dos líneas: la ortodoxa y la liberal".

Las tensiones fueron in crescendo hasta que en 1971 sobrevino la primera crisis importante del grupo, que terminó en una división. La mitad se fue con el líder original, Wilhelm Cordier; se estableció en la zona de El Bolsón y, más tarde, en Cholila. El resto, entre ellos quienes reconstruyen esta historia, Klaus Dihlmann y Paul Maier, quedó en Paso Flores. Esa situación -recuerdan- fue compleja, porque hasta entonces se habían autoabastecido completamente y al dividirse faltó mano de obra. Esto significó un cambio trascendente: "fue la primera vez que tuvimos que contratar gente de afuera y modernizarnos -relatan-. Compramos tractores, algo que no hacíamos porque los conservadores pensaban que cuanto más cerca de la naturaleza estuviéramos mejor sería".

Y así pasaron los 20 años siguientes. Los cambios y las transformaciones se sucedieron pero nunca se perdió de vista el sueño que los había traído a esta tierra. Los pocos que quedaron se sobrepusieron, fe mediante, a todos los desafíos que se fueron presentando.

En el plano de la vida cotidiana, los recuerdos explican que nunca estuvieron totalmente aislados, pues sus chicos iban a la escuela pública 159, los adultos mantenían contactos de negocios, hacían amigos fuera de la colectividad y asistían al médico cuando era necesario. "En el grupo había dos o tres enfermeras que habían trabajado para la Cruz Roja durante la guerra (una de ellas aún vive; tiene 87 años); ellas atendían las cosas comunes. Pero con el paso del tiempo, y porque lo permitió la situación económica, las mujeres tuvieron sus hijos en Bariloche. Viajaban un tiempo antes del parto. Los primeros años las atendían parteras que iban a la estancia; no podíamos permitirnos otro lujo".

Aquel aislamiento se fue rompiendo, así como también las leyendas que se tejieron fronteras afuera de la estancia sobre sus particulares habitantes, como la de haber sido refugio de nazis en esta región del planeta.

 

LA REFUNDACIÓN

Pero aquella primera fractura al interior del grupo no fue el único desafío. En la década del '80 debieron enfrentar algo imprevisto: les comunicaron que se haría otra represa río abajo y que su querida estancia -que hoy recuerdan como el "Paso Flores viejo"- quedaría definitivamente bajo el agua. Una enorme congoja e intranquilidad sobrevinieron al grupo, sobre todo a los mayores, para quienes era muy difícil asimilar otro cambio. Se acercaba así el final de la etapa. A partir de entonces se mantendría el espíritu inicial, pero asistirían a una suerte de refundación material y espiritual. "En 1985 se acercaba la expropiación de nuestra tierra por el embalse de Piedra del Águila -relata Klaus-. Nos preguntábamos qué iba a pasar con nosotros, cómo iba a ser todo, empezar de cero otra vez. Lo peor fue que dentro de nuestra pequeña sociedad las cosas no andaban bien. La convivencia no era fácil y estábamos cerca de una bancarrota espiritual. Pero afortunadamente en ese tiempo ocurrieron algunos milagros. Fuimos visitados por dos representantes de un grupo religioso que, a la par nuestra, estaba creciendo en Europa y que también buscaba en la Biblia el camino a la espiritualidad. Ellos, a diferencia de nosotros, tenían un mejor entendimiento de la palabra de Dios. Cuando nos visitaron estos misioneros a primera vista detectaron nuestros problemas. El principal era que no podíamos perdonarnos unos a otros. No perdonar es un gran problema, porque uno edifica sobre un enojo hasta cortar la comunicación. Así fuimos viendo nuestros errores y nos ayudaron a salir del pozo. Aún hoy estamos en contacto con ellos; el grupo se llama 'La comunidad cristiana', en alemán 'Die Christliche Gemeinde' (DCG).

"El segundo milagro fue que nos indemnizaron y pudimos encarar un nuevo emprendimiento. Esto fue en 1986. En 1983 habíamos comprado esta parcela de campo llamada 'La Tapera', que colindaba con el Viejo Paso Flores. La idea era trasladar el casco de la estancia a ese lugar, que había pertenecido a la hija de doña Kurina McDonald, de apellido Shanahan,; después a Lucas Anich, luego a Mariano Giménez y finalmente a un alemán de apellido Fiess al que se lo compramos".

Se mudaron en agosto de 1990. "Yo fui el primero en hacerlo -recuerda Klaus-. Estuve al pie de la construcción durante tres años con la empresa y el arquitecto que contratamos, ambos de Bariloche. El Viejo Paso Flores se terminó de inundar en 1992, así que en esos dos años tuvimos la posibilidad de trasladar todo lo que pudimos, desde los establos hasta las piedras -material de las casas del casco viejo-, con las que hicimos nuestras escaleras y usamos en la contención de jardines. Se produjo un retraso de dos años en la represa que nos permitió hacer una mudanza ordenada"·

En el Viejo Paso Flores, luego de la división del grupo, habían quedado cuatro matrimonios mayores y tres familias más jóvenes. Con el tiempo el grupo creció, algunos de sus miembros contrajeron matrimonio con personas de otros orígenes que se sumaron a la comunidad y llegaron nuevos habitantes. Cuenta Klaus que hace poco se incorporó gente joven a raíz de los intercambios que hacen con la congregación religiosa a la que pertenecen. "Hay mucho intercambio en los meses de verano y hacemos conferencias bíblicas en Europa cuando podemos. Vienen muchos jóvenes y algunos se han quedado porque han encontrado pareja aquí. Mi hijo,por ejemplo, se casó con una chica que vino de intercambio y dos hijos de Manfred Rentschler, también".

Así las nuevas generaciones y el paso del tiempo van resignificando la compleja historia de la comunidad.

Paul Maier explica que la vieja "Paso Flores del río" no fue igual a la actual en términos de experiencia comunitaria. La primera etapa fue la del aprendizaje, la de mayor integración y llamativamente, la más compleja. Ahora hay familias que conviven comunitariamente pero no como lo hicieron los fundadores. Cada una tiene su casa y el grupo conserva algunos espacios comunes: comparte una empresa, almuerza junto a diario y dos veces por semana se reúne a leer la Biblia. No hay iglesia ni rituales definidos; cada quien tiene su relación con Dios. Para los miembros de la comunidad es fundamental, en el accionar cotidiano, transmitir los valores a los jóvenes con el ejemplo.

Cuando se dividió la comunidad comenzó una etapa de fluido intercambio con gente del lugar. De hecho, nos confirman que hay personas de origen mapuche que trabajan aquí desde hace décadas y que hablan el alemán. Entienden que durante los primeros años ese contacto fue más difícil por razones idiomáticas, pero que en el esfuerzo todos se enriquecieron en el aprendizaje. Luego, los vínculos comerciales, el arraigo y los amores hicieron que tendieran otros lazos. Klaus, quien representa a la generación pio

nera pero intermedia, se casó con Rebeca, nacida en Junín de los Andes, quien actualmente atiende el Registro Civil que funciona en la estancia. Ellos no constituyen el único caso de matrimonios entre miembros de ascendencia alemana y otros de diverso origen. "Me casé con una argentina -cuenta Klaus- y si bien les hablaba a mis hijos en alemán, hasta los 14 años no querían saber nada de hablar mi lengua. Entendían todo pero me respondían en español. Luego vinieron los intercambios de chicos europeos y empezaron a hablarlo. Mi hijo mayor hoy habla perfectamente el alemán y se casó con una alemana. Mi hija habla varios idiomas; trabajaba en el spa del Llao Llao y hace poco se fue a Córdoba, buscando nuevos horizontes". El hijo menor del matrimonio culmina este año la primaria en la escuela de Cerro Alto y tendrá que optar entre seguir la secundaria en Bariloche o en Junín de los Andes. Recién esta generación pudo seguir sus estudios. "Nosotros no tuvimos oportunidad, pero nuestros hijos siguen estudiando. Hoy hay medios económicos para que puedan hacerlo. Antes hacíamos la primaria y después, a trabajar...".

El futuro, para Klaus, se avizora renovado. "Hoy hay mucho intercambio en nuestra comunidad con jóvenes y muchos chicos europeos se interesan en vivir y trabajar acá. Para ellos Paso Flores y la Argentina son como una aventura. Algunos decidieron quedarse aquí. La Argentina siempre fue muy hospitalaria con los inmigrantes. Nunca recibimos ninguna agresividad; el europeo siempre fue muy estimado. Tenemos contacto con viejos conocidos alemanes y no alemanes muy amigos nuestros. Mis padres fallecieron y murieron sin nostalgias de su tierra; mi mamá siempre dijo que no había conocido la nostalgia, ella se sintió muy a gusto aquí. La decisión de migrar fue muy racional, por eso estuvieron conformes".

Le preguntamos a Klaus si alguna vez pensó en volver. Responde que sí: "Cuando todo se vuelve cuesta arriba uno lo piensa, pero en ese momento hace evaluaciones y vuelve la pregunta: ¿qué estoy buscando en esta vida? Y vuelvo a las raíces. Económicamente nos hubiese ido mejor en otros lugares, pero aquí se abrieron las puertas, aquí están nuestros muertos y aquí hicimos nuestras vidas", agrega. Si le preguntamos a qué distancia se encuentran hoy de aquel sueño original que nació hace 50 años, Klaus responde sin titubear: "Hoy estamos mucho mejor que entonces. Esto quiere decir que, pese a las enormes dificultades que atravesamos, no sólo estamos en pie y juntos sino que hemos progresado. El sueño está intacto y nosotros estamos mejor".

 

SUSANA YAPPERT

HANS SCHULZ



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