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El ocaso de los Borgia

La crisis del modelo golpea de lleno al matrimonio K.

El denominado modelo productivo entra en su ciclo final, previo a un ajuste.

Algunos lo denominan "service".

Lo cierto es que este tipo de andamiaje económico vivió a expensas de una brutal corrección cambiaria que con el pretexto de terminar con la recesión de la convertibilidad y aumentar las exportaciones fue impuesta por la clase política.

Ahora, cuando la inflación y la caída en la productividad comieron el margen ficticio de la devaluación, el modelo exhibe quiebres y rajaduras por donde comienzan a fugarse las esperanzas de los políticos. En otros términos: la mentira tuvo, tiene y tendrá patas cortas.

Las recientes modificaciones al esquema de retenciones móviles, lejos de aportar soluciones al conflicto, terminaron por complicar aún más las cosas.

El único interés del gobierno sigue siendo apropiarse de unos 1.500 millones de dólares extras que hasta ahora el sector rural mantiene guardados en los silos de

bolsas con soja. Sin importarle los costos sobre las economías del interior y mucho menos sobre el conjunto de la sociedad, el gobierno llevó al país entero a navegar en medio de una feroz tormenta que amenaza con provocar otro naufragio.

El país está virtualmente paralizado desde hace 80 días y el gobierno se halla envuelto en discusiones bizantinas y rencillas internas que nada aportan.

La administración Kirchner buscó en el resto de las corporaciones una complicidad política para aislar al sector rural, lo que generó mayores dudas e incertidumbre acerca de la viabilidad del modelo. Esta parálisis llevó a que el sistema financiero perdiera sólo en mayo unos 6.000 millones de pesos y el Banco Central tuviera que ceder reservas líquidas por casi su equivalente en dólares.

La inflación emergente es el reflejo de la debilidad intrínseca de un modelo basado en la emisión monetaria, el descontrol del gasto público y el incumplimiento de las obligaciones del país.

Pero es más.

Es un modelo basado en una férrea estructura autoritaria que termina espantando a los inversores y a aquellos que pretenden ganar dinero con su trabajo. Una estructura que, como todas aquellas, funciona de manera extorsiva con quienes tienen la osadía de cuestionar su funcionamiento o se animan a pensar con matices diferentes. Al igual que en los '50, la oligarquía vernácula, como les gusta llamarla en las filas oficiales, tuvo la "audacia" de defender sus derechos.

En los '70, quienes pensaban diferente eran "subversivos". En la actualidad son "golpistas". Salvando los tiempos, la concepción de poder forma parte de la misma patología que afecta a la clase dirigente: maniqueísmo, una antiquísima práctica política de resultados efímeros que el oficialismo utiliza desde su llegada al poder.

El ejercicio del poder en la Argentina está más emparentado con los Borgia que con las democracias modernas.

Así está el país. El conflicto del campo lo ha dejado dividido en dos.

El acto de Rosario fue tan sólo una muestra del hartazgo de gran parte de la población del interior contra una forma anacrónica de administración del país. Dada la estructura económica de la Argentina, esa población vive a merced de la demanda agregada que genera el sector agropecuario luego de cada cosecha. Su vida y su destino están atados al negocio rural.

Mientras el gobierno, con las retenciones móviles, aspira a apenas emparchar las cuentas fiscales, esa población -nacida y criada en el interior- apunta a defender no sólo su negocio sino un estilo de vida.

Es algo más que una mera ecuación económica.

 

MIGUEL ÁNGEL ROUCO

DyN



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