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Soberbia y mezquindad

El campo para por segunda vez en la era CFK.  El gobierno ingresa en un punto de difícil retorno.

BUENOS AIRES (DyN).- Luego de largos cabildeos y negociaciones infructuosas, la administración Kirchner con mucho esfuerzo y empeño logró que la locomotora económica del país se detuviera por segunda vez en menos de dos meses.

La intentona oficial dio sus frutos a partir de una lograda serie de yerros que van a provocar multimillonarias pérdidas para toda la sociedad.

La obstinación del gobierno en mantener una tesitura política absurda lleva al país a una situación de inestabilidad permanente. Demasiado costo para una paupérrima demostración de poder. Es esa misma obstinación la que no permite visualizar los riesgos que se ciernen sobre la economía en su conjunto y sobre el bienestar de la población.

El gobierno tensó la cuerda en demasía y se generaron más problemas hacia el futuro. Está claro que la inestabilidad no comienza con el lock-out

rural y que la suba en las retenciones no es ni por asomo un problema específico del sector: responde a las asfixiantes necesidades fiscales que tiene el gobierno frente al pago de los servicios de la deuda. El despilfarro en el gasto público y las consecuencias derivadas de un malogrado canje de deuda desembocaron en la situación actual.

La crisis no fue generada por este gobierno sino que obedece a los horrores cometidos durante la gestión anterior. Se llegó al 2007 con lo justo, con el último aliento. Desde este año en adelante se debía encarar una serie de reformas para dar oxígeno a la economía.

El viento en popa de los commodities debería permitir que la locomotora del agro traccionara el resto de la economía.

Pero el esfuerzo desde el 2003 ha sido muy grande y la carga ahora es muy pesada para que un solo sector pueda reparar los enormes daños generados por la administración anterior. La terquedad no permite ver las consecuencias.

El daño no se circunscribe a la cosecha de soja. Tiene también su proyección a futuro porque, sin rentabilidad, los productores rurales no van a poder sembrar trigo, un producto argentino de excelencia que va a desaparecer. El trigo no es como la soja. Los productores llegaron a la soja empujados por los precios máximos de la leche, la carne, el maíz y el trigo. La soja es extraña al país.

Pero el daño no parece terminar. Los últimos cambios en el régimen de exportación de carnes, con la constitución de encajes inentendibles, van a provocar una nueva y abrupta pérdida de mercados, como en el caso de la leche. La justificación oficial pasa por asegurar la provisión de alimentos en la mesa de los argentinos pero, final y fatalmente, los argentinos tampoco tendrán alimentos suficientes.

Sin actividad rural que demande bienes y servicios, el factor multiplicador del campo sobre cientos de ciudades del interior desaparece y con ello sobreviene la parálisis.

Los desaciertos son múltiples.

La Argentina es, por definición, un país rural y su destino está atado a esta actividad; toda la economía gira en torno de ella. Las miserias humanas, la soberbia y la mezquindad son malas consejeras.

 



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