>
"Multitudes nunca vistas desde la muerte de Perón"

Nunca fue tan popular la explanada de la Cámara de Diputados de la Nación, ahí por calle Rivadavia, en Buenos Aires. Tres grandes velorios en seis meses han hecho pasar por el lugar a más de un millón de personas. Algunos fueron las tres veces, por simple curiosidad o cholulismo necro; otros quisieron dar el último adiós al tardíamente reconocido "padre de la democracia", a la "abanderada de la libertad" o solamente al cantor más popular del país después de Gardel, o a la par o inclusive por encima. Por si no se dieron cuenta, hablo del doctor Raúl Alfonsín, que nació en Chascomús y murió en Capital Federal -sí, esa misma que alguna vez quiso llevar a la comarca patagónica de Viedma-Patagones-; de Mercedes Sosa, tucumana de nacimiento, fallecida en la reina del Plata también, y de Roberto Sánchez, Sandro, nacido en Valentín Alsina, en el conurbano bonaerense, y fallecido -el último de la trilogía- en Mendoza.

Tremendos funerales para tremendas personalidades de la vida pública argentina.

Sólo por respetar el orden en que fallecieron, de Alfonsín podemos decir que no sólo fue el presidente de la posdictadura, la más cruenta y salvaje, sino que trató de darle un aire fresco a un país sumido en una crisis social, política y económica sin parangón en la historia, mostrando la valentía necesaria para enfrentar, hasta donde pudo, a los crueles militares y sus socios de la patria financiera. Años más tarde, al calor de una de las tantas dicotomías criollas, esta vez acerca de cuál gobierno, si el de él o el de los Kirchner, había hecho más por los derechos humanos desde el punto de vista jurídico, sentenció: "Pegarle al león cuando está enjaulado siempre es más fácil".

En oportunidad de la silbatina que sufrió el por entonces presidente en la tradicional y rancia Exposición Rural de Palermo, una de las personalidades que salieron a bancar la parada a nombre del primer magistrado fue La Negra Mercedes Sosa: "¿Adónde podremos llegar como país si no se respeta la investidura de un presidente electo por voluntad popular?", se preguntaba por entonces la cantora, la misma a la que no le gustaba su propia voz pero recorrió los escenarios del mundo cantando y contando qué iba a hacer y quién iba a ser cuando tuviera la tierra. Cantó con todos, por poco no cantó con Colón, como el tal Rodolfo de los Orozco de Gieco, sólo que éste tocaba. De Goyeneche a Calle 13, de Shakira a Serrat, todos se dieron el gusto de cantar con ella, respetada y admirada más allá de las propias fronteras.

Con motivo de la entrega del disco de oro y de platino al Gitano y en vista de las prolongadas enfermedades y también de las peripecias de sus vidas, La Negra y Sandro cantaron el himno de María Elena Walsh, "La Cigarra", sobre todo por eso de que tantas veces me mataron, tantas veces me morí, sin embargo estoy aquí? y el Gitano sabía mucho de eso: de los programas de Mancera al Madison Square Garden, de allí al éxito latinoamericano y al ostracismo de la casita de Banfield con sus nenas haciendo guardia, hubo muchas muertes y resurrecciones y en todas ellas esas fanáticas que le hacían respiración boca a boca con su aliento en cada show, en cada salida. "Me gustaría saber -decía Sandro- qué pasa por las cabezas de esas 40.000 o más mujeres que deliran en cada show". El "Washington Post" lo inmortalizó diciendo que había muerto el Elvis argentino; yo diría "latino".

En seis meses la muerte los abrazó fuerte y se los llevó para siempre a los tres, y no sólo pasaron a la inmortalidad sino que se bañaron de una unanimidad que ni Cristo rozó. Como los panqueques que siempre denuncia el Diego, quizá el único que pueda superar en exequias a los tres, los que lo silbaron en la Rural, los que lo obligaron a irse seis meses antes, los desestabilizadores, los que no se la jugaron por él, se dieron una vuelta por el Congreso para hacer número y rozarse, aunque más no fuera, con algún fleco redentor de alguien que quizá sólo haya sido un gran demócrata en el sentido estricto del tema. A muchos de ellos les fue poco el espectáculo, o papelón, y se dieron una vuelta por el velorio de La Negra, destacando sus bondades libertarias pero sin aclarar dónde estaban cuando se tuvo que ir del país o por qué callaron cuando se marchó al exilio. El perfil de Sandro les daba menos margen, pero igual irrumpieron en una ceremonia destinada claramente sólo a familiares y millones de mujeres de 10 a 100 años. Se olvidaron de que alguna vez les pareció grasa su contoneo o el susurro carraspeado con que entonaba sus canciones.

Multitudes nunca vistas, quizá desde la muerte de Perón, despidieron a las tres personalidades.

Marcelo Guerrero Román, DNI 21.811.401

Lamarque



Use la opción de su browser para imprimir o haga clic aquí