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\"Usted es muy valiente\"
Pasó por la Feria del Libro dejando, como siempre, frases muy picantes sobre nuestros “próceres” y defendiendo un principio irrenunciable de su vida militante: la libertad.

Una maestra con cara de "pepona" muy feliz lo descubre. Entonces, arenga a la tropa que la sigue.

-¡Chicos, chicos! Este señor es un gran historiador -dice señalando a Osvaldo Bayer, que gira. Sonríe. Saluda a los pibes, que lo miran con cara de nada. La docente le toma una mano. Se deshace en su sincera emoción.

-Yo leo todo lo que usted escribe... ¡todo! ¡Usted es muy valiente, un hombre muy valiente! ¡Muchas gracias por todo lo que hace, señor Bayer!

-Gracias, gracias. No creo ser más valiente que usted, señorita, que todos los días lucha contra mil cosas para cumplir con su deber, para enseñar...

-¡No sabe la alegría que tengo de conocerlo en persona! -dice la docente. Estampa un beso sobre la barba blanca de Bayer. Se va con sus pibes. Se da vuelta, vuelve a saludar. Está chocha.

-Quisiera quedarme, pero no puedo -grita. Más saludos.

Osvaldo Bayer mira a "Río Negro". Levanta los hombros.

-Bueno, al menos queda algo de lo que uno hace -comenta.

Jean. Camisa de la misma tela. Saco color habano. Y 81 años a cuestas.

Osvaldo Bayer llegó a la Feria del Libro acompañado por Eduardo Anguita, autor junto a Martín Caparrós de "La voluntad", tres tomos formidables a la hora de la historia de la militancia política de los '70. Un tiempo en el que el propio Anguita fue protagonista directo. Perteneció al ERP. En 1973 participó en el ataque al Batallón de Sanidad del Ejército, en Capital. Pasó una década entre rejas.

Cuando "Río Negro" detecta a Bayer, éste y Anguita están frente al pabellón José Martínez de Hoz de la Sociedad Rural. Miran la placa que recuerda a los fundadores de la entidad, que orilla los 150 años. Abundan los apellidos con prosapia patricia y riqueza fundada en la tierra.

-¡Linda gente! -dice Osvaldo Bayer levantando las cejas.

La gente comienza a reconocerlo. Lo rodea.

-¿Usted nació en Alemania? -le pregunta un hombre empachado de bolsos con libros.

-¡No, no! Mis padres me hicieron en Concepción del Uruguay, pero aparecí en Santa Fe -responde él.

"A los 40 días de mi nacimiento mi familia se trasladó a la capital de Tucumán. Allí viví cuatro años. De esa época son mis primeros recuerdos: los carros cargados de caña de azúcar, la vecina, doña Josefa, una criolla que nos hacía siempre mazamorra...", confiesa Bayer en su más reciente libro: "Quería escribir para el pueblo", una charla con Nicolás Wiñazki (Edit. Capital Intelectual).

-¿Sigue enojado con Ernesto Sábato? -le pregunta un joven con cara de matemático y una novia muy linda que se le cuelga y cuelga del brazo.

-No, no se trata de enojos. Yo no tengo nada personal con él... simplemente denuncio sus inconsecuencias, la búsqueda de erigirse en términos de intelectual sufriente.

"Sábato es el represen

tante intelectual legítimo de nuestra clase media. Hoy precisamente es el héroe porque nuestra clase media se ve reflejada en él plenamente: sus fantasmas, sus miedos, sus exitismos, sus necesidades de verse premiada, su falta de contricción, su incapacidad de remordimientos. Pasar alegremente, sin ningún problema, de la más trágica de las dictaduras a un país con libertades sin haber sacrificado ni una lágrima", sentencia Bayer en "Rebeldía y esperanza"...

-¡Don Bayer, don Bayer! ¡Somos del Nacional Buenos Aires! ¡Nos viene al pelo! ¿Cuál es su mail? ¡Hay un grupo que quiere charlar con usted! -le dice un pelirrojo de cabello revuelto y unos 15 años.

Y Bayer entrega su mail, también su número de teléfono. Y todos los que se han acercado aprovechan: los anotan.

-¡Vamos, Eduardo, tenemos que largar ya! -le dice un periodista de Radio Nacional a Anguita y Bayer se va rumbo a una mesa donde la emisora transmite sobre la feria.

Bayer saluda aquí y allá.

"Es irreductible. Lleva en la sangre el anarquismo y los deseos de libertad", escribe Nicolás Wiñazki.

Diagnóstico acertado.

Porque Osvaldo Bayer es eso: jugarse entero por la libertad.

Desacralizar el poder en función de esa noble causa: la de la libertad. Duro. Agrio. Vehemente. Pero todo por la libertad.

-Nombrar la realidad, nunca disimularla. Nunca callar -dice él.

Y acota:

-Tener el coraje civil de decir que una mentira es una mentira y que un asesino es un asesino.

 

CARLOS TORRENGO

carlostorrengo@hotmail.com



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