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"La hoguera crece y deviene en incontrolable"

Quiero expresar mi parecer en relación con la golpiza que -en la Comisaría 1ª de Neuquén- le fue propinada recientemente al funcionario Jesús Escobar, más las agresiones sufridas por la concejal Lamarca y la diputada Sánchez, por parte de algunos de los efectivos de esa repartición.

La primera idea que surge de este muy grave suceso es aquella que nos indica que la violencia siempre engendrará más violencia y que la espiral resultante de ella no hará más que hundirnos más y más en un océano interminable de odio de los unos contra los otros.

Creo que circunscribir el hecho a la acotada esfera de lo jurídico-policial se constituye, al decir paisano, en un sapo que pocos tragan; en todo caso, un absurdo que subestima el entendimiento de la gente.

Si la versión oficial -la que nos dice que los dirigentes fueron los primeros agresores- fuera cierta, ello, desde luego, no faculta en lo más mínimo para apelar a una respuesta indiscriminada y brutal, la que vincula a la fuerza con una etapa siniestra e ignominiosa de nuestro pasado y de cuya inhumación definitiva (aun cuando algunos nostálgicos no lo recuerden) pronto se cumplirán veintiséis años.

Creo que el tema se emparenta con otra historia.

La cuestión es que se ha declarado una guerra. Y ésta no es originada por ellos, precisamente y como se declama en los medios amarillos, sino en su contra, a saber: pobres, marginales, desclasados de familias destrozadas, rehenes perpetuos del cerrojo fatal del hambre y la miseria, sentenciados antes de nacer, usuarios del alcohol y la droga, excluidos, parias...

Este belicismo enajenado de los privilegiados, lindante en ocasiones con la paranoia psicópata, se expresa hoy desorbitada contra todo vocero de la desigualdad y la injusticia, llámese Escobar, Lamarca, Sánchez o de cualquier otro modo, sin nunca comprender que el dolor intrínseco contenido en el mensaje se mantiene indemne, aun cuando se elimine al mensajero.

La terrible paradoja es que se clama por "seguridad" y hora a hora, día a día, le echan un leño más a la escandalosa hoguera de la desigualdad, cuyo combustible más inflamable se llama "mano dura".

Y la hoguera crece y deviene en incontrolable incendio.

¿No será hora de empezar a pensar en cómo apagar el fuego en vez de continuar avivándolo? ¿No será momento ya de que las autoridades asuman con coraje la resolución de los conflictos sociales desde su raíz, atacando el fuego desde abajo?

Si esto ocurriera alguna ¿utópica? vez, al cobarde furor del miedo inquisitorial sucedería la irrupción lenta pero firme de aquella comunidad organizada de la que hablaba Perón, organizada en lazos de paz y justicia, de solidaridad y concordancia entre todos. Ésa que, creo, todos -tanto ricos como pobres- anhelamos fervorosamente para nuestros descendientes.

Alejandro Flynn

DNI 12.566.136

Neuquén



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