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"La luchamos, la peleamos y a veces lloramos... feliz día"

A Lala, Jorgito, tantos y tantas? sí, feliz en tu día y en mi día, ya que hoy se conmemora el Día Nacional de la Enfermera.

Soy enfermera de profesión. Digo "de profesión" porque hace 20 años elegí ser enfermera por decisión propia, por convicción. No tuve ninguna frustración y tampoco fue por falta de opciones. Fue así; elegí la profesión y les juro que volvería a elegirla. Me formé en escuelas bajo el paradigma de que las enfermeras llamadas "profesionales" constituíamos una elite que debía "acudir" al cuidado de los más necesitados pero, paradójicamente, cuanto más nos necesitaban más lejos estábamos, porque los elegidos teníamos otros destinos, más "acomodados" por así decirlo, en escritorios abarrotados de planillas de horarios, insumos y otras yerbas.

Nos formábamos para la alta complejidad; ése era nuestro territorio a conquistar, pero para la alta complejidad tecnológica. Algunos no entendíamos para qué, pero había que respetar el "modelo", un modelo engendrado en otros mundos que nos constituía a veces en lo que decía Ramón, un "viejo paciente-impaciente" del hospital Penna de Bahía Blanca que me visitaba en la guardia: "Sos como un gran robot, gorda, te prenden a las 6 y si la batería aguanta le das hasta las 22" y reclamaba cuando le administraba su medicación:

-¿Vos nunca llorás? ¿A vos no te duele? ¿Tenés familia vos? ¿A qué hora te vas?

Me hubiese gustado llorar el día en que él se murió? pero no era muy profesional, me habían dicho.

A veces escucho a colegas quejarse, y no está mal que lo hagan. Algunos esperan la jubilación como el mismísimo cielo o juicio final. Otras veces escucho propuestas nacionales que hablan y argumentan sobre la necesidad de un plan (eso implica plata) de reivindicación de la figura de enfermería, ¡cómo si la necesitáramos! (la reivindicación digo, no la plata).

Señoras y señores, mal llamados "pacientes", personas, existencias humanas, razón de nuestra existencia... ustedes nos conocen. Saben quiénes somos, nos ven todos los días en los distintos momentos de su vida, cuando alguien nace, cuando alguien muere, cuando se enferman, cuando nos piden un consejo. Digan ustedes si no nos conocen... "en la salud como en la enfermedad, en la prosperidad como en la adversidad", como en un matrimonio.

Y no solamente a los inmaculados expositores de nuestros hospitales, refugio muchas veces de nuestras soledades, frustraciones y por qué no alegrías.

Nos encuentran en los centros de salud, en dispensarios o en la casita de los Hornos donde trabaja Miguel; en las escuelas y en las casas de los moribundos que atienden "la Koka" y Araceli (la "Flaca"). Hemos pasado muchas navidades y años nuevos juntos, hemos compartido hasta nuestras intimidades, vergüenzas, malas y buenas noticias. Y nosotros que decimos, que cuidamos y fuimos formados para dar lo mejor, recibimos sin querer -o queriendo- lo mejor de ustedes: el cariño, el respeto, la sonrisa de "medios dientes" comidos por los hidratos... y también algún que otro insulto desprendido de las bocas apremiadas en los momentos difíciles.

La luchamos, la peleamos. A veces lloramos, nos enojamos. Nos constituimos en las "cabas", en las malas de la película, en las "que si no te portás bien la enfermera te va a pinchar". En las amante s clandestinas, en los objetos sensuales o seres asexuados, en los raros, en "vos estás para obedecer", en las que piden silencio. Pero somos también la mano que calma, que acompaña, que sujeta, que despierta, que a veces se traga las lágrimas soportando el dolor de la pérdida (yo ahora aprendí a llorar? ¡y qué bien hace!).

Ahora entiendo lo de la complejidad. La he encontrado. La complejidad no es sólo tecnológica. La complejidad está entramada en lo social. No aparece en las terapias. Por eso y porque nos lo merecemos, digámonos: ¡Feliz día! ¡Y que nos aproveche!

María Araceli Cárdenas, DNI 18.510.477 - Neuquén



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