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"Los propios y los extraños"

Me resulta difícil escribir estas líneas y titularlas de esta manera; no utilizaré esta antigua forma de delimitación con un carácter de ubicación geográfica ni tampoco de espacios físicos sino afectivos, aquellos que no ocupan lugar y nos ocupan el todo, el alma, el espíritu... sobre todo cuando nos referimos a aquellos afectos que nos regaló la vida, como los hermanos (los propios), y a aquellos que fuimos construyendo día a día, en lo cotidiano, en el compartir situaciones que hacen a nuestra historia.

Esta carta ha sido pensada en memoria y en honor de Vivi, nuestra Vivi (Sandra Viviana Burgos), docente, un ser propio, una de mis hermanas, que nos fue arrebatada, asesinada violentamente hace un año en la localidad de Plaza Huincul por un extraño al que ella trató como si fuera un propio. Nos la quitó con la saña y la cobardía propias de los sin alma, de los que no tienen corazón, cordura, aprecio por la vida humana ni nada que se le parezca a sentimiento alguno de un "ser humano". Ella le extendió su mano solidaria como lo hacía en el ámbito laboral, social y familiar, ignorando que enfrente tenía a un monstruo al que seguramente otros extraños (a los que también ella trató como propios) conocían como tal pero por conveniencia, cobardía, apariencia social, temor, culpa, vergüenza o vaya a saber qué otra cuestión que no justifica la acción ocultaron en la dimensión del silencio.

Silencio cómplice, atroz... ese silencio que mata, que quita una vida, una hija, una hermana; un silencio que llena de impotencia y destruye una familia, quita una madre, deja un hijo sin su timón, su brújula, su capital más preciado: su mamá Vivi, como él le solía decir. Ese silencio que desprecia el futuro de un niño que ya nunca más será el mismo pues fue despojado de raíz, arrancado de su esencia, de su origen, y quedó expuesto a los avatares y a la soledad de aquellos que tuvieron y ya no tienen el ser más entrañable e irremplazable en la historia de un ser humano: la madre, mamá Vivi.

Escribo por ese retoño que gracias a Dios nos quedó, porque mi hermana quiso que así fuera; por el amor con que lo cuidó a lo largo de nueve años. De lo contrario, hoy no lo tendríamos.

Escribo también por nosotros, los propios, a quienes el dolor nos dejó sin aire ni fuerzas para comprender lo incomprensible, lo salvaje, la traición, la frialdad, la hipocresía, la deslealtad, la falta de respeto de los extraños que alguna vez oficiaron, actuaron, parodiaron y simularon ser propios y hasta tratamos como propios.

Y, finalmente, escribo por la sociedad, con la cual quiero compartir esta reflexión: valoremos o revaloricemos los afectos propios y ubiquemos en el lugar que corresponda a los extraños; la vida es demasiado corta como para compartirla con cualquiera y mucho menos con aquellos que nos dañan tan profundamente.

Para culminar, como integrante de la familia de Vivi y seguramente junto a tantas otras familias víctimas de la violencia, de la brutalidad, de la criminalidad y del silencio, le pido al Poder Judicial de la provincia del Neuquén que el autor de este brutal crimen reciba la pena máxima que el hecho merece y la sociedad reclama, ya que el dolor nos pide y exige a gritos que colaboremos con una actitud responsable y comprometida para lograr algún día que el ser humano vuelva a comprender que el primer lugar de la escala de valores universal lo debe ocupar el respeto por la vida humana.

Gracias a quienes nos acompañaron y nos acompañan en este camino de dolor, indignación y búsqueda de justicia, a esas personas que están por afecto y solidaridad y no sólo para cumplir, como lo hacen los extraños.

Gustavo Edgardo Burgos, DNI 20.211.264 - Neuquén



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