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"Los Kirchner jamás se sintieron íntegramente peronistas"

Ya es hora de quitarla. La verdad asoma su cabeza como valor excelso de nuestra querida sociedad. Quitaos esa máscara progresista, embusteros peronistas. Matrimonio falsario de políticas sofistas: ¡os he dicho claramente! Es que no lo entendéis. Despojaos ya de esa mascarilla enfermiza. Perdone don Zaratustra: nadie les reveló a estos hombres previamente de la falsa arenga y los insípidos discursos altisonantes.

Emerge recién en el presente la veracidad sobre la ilusoria apariencia: jamás fueron lo que se dice peronistas. Digo de aquella doctrina instintiva, movimiento nacional torpe o si se quiere fenómeno grosero que avizoraba hambriento en esta década, derrotado electoralmente y sumido en una profunda crisis de identidad luego de lo ocurrido en la nueva década infame.

Así fue cómo, tomando como eje ideologías anacrónicas en el mundo occidental -y enmascarándose con ellas-, se consagró ese ahora marchito matrimonio presidencial. Precisamente el peronismo actual se revistió de tintes fascistas de las décadas pasadas y alzó el cartel del "progresismo -esa variante remozadamente hipócrita e inofensiva del neoliberalismo-, popularismo y nacionalismo" en busca de ponerse en sintonía con los requerimientos del capitalismo contemporáneo y en desafío a las corrientes más conservadoras. Con la metamorfosis, a su vez, se buscaba justificar un juego macabro y dar razones para ejercer un mando golpista que abarcaba todas sus estirpes.

La máscara kirchnerista, que acarrea más frustraciones que logros, intentaba demostrar su viraje ideológico e independencia en relación con las propuestas neoliberales de los 90, íntegramente ilícitas, imperfectas y fallidas a las que, por cierto, se habían adscrito casi maquinalmente en su momento, sin temor a la menor crítica ni reflexión por parte de la "gente", esa muchedumbre ingenua que pareciera que se siente a gusto con la traición alevosa de los gobiernos de turno. Y con razón se dice que "con hambre no se puede pensar", cuando es formal recordar la crisis tremenda que azotaba el país. Corría el 2003 y acaecía el cambio de máscara de peronista impío a otro semejante, que tomó las riendas de un país abatido en que en pocos años se haría saber del sainete.

Si recordamos, los Kirchner jamás se sintieron íntegramente peronistas. Mucho menos si se los piensa como herederos del izquierdismo de los 70, puesto que sus colegas de aquel movimiento -posiblemente más decentes- abandonaron categóricamente el justicialismo, algo que al matrimonio esbirro no lo beneficiaba: tuvieron claro que allí estaban los votos. Acaso se sintieron atraídos porque el peronismo movía las masas y centralizaba un poder inquebrantable con discursos que recibían el beneplácito colectivo, pero no por el pensamiento que vanamente intentó transmitir el general ampliamente deformado. Cuán ajeno al viejo Perón, hostil a las confrontaciones entre compatriotas y partidario de la unidad de los habitantes de nuestra querida Argentina.

Ahora expreso, y aunque suene contradictorio y paradójico, que quiero de nuevo al peronismo. Sí, lo admito. Mas un peronismo cabalmente dicho, que retorne a sus bases y fuentes de antaño, forastero en la tierra del pragmatismo, el oportunismo y la mera vocación de poder, esa que se erige contigua a la carencia e imposibilidad de alzarse con un pensamiento político propio y tiene miedo de disipar el pudor que le impide expresar sus convicciones, deseos y anhelos.

El pueblo argentino -incluido un séquito de peronistas- lo señaló ciertamente en las urnas: la vía "pseudo- progresista" caducó, o por lo menos esa que encarnaron en conjunto con los caciques bonaerenses pejotistas, con los piqueteros asalariados y las Madres de Plaza de Mayo.

Luego de la caída de la ilusión neoliberal de los 90 cae ahora el progresismo período 2000. El peronismo fragmentado y desprotegido busca nuevamente un líder infalible.

Santiago Fernández Vera, 37.231.275 - Neuquén



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