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"La incultura porcina y la realidad de una juventud ignorante"

La culminación de las elecciones legislativas puso a la luz de todos la carencia absoluta de un proyecto político real en el país, que va de la mano de la proliferación de la ignorancia en un grupo vulnerable de la juventud argentina.

Hoy convoca aquí a este joven tan sólo cargado de inexperiencias y desventuras que se jacta de vivir, con dieciséis años a cuestas y mucho que decir y por lo que reprochar e hipar, una obstinación y porfía que ofuscaría al mismísimo prócer y figura eminente de la educación argentina don Manuel Belgrano. Sí, no sé si lo recuerdan, el hijo de la patria -sobrada humildad la suya-, el de la bandera, el que respaldó y favoreció la creación de la escuela laica, gratuita, pública y obligatoria, ésa en la que se educaron las más ilustres efigies de nuestro país.

Durante un mes -las dos semanas previstas de suspensión en conjunto con las que se añaden al receso invernal- los jóvenes neuquinos, al igual que muchos otros de las diferentes ciudades de la Argentina, se verán privados de recibir educación, esa que la Constitución tanto pregona; fue por su consolidación y siguiendo los empecinados manuales de historia por lo que lucharon y murieron varios.

Siento que a mí, alumno de un colegio semiprivado de Neuquén, nacido de profesionales de la clase media argentina, poco me afecta la -inevitable- medida adoptada por conspicuos analistas que se desarrollan en el ámbito de la salud. Con la gripe A pareciera que ahora siguen perdiendo los mismos, los de siempre: los olvidados y relegados de este protervo sistema.

Fue la gota que rebalsó el vaso, la pieza que completó el rompecabezas, el intrínseco vilipendio que escarnece los puntos más sombríos de mi mente, que me pide a aullidos departir.

Suspender las clases es otro augurio más de la incuria y desidia K, es la clara muestra de la inopia de un sistema de salud desbordado, pasmado y estupefacto, contiguo -y lo que compone el desbarajuste en sublime compostura- a la proliferación rauda de una enfermedad potencialmente riesgosa y por la que -por supuesto- se debe suspender el dictado de la disciplina, mal que me expresé, de clases.

Si fue inconveniente o acertado en materia de salud cerrar los colegios estando al corriente de que la escuela es un sitio de aglomeración pública -y de peligrosas ideas anticristianas- y fuerte territorio de contacto, no es un asunto de que a mí concierna. Y, aunque defensor irrevocable de la suspensión de clases en vistas de la peligrosidad del virus -y podría sonar contradictorio- parecería esta medida contraproducente, sobre todo si hablamos de la Argentina. Ésa de la juventud menesterosa que pudo asistir, desde el comienzo de las clases entre mediados de abril y principios de mayo, tan sólo un mes; hecho indignante, injusto, aberrante y, por supuesto, vejatorio, sobre todo y teniendo en cuenta cuánto se ha trabajado para revalorizar el rol que cumple la educación en la formación del mocerío.

Oh, gloriosa Argentina, tierra de sueños y fantasías, cuán discordante suena y solloza uno de tus mortales. ¿Que si amo a mi país? Más que a ningún otro. La forma en que muchos se refieren a esta gran nación me revuelve las tripas, mas es cierto que en las últimas décadas ha habido una gran proliferación de idiotas. La gripe de la abulia, propia de un régimen elitista que poco se interesa por su población damnificada. Mal que nos pese, la última dictadura militar parece haber dejado una huella imborrable en nuestra historia.

¡Dios! No puedo creer que no lo reconozcan; cuanto más brutos logren moldearnos en la escuela, mejor, así no pensamos, así no dudamos, así damos el brazo a torcer y no luchamos contra las injusticias, ilegalidades e inequidades de tradicional conocimiento.

Quieras o no, juegas un papel importante en el afianzamiento cívico de esta gran nación.

Santiago Fernández Vera, DNI 37.231.275 - Neuquén



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