>
"Campaña al Desierto: hay que rescatar la complejidad y conflictividad de los procesos"

Coincido totalmente con la crítica que desarrolla Carlos Torrengo en su artículo "Campaña al Desierto, sin demagogia", sobre las visiones maniqueas de la historia, aquellas que la reducen a una separación entre "buenos" y "malos".

Se trata de lecturas chatas, sobre las que se montan incluso divulgadores muy leídos, apelando al recurso simple de decir que siempre nos engañaron, que los "buenos" de antes ahora deben ser considerados "malos" y viceversa.

Sin embargo, creo que Torrengo cae en otro defecto que los historiadores hemos sabido identificar. Es una de las marcas más características de los "grandes relatos" de los siglos XIX y XX y se trata de subordinar los bienes e intereses particulares de personas o grupos -a veces muy numerosos- al bien o interés de una "causa" pretendidamente superior. Ya sea la causa de la civilización contra la barbarie, la del orden contra la anarquía, la de la nación contra los extranjeros, la de la patria socialista contra la burguesía, la de la seguridad nacional contra la subversión apátrida, y un largo etcétera, siempre que los apóstoles de alguna de esas causas consideraron que en nombre de ella se podía matar, estuvimos en serios problemas.

No es difícil advertir en qué momento del argumento el autor se desliza hacia este tipo de explicación: es cuando afirma que "En esa etapa fundacional no había ninguna otra posibilidad que lo que se logró". Esa idea se refuerza con las notas que acompañan al texto de Torrengo: la entrevista a Miguel De Marco y la cita del ejercicio contrafáctico de Rosendo Fraga. Ambos se posicionan en un nacionalismo que considera que la causa superior es la construcción del "Estado-nación" liberal y capitalista y que eso justifica el avasallamiento de las naciones indígenas independientes, sus formas de vida, etc.

En definitiva, justifican la guerra, los campos de concentración, el desmembramiento de las familias, la negación de las identidades y culturas, las muertes y la esclavitud de la gente del sur. La suposición de Fraga, incluso, contiene errores propios de quien no conoce a fondo la historia de esa etapa, porque la guerra ofensiva la inició Adolfo Alsina en 1876: el "ninguneo" de Alsina forma parte sustancial del discurso roquista, que inventó al militar y presidente como el único hacedor posible de una empresa que todos sus antecesores habrían sido incapaces de concretar. La descalificación que hace el Dr. De Marco de todos los investigadores que no seguimos su línea, tratándonos de poco serios, es una de esas prácticas maniqueas sobre las que Torrengo había comenzado su artículo.

Los historiadores y antropólogos que venimos trabajando en los últimos años desde posiciones críticas acerca de la conquista del sur proponemos rescatar la complejidad y conflictividad de los procesos, la diversidad de actores e intereses, la contextualización del proceso de formación territorial argentino en las tendencias latinoamericanas y globales de la época, etc.

Es en ese marco que el concepto de genocidio, polémico y discutible por cierto, aparece como una herramienta válida para interpretar lo que el Estado argentino hizo con parte de las poblaciones del territorio que conquistó.

Las experiencias de la historia del siglo XX en materia de derechos humanos han marcado definitivamente los modos de pensar la historia de los pueblos, no solamente en la Argentina sino en todo el mundo, convirtiendo en inseparable el trabajo científico de un cierto posicionamiento ético. Deberíamos avanzar en ese análisis, pero sin descalificaciones.

Dr. Pedro Navarro Floria, DNI 16.385.526

Investigador adjunto, Conicet

IIDyPCa / Universidad Nacional de Río Negro

Bariloche



Use la opción de su browser para imprimir o haga clic aquí