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"El mal argentino se encuentra en la riqueza"

Muchísimo se ha escrito sobre las peculiaridades de la Argentina que la han llevado a convertirse en el "milagro económico del siglo XX", estudiado en las principales universidades del mundo para desentrañar cómo un país con semejante potencial, destinado a comienzos del siglo XX a convertirse en una potencia, ha caído en un deterioro significativo y racionalmente difícil de admitir.

Antes de ello, varios estudiosos han tratado de explicar el "mal argentino", algunos han encontrado su razón en la extensión de su territorio; en la colonización española; en los principios religiosos; en la lucha del puerto contra el interior, etc.

Sin dejar de ponderar aquellos aportes de sociólogos y otros pensadores, a mi modo de ver el "mal argentino" se encuentra en la riqueza.

En tal sentido, resulta evidente que este suelo ha sido bendecido generosamente con todo tipo de frutos: una extensísima pampa donde los animales y la producción agraria crecen casi naturalmente; frutas y todo tipo de verduras en distintas zonas (Cuyo; Alto Valle; Mesopotamia, etc.); bellezas naturales casi incomparables (Iguazú; lago Argentino; Ushuaia; zona cordillerana; Puerto Madryn, etc.); riquezas en el subsuelo (petróleo, gas, uranio, distintos minerales, entre ellos oro y plata, etc.) y para concluir con este acotado muestrario, la riqueza pesquera en una plataforma marítima extensísima.

Todos estos "ingredientes" que debieron conducir inexorablemente al país hacia el éxito y la felicidad de su pueblo, han servido, por el contrario, para crear una cultura del facilismo que ha repercutido de manera negativa en la vida social y conducido a la nación a la situación en la que hoy se encuentra.

Todas aquellas "posibilidades" tangibles, ciertas, evidentes, han permitido la acumulación de errores gravísimos cuyas consecuencias hoy estamos pagando y que un país con escasas posibilidades no hubiese soportado (v.gr. populismo; endeudamiento externo desmesurado; golpes de Estado; guerra por las Malvinas y casi con Chile; corrupción desenfrenada; improvisación permanente; serios desvíos institucionales (diluida división de poderes) etc. y el enseñoramiento de una clase dirigente (no sólo política) claramente incapaz de conducir los destinos del país por los carriles de la sensatez y la honestidad.

Como podrá apreciarse, será difícil de sacarnos de encima esta especie de maldición, pues no es fácil desprenderse de las riquezas que la naturaleza nos brindó y que ha permitido este desaguisado en el que hoy nos encontramos, pero resulta evidente que si no retomamos el camino del esfuerzo y de la honradez, los días por venir pueden llegar a ser más difíciles aún que los que hoy nos tocan vivir.

Edgardo Camperi

Bariloche



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