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"Es lamentable que no haya más interés en ingresar a la Policía" | ||
Ése debería ser el título correcto. Con conocimiento de causa por mis treinta años de servicios en la institución policial, me permito responder, señor Eduardo Luis Serralunga, a su carta publicada el viernes 27 de febrero bajo el título "Es saludable que no haya interés en ingresar a la Policía". La apreciación que usted expone lejos está de ser "saludable"; todo lo contrario: constituye una muestra más de la variada patología que afecta a esta sociedad de la que formamos parte y que está pidiendo a gritos un tratamiento efectivo para la cura de todos sus males. La función administrativa policial acompaña al hombre desde los tiempos más remotos. Su misión es tan necesaria que conlleva entre otros fines nada menos que la protección de la vida y los bienes de los habitantes. A semejanza de otras profesiones que se sustentan en la solidaridad y la ayuda al prójimo como la del médico, la de la enfermera, la del bombero, etcétera, la función policial es llevada adelante por seres humanos que, por no ser autómatas, con aciertos y errores, tratan de cumplir con su deber de la mejor manera posible en un medio hostil donde la violencia ha adquirido niveles inusitados. Por si usted no lo sabe, la tarea de policía no es para cualquiera. Se requiere fundamentalmente poseer una profunda vocación de servicio, un elevado compromiso con los nobles fines que la animan hasta el extremo de entregar incluso lo más valioso que toda persona posee, como la vida, nada menos que en beneficio de sus semejantes. El verdadero policía con elevado espíritu de sacrificio no ambiciona nada. Su único interés es cumplir honestamente con su deber y ser útil a la sociedad. No busca fama ni homenajes; si hasta cuando le toca el momento sublime de entregar su vida como un héroe, su recompensa es simplemente una breve nota necrológica y, salvo para su familia, camaradas y amigos, al día siguiente ingresa en el túnel del olvido para engrosar la lista de servidores públicos caídos como simple estadística. Para él como para muchas personas de bien, la pena de muerte se aplica cotidiana e inapelablemente. A lo mejor usted, señor Serralunga, coincidirá conmigo en que esta especial característica o cualidad humana (la vocación de servir), al igual que los valores que hasta no hace mucho eran indispensables para una convivencia social armónica, hoy están en franca vía de extinción. Nos toca vivir en una sociedad deshumanizada, mezquina, injusta, vengativa e individualista donde prima el interés personal sobre el comunitario. Nadie se rasca para afuera. Lo que le pasa al vecino importa un bledo. Entonces ante esta realidad no debe extrañarnos que muchos de los ingresos a la policía no sean por vocación sino como una alternativa o mera salida laboral. Los riesgos que implican la función, el régimen interno y la remuneración no resultan para nada atrayentes ante la posibilidad de otros horizontes con mejor paga y menos exigencias. A esto habría que adicionar otro ingrediente que, por no ser menor, influye notablemente en la cuestión: el sostenido crecimiento poblacional, que provoca un constante incremento en los requerimientos en materia de seguridad, haciendo que el poder político en los últimos tiempos optara por priorizar la cantidad sobre la calidad de los efectivos para dar respuesta a los reclamos sociales. Así están las cosas, pero pese a todo puedo asegurarle que existen policías íntegros que tratan de sobrellevar su carga con un sueldo insuficiente que deben complementar con un servicio adicional que quita horas al merecido descanso, a estar y disfrutar del entorno familiar, a compartir con sus hijos, distraerse, etcétera. Hay muchísimo más para hablar sobre esto; no alcanzaría la generosidad de este diario para describirlo minuciosamente en todas sus páginas. Señor Serralunga, terminemos de una vez con los facilismos echándole siempre la culpa al chancho. Tomás Heger Wagner, DNI 7.687.223 - Neuquén |
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