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"Es justo y necesario colocar a Alfonsín en el lugar del hombre que nos marcó el rumbo"

Toda muerte nos provoca tristeza, angustia y las más diversas sensaciones que podamos imaginar, la mayoría de las veces indescriptibles. Esto es así independientemente del vínculo que hayamos tenido con la persona fallecida. Son múltiples las huellas que estas experiencias dejan en la vida de la comunidad como de las personas individualmente. Es casi un lugar común señalar que el amor y la muerte han sido desde siempre los temas que animaron las más hondas reflexiones y expresiones artísticas de la humanidad.

Simultáneamente la muerte, según como la procese cada uno, genera en el ser humano un punto de inflexión que lo lleva a pensar, a volverse sobre sí mismo, a revaluar su manera de estar y de ser en el mundo.

En mi caso particular, la muerte de Alfonsín me sumió en una profunda tristeza. Será porque me recordó mucho, de una manera inesperada, la muerte de mi padre.

No quisiera que el lector presumiera en estas palabras la búsqueda de un efecto superficial y vacuo. Cuando afronto esta experiencia lo hago de corazón aunque sin perder de vista ni por un momento que cada una de esas pérdidas corresponde a ámbitos distintos de mi vida. Lo que necesito dejar claro es que, aun salvando las distancias del caso, ambas han impactado de idéntica manera y promovido un inexcusable balance y el correspondiente doloroso duelo.

Pero, en todo caso, lo interesante en estos casos es hablar del legado, de la herencia afectiva y ética que constituye el fundamento del vínculo indisoluble que nos une como familia y también como Nación.

La desaparición de mi padre me produjo una pena que me ganó de lleno, como lo hacen los dolores que impactan en cuerpo y alma. Mi padre era mi sangre, el hombre sencillo que con enorme sacrificio y amor inquebrantable me educó en los valores, en el afecto, en el respeto, en el compromiso irrenunciable con la familia, en la participación institucional y en el amor por todo lo que uno hace y emprende. Tuve la enorme fortuna de saber que él se sentía orgulloso de poder darme estudios universitarios a pesar del esfuerzo que ello significaba y pude devolverle al menos en una pequeña parte algo de lo mucho que había hecho por mí.

La otra muerte, la del ex presidente Raúl Alfonsín, ocurrió en un momento muy especial. Su desaparición física en circunstancias tan difíciles para el país me llevó a revisar mis convicciones, a preguntarme por la escala de mi compromiso, a revalorizar el bien enorme que significa el poder convivir cobijados en los valores de la democracia, con respeto y apego a la institucionalidad.

Son muchas las voces que se alzan hoy en día hablando de estos temas pero, por muchas que sean, nunca serán demasiadas.

Es justo y necesario colocar a Alfonsín en el lugar del hombre que, tras la salida de los terribles años de plomo, nos marcó el rumbo de un nuevo contrato de convivencia entre los argentinos. Aquello fue posible por su dimensión estratégica de estadista, su inclaudicable convicción democrática y la enorme generosidad y responsabilidad que lo caracterizaron, dos cualidades que lo sostuvieron con entereza hasta el renunciamiento hecho en nombre de la paz y el bienestar de todos nosotros.

Por todo eso, por los sueños que supo despertar en los argentinos, por la herencia nítida de su compromiso humano, por su convicción democrática... hago votos y me comprometo con ustedes a empeñar hasta el último minuto de mi desempeño público para estar a la altura de su legado.

Armando Gentili

DNI 12.407.240

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