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Manos y manos
Suele decirse que Picasso ensombreció a los artistas plásticos que lo precedieron y a los que siguieron a él, ya que en su arte fue total en el sentido de lo mutante y contenido. Y así, desde esa pasión, también asumió la fotografía.

"Cuando yo sea grande se van a enterar", dijo él cuando era muy pibe.

"Un artista que se devoró la historia", sostiene Jean Clair, director del Museo Picasso de París.

"Un genio que bebe de todas las fuentes, irrumpe en todas las técnicas y estilos y los hace suyos al tiempo que los transforma", escribe el español Navarro Arisa.

"En lo suyo, el más genial del siglo... y posiblemente de los siglos por venir", señala Norman Mailer cuando se sabe que comienza a escribir su sugestivo "Picasso, retrato de un artista joven".

El ruso Yakov Tugendhold lo califica de "intrépido Quijote" de las artes plásticas y la gallega Alicia Arias acota que, en esa materia, "todos seguimos llevando el peso" de aquel famoso malagueño.

Una relación que se emparenta con aquella reflexión que el escritor polaco Witold Gomwrobitz les gritó a sus amigos argentinos desde la baranda del buque que lo retornaba a Europa luego de años de exilio en Tandil:

-Si quieren escribir, ¡maten a Borges, maten a Borges!

Porque vale aquella duda de nuestro Antonio Berni: "Sí, sí, hay pintura antes y después de Goya y antes y después de Picasso, pero embromar... ¡están ellos, que, embromar, no es poco!".

Es cierto. Porque a uno y otro español bien les cabe aquella sentencia de Johnson sobre Shakespeare: "No fue de una época sino de todos los tiempos".

 

CREADOR TOTAL

Sí, Pablo Picasso fue un creador total. Se devoró la historia como grabador, ceramista y escultor. Y pintor jamás sujeto a ortodoxias, a una escuela en particular, a un estilo determinado, sólo decidido a someterse permanentemente a las singularidades que le dictaba su genio.

Nunca estático, siempre en ebullición. Dialéctica pura.

"A la hora del pincel, hombre orquesta", se ha dicho de él.

Y fue un apasionado de la fotografía.

Cuentan que en España y Francia aún hay docenas y docenas de cajas repletas de fotografías suyas. Unas sacadas por él. Otras con él como blanco.

De estas últimas se dice que muchas lo muestran jugando con la cámara. Plantándose ante ella de mil maneras. Histriónico. Mirada obsesiva. También hermética. Riéndose en plenitud. O taciturno, concentrado. Con sus hijos. Con sus mujeres, espacio tormentoso en la vida de Pablo Picasso.

Y las manos. Sus manos, última herramienta entre el dictado creativo y la obra.

Un día de 1952 conversaba con el fotógrafo Robert Doisneau. Lentamente, el malagueño fue colocando a su diestra e izquierda dos panes con forma de manos sobre la mesa y bajó las suyas. Robert Doisneau percibió los movimientos mientras el palique seguía. En un momento dado, "Pablo me miró como diciéndome '¿Qué esperas?'".

Y surgió entonces la foto que por tres euros se consigue en el Museo Picasso de París.

Y una tarde de 1953, caminando en Vallauris junto con el fotógrafo André Villers, Pablo Picasso revolvió un cajón con paja que había junto a un puente muy medieval. André Villers no esperó. Disparó.

Pablo Picasso se sorprendió.

-¿Para qué? -le preguntó.

-Para cuando ni usted ni yo estemos -le respondió.

 

 

CARLOS TORRENGO

carlostorrengo@hotmail.com



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