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Feos, sucios y malos | ||
Una verdadera obra maestra del cine italiano, que extrae imágenes de la más entrañable belleza y ternura a las más crudas miserias humanas, es el filme de Ettore Scola "Brutti, Sporchi e Cattivi". Sus protagonistas gozan, sufren, aman y odian como el que más y si bien a nuestros ojos pueden ser intolerablemente "feos, sucios y malos" es evidente que cada uno se ve a sí mismo con autosuficiencia y resuelve como puede su vida cotidiana sin preguntarse por lo que no tiene, no puede o no parece. En la medida en que belleza y fealdad son manifestaciones observables, van a ser el ojo del observador, sus creencias, valores y prejuicios los que doten a tal o cual objeto observado de una u otra cualidad. Ahora bien, ¿se puede pensar en universales de lo feo? Es probable que, más allá de las influencias culturales, haya cosas que sean consideradas unánimemente categorizables como feas -por caso, el excremento, un organismo en putrefacción o la suciedad-, pero muchísimas más están calificadas tan subjetivamente que para alguien será feo aquello que para otro es admirable. Desde lo que simbolizan para el psiquismo, belleza y fealdad pueden ser consideradas dos caras opuestas de la misma moneda o bien dos monedas de diverso valor pero pasibles, ambas, de ser objeto del deseo. En el primer sentido de la acepción, lo feo es lo incompleto, el objeto destruido, el dolor, el mundo interno del depresivo, lo que repugna o avergüenza, la vivencia del miedo o de la muerte. En tanto, lo bello puede ser símbolo de lo ideal, lo armónico y, en términos psicoanalíticos, la completud. La segunda parte del párrafo nos coloca frente a una aparente contradicción: ambas cosas no serían opuestas sino en todo caso distintas, pero capaces de excitar y conmover nuestro espíritu de la misma forma. El múltiple sentido de las palabras tiene en las expresiones "belleza y fealdad" una cabal expresión de lo que categoriza ampliamente. Lo feo lo es desde la estética cuanto desde la moral. Feo es lo disarmónico y deforme, pero también lo malo, lo criminal o cosas tan opinables y fluctuantes como lo indecente, el mal gusto o el deshonor. Ciertamente la ambivalencia domina este campo; lo feo es repulsivo al tiempo que atractivo y emerge, en la conmoción que provoca la fealdad, el atractivo por lo diferente, lo que puede ser siniestro pero no por ello ajeno al deseo. En términos psicopatológicos, la fealdad se asocia a problemas, trastornos y enfermedades mentales por distintas vías. Lo hace por la vivencia y percepción de la misma en el propio cuerpo o en las conductas, por los mecanismos de evitación de la fealdad sea ésta real o una percepción delirante y también, aunque más raramente, por las parafilias -antes llamadas perversiones sexuales- en que puede estar implicada. Se dice de la tríada que caracteriza las cogniciones de una persona depresiva: pobre visión de sí misma, percepción negativa del mundo y futuro desesperanzador. ¿Qué duda cabe de que estas personas, más allá de cánones estéticos que puedan indicar lo contrario, se vivirán a sí mismas como rechazables, no queribles y sin atractivos? Por otra parte, las personalidades con rasgos o estructuras fóbicas, que en general implican una autoconsciencia de vulnerabilidad, carencia de habilidades sociales y a veces timidez extrema, conducen a este tipo de personas a tener una visión despreciativa de sí mismas y a aferrarse a cualquier rechazo o pequeño fracaso para autoconfirmar su carencia de atractivo. Quizá el paradigma del trastorno mental donde la idea de fealdad e imperfección puede llevar a la muerte sea el de las personas, en su mayoría mujeres, que por una visión distorsionada de su propio cuerpo "se ven feas". "Dismorfofobias", tal la denominación moderna de estos trastornos donde quienes lo padecen se piensan o sienten portadores de algún defecto físico, hacen de todo por ocultarlo o corregirlo y se preguntan obsesivamente por su condición. Se calcula que hasta un 4% de la población sufre de este trastorno psiquiátrico, que motiva consultas a dermatólogos, otorrinolaringólogos y cirujanos plásticos antes que a profesionales de la salud mental. Dietas extremas o vómitos provocados por la creencia en una gordura inexistente, búsqueda de operaciones correctivas a defectos imaginados o por lo menos magnificados, lipoaspiraciones, inyección de siliconas, Botox o productos de dudoso origen para conservar la eterna juventud conforman el vademécum actual de la anulación de la fealdad. Grotescas bellezas estereotipadas de pómulos salientes y labios engrosados, carnes firmes que no son tales sino remedos plastificados y rasgos tersos que no admiten la mueca de la sonrisa forman parte de la epidemia actual por la persecución de la belleza o, en todo caso, la evitación de la fealdad. Epidemia que, lejos de aplacarse, hoy contagia al hombre en el afán de permanecer artificiosamente vital, desafiando vanamente el paso del tiempo en aras de la eterna juventud y bajo el omnímodo influjo de la mirada tanto de sí mismos como la de los otros y otras. LUIS DI GIACOMO (*) (*) Médico psiquiatra
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