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Lo erudito como seducción | ||
¿Qué es la fealdad? ¿Lo opuesto a lo bello? En su último libro, el escritor italiano no sólo analiza sino que recorre en forma erudita cómo va cambiando el gusto según las épocas y por qué se va perdiendo esa dicotomía entre un concepto y otro. |
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Es una resultante apasionante: cuando se aborda un libro de Umberto Eco, inexorablemente se generan asociaciones positivas, enriquecedoras. La razón de este fenómeno es simple: Umberto Eco escribe -informa y forma, en todo caso- desde la sorprendente erudición que lo define. Página por página, renglón por renglón, con la paciencia propia de un artesano alpino, invade nuestro universo intelectual. Primero lo sorprende. Luego lo sitúa en permanente proceso de reflexión. Es una erudición que no fatiga. No llega a borbotones. No es lugoniana en los términos en que se despliega. No hay barroquismos. A la hora de escribir, en Umberto Eco no hay ningún atisbo de llegar "con todas las palabras del diccionario" como, ironía mediante, solía referirse Jorge Luis Borges a la forma en que "dice presente", según la define Harold Brown al analizar la textura de Borges al hablar de Leopoldo Lugones. -El saber de Eco no invade, respeta -sostiene Harold Brown. Con estilo directo y economía de palabras, Eco siempre transpola al lector a través de los siglos. Logra meterlo -por caso- en el Medievo casi como sugiriéndole al oído: "Palpalo, sentilo... así fue ese tiempo". Se sale de los libros de Eco atado a ellos. -Cuando uno ha leído "El nombre de la Rosa" es imposible pasar frente a un vetusto convento o una abadía y no recordar a Guillermo de Baskerville o al bibliotecario, para quien la risa era una expresión del mal encarnado en el maligno -suele señalar el escritor Mario Vargas Llosa a modo de reconocimiento del sello con que queda estampada la obra de Eco. Ahora, Eco entrega "Historia de la fealdad". Cierra así el ciclo de sus definiciones sobre lo estético que inició cuatro años atrás con "Historia de la belleza". "Historia de la fealdad" es un libro deslumbrante por una variada gama de razones. Veamos. Eco se mueve en él desde una singularidad muy acentuada en sus ensayos, porque en el fondo eso es este libro: un manejo muy adecuado del enorme caudal de fuentes consultadas para escribir. Y en ese marco hay un esfuerzo muy elocuente para esquivar todo aquello que eventualmente lo coloque juzgando taxativamente. Eco expone, no guía. Generando esa relación con el lector, asume que, al igual que la belleza, la fealdad es un concepto que se desmenuza y se define siempre en relación con el tiempo, con la "época que alguna vez fue presente y hoy está devorada", escribió Monnsen. "Pero esto no implica -sostiene Eco- que no se haya intentado siempre definirlos en relación con un modelo estable" de lo que es feo y lo que es lindo. Alentado a explorar esa estabilidad, Eco acude a Nietzsche, cuyo pensamiento alguna vez definió como "mezcla muy activa de hielo y fuego". Y de quien siempre admiró la resistencia espiritual que implicó "decir cosas que no siempre se quieren escuchar". Abrevando en el "Crepúsculo de los ídolos" -no hay escapatoria cuando se trata de Nietzsche en relación con su pensamiento sobre lo estético- Eco recuerda que para aquel alemán "en lo bello, el hombre se pone a sí mismo como medida de la perfección". Desmenuza entonces -recorta incluso- mucho de lo que Nietzsche dice en el capítulo "Incursiones de un intempestivo", quizá el más sabroso del atrevido "Crepúsculo". Y recuerda que para Nietzsche, en aquel adorarse, "el hombre en el fondo se mira en el espejo de las cosas, considera bello todo aquello que le devuelve su imagen". En esa identificación "lo feo se entiende como señal y síntoma de degeneración", señala el filósofo alemán. Eco encuentra estos argumentos muy sujetos a un narcisismo "antropomorfo", pero reconoce que esa visión "nos dice precisamente que belleza y fealdad están definidas en relación con un modelo "específico" -y la noción de especie se puede extender de hombres a todos los entes, como hacía Platón en la República al aceptar que se considerara bella una olla fabricada según las reglas artesanales correctas". A partir de este tipo de reflexiones, Eco extiende su libro casi siempre girando alrededor de un interrogante que aborda desde distintos ángulos, sin deslizarse jamás hacia la reflexión estéril, superflua: ¿Podrá definirse simplemente lo feo como lo contario a lo bello, un contrario que también se transforma cuando cambia la idea de su opuesto? ¿La historia de la fealdad puede ser el contrapunto simétrico de la historia de la belleza? Interrogantes éstos que Eco va respondiendo sin forzar acuerdos con el lector, ajeno a toda ambición de tener la verdad. CARLOS TORRENGO carlostorrengo@hotmail.com
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