El alza de la inflación que afecta a todos los países del mundo desde hace unos meses se debe principalmente a los mayores precios de las materias primas, tanto alimenticias como energéticas, y se ve acentuada por un fuerte aumento de la demanda de los países emergentes. Las cotizaciones de los cereales explotan y el petróleo se vende por encima de los 110 dólares el barril, lo cual afecta fuertemente a la mayoría de las economías del planeta y el poder adquisitivo de sus poblaciones. La gran causante de estas alzas de precios es la demanda creciente de los países emergentes, cuyas economías de fuerte crecimiento necesitan materias primas para alimentar su producción y cuyos trabajadores, cada vez mejor remunerados, aspiran a consumir más. La oferta mundial, limitada por sus recursos o sus capacidades de producción, no da abasto para satisfacer esta demanda, lo cual genera tensiones en los mercados internacionales y eleva las cotizaciones. Siguiendo los pasos de las materias primas, la inflación también comienza a batir records en el mundo, amputando el poder de compra de los hogares. Las tensiones sobre los precios son particularmente sensibles en los países en desarrollo, donde las familias consagran la mayor parte de sus ingresos a la compra de comida y de combustible. Manifestaciones violentas, algunas de las cuales dejaron muertos, ya estallaron en varios países de África contra la carestía de la vida y el Banco Mundial (BM) considera que este engrosamiento de la factura de las importaciones expone en total a 33 estados a problemas políticos y desórdenes sociales. “Necesitamos un New Deal para la política alimentaria mundial”, advirtió recientemente el presidente del BM, Robert Zoellick, que llamó a los países industrializados a hacer un gran esfuerzo concertado o a prepararse para que “más gente sufra y se muera de hambre”. Pero las economías desarrolladas, también amenazadas por la inflación, disponen de un margen de maniobra limitado. La estabilidad de los precios es “esencial para los más pobres y los más vulnerables de nuestros ciudadanos”, insistió Jean-Claude Trichet, presidente del Banco Central Europeo (BCE). La institución monetaria europea lleva adelante una estricta política de tasas de interés elevadas para luchar contra la inflación, pero al mismo tiempo debe enfrentar la desaceleración del crecimiento provocada por la crisis financiera. Un alza de los precios hace mella automáticamente en el poder de compra de los hogares y podría provocar una baja del consumo, uno de los motores del crecimiento, así como una reducción del ahorro, que alimenta ese motor. Por otro lado, las crecientes presiones sociales en aras de un aumento de sueldos corre el riesgo a su vez de alimentar la inflación. Éste es el fantasma de la “espiral inflacionaria” tan temido por las autoridades monetarias. Podría manifestarse inicialmente en los países emergentes, locomotoras de la economía mundial, donde los gobiernos tienden a privilegiar el crecimiento en relación con la lucha contra la inflación. “Ante todo debemos asegurar el desarrollo rápido y estable de la economía y al mismo tiempo controlar la inflación de manera eficaz”, explicó el primer ministro chino Wen Jiabao, que se fijó un objetivo de inflación del 4,8% para el 2008, aunque ésta alcanzó un 8,7% en febrero. La prioridad de Pekín es “impedir que un crecimiento rápido se convierta en sobrecalentamiento”, resumió. Un fracaso en China o en otro sitio significaría un alza de los salarios y se traduciría automáticamente en un alza de los costos de los productos de gran consumo exportados en el mundo. El retorno de la inflación de los países emergentes contagiaría al conjunto de la economía mundial y agravaría aún más la situación actual.
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