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"Gracias a Dios y al cinturón"

Escribo esta carta porque tengo una inmensa necesidad de expresar lo que me pasa en el fuero interno, ¡no lo puedo creer!

El fin de semana largo del 8 de diciembre pasado nos fuimos con unos amigos, un matrimonio neuquino, a pasar esos días en Monte Hermoso. Todo fue bárbaro, lo pasamos muy bien, el tiempo nos acompañó... en fin, no podíamos pedir más.

El 9 de diciembre nos preparamos para el regreso. Salimos temprano y todo marchaba bien: paramos para descansar, no hacía tanto calor, todo se veía bien, la ruta se encontraba normal para conducir y ¿a favor nuestro?, una recta. ¡No sé! Dos o tres kilómetros antes de llegar a Chelforó se desató todo, lo que podría haber sido una tremenda tragedia.

No sé lo que pasó, pero en una fracción de segundo el auto se descontroló, no lo podía dominar, empezó a dar tumbos y más tumbos; no sé cuántos pero fueron varios, hasta que gracias a Dios y a Ceferino paró y empezamos a salir sin un rasguño... las mujeres, con magullones y mi amigo, con un corte en el cuero cabelludo, ¡nada más! excepto el tremendo susto, por Dios, ¡pero los tres vivos, vivos, vivos!

Por esto que nos pasó tenemos la necesidad de agradecer a todas, todas las personas que nos auxiliaron. Enseguida llegaron los choferes de larga distancia de Andesmar y Vía Bariloche... ¡muchas gracias, que Dios guíe sus rutas!

A la señora que dijo ser enfermera y nos ayudó, a los que pararon para ver si necesitábamos algo y al señor del auto rojo que se identificó como médico y se quedó hasta que llegó la ambulancia de Chimpay -recuerdo que me dijo que pasaba para Las Grutas- les estaremos agradecidos por siempre.

A mi amigo Rubén Morales, muchas gracias por las palabras de tranquilidad y afecto... ¡gracias, gracias, Rubén!

Y algo especial para toda la gente del hospital de Chimpay, chiquito, quizá con muchas faltas, pero con una calidez humana hermosa... cariñosos, comprensivos, nos contuvieron hasta que llegaron nuestras familias. Esa doctora chiquita, menudita -no sé su nombre, sí oí que dijo que era de Bolivia- nos atendió de diez. Gracias al enfermero, gracias flaco; a los chicos que nos recibieron, a todos los que de una forma u otra nos ayudaron. Mis amigos y yo siempre vamos a hacerles un reconocimiento y a pedirle a Dios que los ilumine y los guíe por esa tan noble y humana profesión de mitigar el dolor y ayudar hasta lo imposible.

A todos, muchas pero muchas gracias, desde el fondo de nuestros corazones. Estaremos eternamente agradecidos. ¡Estamos vivos los tres!

Y, por favor, recuerden siempre usar el cinturón de seguridad.

Héctor Giménez, DNI 7.067.891

María del Valle Plaza, DNI 4.271.318

Marta Rosa Melián, DNI 3.971.710

Neuquén



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