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El humorismo político como malestar y catarsis
Cumple una función terapéutica, de desahogo de frustraciones sociales ante la cerrazón y la manipulación políticas que algunos sectores enfrentan. No intenta subvertir el orden, pero la inseguridad de los gobernantes a veces trae la censura.

Cuando se analizan las formas de participación de los ciudadanos suelen considerarse como tales las campañas electorales, las elecciones, la militancia dentro de los partidos políticos, etcétera. Pero también son formas de participación los piquetes, las huelgas, las cartas de lectores publicadas en los medios y todas las manifestaciones de resistencia, entre las cuales el humor es un componente de la comunicación política que se desarrolla, por lo general, fuera de los canales formales de la misma y expresa la confrontación entre el ingenio social y el poder político.

El humor ha sido objeto de sesudos análisis desde la antigüedad. Intelectuales de la talla de Aristóteles, Hobbes, Kant, Freud, Bergson, Pirandello, Huizinga y Lipovetsky se interesaron en este fenómeno tan curioso de la naturaleza humana. A ello se ha sumado su estudio, en los últimos treinta años, en numerosos campos de las ciencias humanas y sociales, entre ellos la antropología, la medicina, la pedagogía, la comunicación social y la lingüística.

Comencemos por diferenciar humor, humorismo y comicidad. De una manera general, con la palabra "humor" nos referimos a todo aquello que hace reír. Según la RAE, el término proviene del latín umor-oris -"humores del cuerpo humano"-, de donde pasó a significar en la Edad Media el genio o condición de las personas, que se suponía causado por los "humores vitales". Jonathan Pollock -que ha rastreado el sentido de la palabra diacrónicamente y en diferentes lenguas- afirma que, si bien el término se resemantizó en el siglo XVI, la noción de componente humoral continúa obrando subrepticiamente, permitiendo diferenciar humor de humorismo y comicidad.

Por tal razón, define humor como "estado de ánimo de una persona, habitual o circunstancial, que le predispone a estar contenta y mostrarse amable o, por el contrario, a estar insatisfecha y mostrarse poco amable". Coincidente con esta acepción, Jesús Garanto Alós define el humor como "esa tonalidad anímica, esa atmósfera suspensiva desde la cual el hombre afronta equilibradamente la realidad de la vida y de sí mismo, tanto si esa realidad se inclina o polariza hacia lo trágico, lo pesimista, lo depresivo, como si lo hace hacia posturas eufóricas, excesivamente optimistas".

Por su parte, la RAE define el humorismo como "la manera de enjuiciar, afrontar y comentar las situaciones con cierto distanciamiento ingenioso, burlón y, aunque sea en apariencia, ligero. Linda a veces con la comicidad y puede manifestarse en la conversación, en la literatura y en todas las formas de comunicación y de expresión".

Tal definición nos advierte que, aunque con rasgos comunes, el humorismo no debe confundirse con conceptos afines tales como la comicidad y que, a diferencia del humor -estado de ánimo-, necesita de una determinada materialidad discursiva.

Efectivamente, una vez establecido que el humorismo y la comicidad son las manifestaciones discursivas de un estado de ánimo -el humor-, la mayoría de los autores considera que estos dos conceptos son muy diferentes. La comicidad es un fenómeno más superficial que el humorismo, en cuanto su función principal es hacer reír, divertir o, en el peor de los casos, agraviar. Como sentencia George Burns, "quien nos hace reír es un cómico; quien nos hace reír y pensar es un humorista". La comicidad juega con la torpeza, la ridiculez, el absurdo, la incongruencia, con "las insuficiencias de los individuos", a diferencia del verdadero y profundo humorismo, que juega con "las insuficiencias de la condición humana". El humorismo se origina en el descontento político, existencial o de cualquier otro tipo.

En una sociedad, las formas que adoptan la inconformidad, el malestar y la resistencia son muy variadas. Pueden ir desde silenciosos reclamos de escasa repercusión hasta reacciones violentas.

Una de esas formas, que podríamos situar entre los extremos señalados, es la de un recurso bastante gozoso: el humorismo político.

El humorismo político, en consecuencia, muestra las zonas de malestar que los ciudadanos sienten respecto de la actuación del gobierno y de los funcionarios. Tiene elementos de resistencia pero su función es terapéutica, de desahogo de frustraciones políticas por la cerrazón y la manipulación políticas que algunos sectores enfrentan. El humorismo político no intenta subvertir el orden público pero tiene, sin duda, un gran poder catártico.

Ya Sigmund Freud había advertido sobre esta función liberadora de todas las expresiones del humor -humorismo, comicidad, chiste-: son fuentes de placer porque ahorran al hombre un gasto de energía psíquica. De hecho los distingue por la índole del gasto psíquico ahorrado. Explica Freud: "El placer del chiste surge de un gasto de inhibición ahorrado; el de la comicidad, de un gasto de representación (ideación) ahorrado y el del humorismo, de un gasto de sentimiento ahorrado. En estas tres modalidades de trabajo de nuestro aparato anímico, el placer proviene de un ahorro; las tres coinciden en recuperar, desde la actividad anímica, un placer que, en verdad, sólo se ha perdido por el propio desarrollo de esa actividad".

Entre las materialidades discursivas propias del humorismo político se encuentran, entre otras, la prensa satírica y un ejercicio verbal que implica gran ingenio y capacidad de síntesis: el chiste político.

Un ejemplo de prensa satírica en la región es "El Cascotazo", una publicación de la editorial clandestina El Fracaso. Impreso en blanco y negro, se reparte de manera personal y sale con una periodicidad fluctuante. Obviamente, los artículos del tenor de los que se publican no permiten la identificación de sus autores. Este periódico, en su momento, libró una feroz batalla contra el poder político utilizando las armas del ingenio, la creatividad, la palabra y la imagen para atacar fundamentalmente al gobierno de Jorge Sobisch y a quienes se ubicaban en su campo. Todos los recursos del humor -ironía, sarcasmo, sátira, parodia, caricatura- contribuían a construir en el imaginario colectivo una imagen ridiculizada del gobernador, de sus funcionarios y de los medios que lo apoyaban. Su objetivo era defenestrar tanto las conductas personales del gobernador, porque no se condecían con su investidura, como su gestión de gobierno, a la que calificaban de "populista, clientelar y prebendaria".

El humorismo político no atenta contra la estabilidad. Es la inseguridad de los gobernantes la que los hace temerosos y por esta razón siempre están censurándolo. Juan Domingo Perón no era benévolo con quienes hacían los escasos dibujos que aparecían durante sus primeros dos gobiernos. Juan Carlos Onganía clausuró "Tía Vicenta". Durante la última dictadura, estaba prohibido publicar dibujos de Videla, Massera y Agosti, los integrantes de la primera Junta Militar. Sábat recientemente fue criticado por Cristina Fernández de Kirchner, quien dijo que su ilustración era un "mensaje cuasi mafioso".

Inscripto en el terreno de la discursividad agónica, el humorismo político es sólo una sonrisa en un espacio donde las acciones desestabilizadoras a las que hay que temer son otras. Ello no quita que sea una excelente fuente de conocimiento de la historia, del acontecer y de la cultura de un país, pues aporta una visión alternativa para entender los acontecimientos. Permite saber, desde otra perspectiva, cómo ve la gente la política, los políticos y los procesos.

 

NELLY SOSA (*)

nelidabeatrizsosa@hotmail.com

(*) Docente e investigadora. Profesora asociada en la cátedra de Semiótica de la Licenciatura en Comunicación Social de la Fadecs-UNC



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