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"El canal grande agoniza"

En el año 1988 llegué a General Roca. Hace ya veinte años. Al principio, cuando vivía sobre Av. San Juan, entrenaba en el canal grande, hasta Gómez; luego al irme a vivir a la zona de la universidad comencé a trotar por las márgenes del canal en dirección al puente de Stefenelli. En aquellos años, aquel canal estaba bordeado de frondosas alamedas y sus olores impregnaban de un agradable aroma a naturaleza.

Luego, con la construcción del puente sobre la calle Jujuy, el aspecto del canal comenzó a cambiar. Más gente y perros comenzaron a transitar sus márgenes y los árboles, aquellos árboles que daban sombra en tardes de riguroso calor, o calmaban los enfurecidos vientos, comenzaron a desaparecer.

La acometida de los que necesitaban espacios para seguir construyendo se tornó insaciable y derribaron todo lo que tuviera forma o se pareciera a un árbol.

Cada primavera, cuando los calores invitaban a practicar la natación, me zambullía en largas tiradas de crol, pecho o espalda, por esos dos mil metros, desde el puente de la Mendoza hasta los 'cinco saltos'.

A ese canal grande llevé a mis hijas con tan sólo tres años, para que le perdieran el miedo al agua y aprendieran a nadar. Hoy eximias nadadoras.

Durante estos veinte años vi cómo paulatinamente se transformaba el color y las propiedades del agua que transportaba el canal. Desde botellas, bolsas, cueros, gatos, perros, corderos, cubiertas, troncos, y hasta algún cadáver. Todo, absolutamente todo le arrojaron, que sumiso y eficiente aceptaba el flete sin cobrar por el transporte.

Lamentablemente ese canal que usufructué remando, nadando o trotando por sus márgenes, hoy se encuentra moribundo y en su mirada pude leer que ya no tiene fuerzas para seguir luchando.

Hace unos días, realizando mis habituales entrenamientos, pude observar que sobre sus quietas aguas (que apenas corren por estar suspendido el riego) se observa una diluida y casi imperceptible lámina de una sustancia oleosa.

Mis intensivos estudios y extensas prácticas en laboratorios químicos, durante mi actividad criminalística, me llevan a reconocer con cierta facilidad la presencia de hidrocarburos en agua. Y créanme que experimenté el peor de los presagios al sospechar que al canal se están arrojando sustancias oleosas. Por su exigua cantidad sospecho de que se trata de residuos de combustible líquido.

No imaginen que el agua estaba aceitosa, simplemente había una minúscula capa oleosa sobre la quieta superficie. Insignificante, pero suficiente para comprender que el camino hacia el peor de los homicidios ha comenzado a perpetrarse. Ese camino ya lo han recorrido otros cursos de agua que sufrieron la desaprensión de los inadaptados; por ejemplo, el riachuelo.

No propongo ni exijo nada, cada uno sabe qué puede y qué debe hacer.

Llegará el día en que comprendamos que este fenómeno tienen un sólo nombre: 'superpoblación'. De todos modos, tengo mis fichas puestas en el agua, ella remediará lo que las leyes y la racionalidad no pudieron.

 

Lic. Guillermo Enrique Presa,

DNI 13.052.582

General Roca

Gepresa2002@yahoo.com



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