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"Cuando el dolor golpea muy fuerte y desde muy adentro"

El 11 de febrero Virginia habría cumplido 17 años, pero no sucedió porque ella ya está disfrutando de la vida eterna en los brazos de su amado Señor, a quien siguió y sirvió fielmente a pesar de su corta vida acá, en la Tierra.

El dolor que nos dejó su ausencia es muy grande y en nuestra humana debilidad nos cuesta mucho vernos privados de disfrutar de aquella presencia ¡tan agradable! que solía brindarnos. Es que hablar de "Vir" (como cariñosamente la llamaban los amigos de su edad) es tener y poder decir solamente cosas lindas y muy positivas de su paso por esta vida (y esto no tiene nada que ver con lo que comúnmente se piensa, que siempre se habla bien de los que ya no están). ¡No! De ninguna manera.

Soy la mamá de una de sus amigas y compañeras del colegio con quien compartió su escolaridad desde jardín y si hubo algo que siempre me llamó la atención (y las opiniones con respecto a ella son coincidentes en todos los que la conocimos) fue que era una niña muy correcta, excelente señorita, muy buena hija y gran persona pero, por sobre todas las cosas, una gran cristiana.

Desplegaba alegría por donde andaba; era animosa y colaboradora y siempre tenía buena onda. No recuerdo haberla visto desganada, enojada o en algún rincón, aislada. ¡Al contrario! Donde ella estaba, siempre había ruido, alegría. ¡Tenía una vitalidad asombrosa! Tanto es así que el día en que la despedimos de este mundo recordando todo lo que habíamos disfrutado de su hermosa presencia en vida se me ocurrió pensar que era un verdadero "cascabelito de colores". En la iglesia a la que concurrimos, donde ella creció espiritualmente y trabajó tanto para su amado Señor y Salvador (era parte integrante de un grupo de jóvenes y adolescentes muy hermoso, chicos sanos dedicados, al igual que ella, al ministerio de crecer en la gracia y sabiduría de Dios), pude notar que cuando ella estaba, a la salida de los cultos, en la vereda, mientras nos saludábamos y compartíamos unos momentos sociales entre hermanos y amigos, las risas y la alegría eran muy notorias entre los jóvenes. Hoy el estrépito hermoso de aquella sana alegría tiene otro sonido; las risas ya no tienen esa alegría tan resonante. ¡Claro!, es que el "cascabelito de colores" ya no está entre nosotros... y eso se ve, se siente y se vive de una manera especial.

Todos, adultos, jóvenes y niños, la extrañamos ¡muchísimo! Todavía nos cuesta mucho aceptar que ella ya no está entre nosotros.

En primer lugar, sabemos que, a pesar del dolor que conmueve nuestros corazones, no fue una pérdida sino tan sólo una partida a un lugar hermoso, sin igual, sin medida, sin tiempo, sin dolor ni pesar... ¡a la gloria, a la Vida Eterna, a la casa del Padre Celestial!

Quienes creemos en ese Dios de verdad al que le hemos entregado nuestras vidas sabemos que en un día no muy lejano nos encontraremos con ella y con todos los seres amados que nos precedieron. Esto sólo fue un traslado de la vida terrenal a la celestial. ¿Pensamientos? ¿Interrogantes? ¿El por qué inevitable, como tantas cosas que pasaron y todavía pasan por nuestras mentes y corazones? En nuestra humana debilidad... ¿cómo dije al principio? ¡Claro! ¡Cómo cuesta soportar y aceptar la implacable realidad de esta repentina partida! Pero sabemos y también sentimos la paz de Dios y el consuelo que encontramos en su palabra cuando nos dice: "¿Quién nos podrá separar del amor de Cristo? ¿Tribulación o angustia, o persecución o hambre o peligro o espada?".

Estamos seguros de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es Cristo Jesús, Señor Nuestro. Ante todas estas cosas, somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó y dio su vida por cada uno de nosotros. Virginia fue y sigue siendo un gran ejemplo de vida, y vaya si nos dio ejemplos. No es fácil por estos días, en un mundo convulsionado y confuso, encontrar jovencitas como "Vir".

Cabe destacar que ella provenía de una hermosa familia. Es impactante la fortaleza espiritual que tiene su joven madre, a pesar del dolor, que en su caso es el mayor por ser su mamá. Junto a su otra hija, hermano, abuela, tía y primas están unidos como siempre, como estuvieron en los momentos felices cuando "Vir" estaba. Ahora se contienen unos a otros, pero con una base común que es "la fe en Dios", en ese Dios que, si bien es soberano para quitar, también es generoso para dar, pero por sobre todas las cosas... ¡muy poderoso para consolar!

 

Ana María Ruffatto

DNI 11.720.782

Neuquén



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