>
Efecto \"limpiaparabrisas\" en Francia
Es claro que en las municipales hubo un castigo al estilo y las promesas incumplidas de Sakozy. Pero la victoria de la izquierda no se debe a sus propuestas sino a la tendencia de los electores franceses, que oscilan entre la derecha y la izquierda cada 5 ó 6 años.

Las elecciones municipales francesas siempre han servido de indicador de la evolución de los comportamientos políticos y las aspiraciones reales de los electores. A pesar de ser locales, estos comicios tienen un significado nacional, más obvio aún en el caso de los últimos, ya que se han celebrado diez meses después de la victoria de Nicolas Sarkozy en las presidenciales del 2007.

Cuando un partido gana las municipales suele subrayar su carácter simbólico a escala nacional y, al perderlas, su dimensión estrictamente local. Es precisamente esto último lo que ha hecho el gobierno de Nicolas Sarkozy. Sin embargo, es evidente que estas elecciones tienen un doble carácter -local y nacional-, sobre todo cuando se convierten en un maremoto a favor de una tendencia política.

La izquierda ganó masivamente las recientes municipales francesas. Administra ahora la mayoría de las grandes ciudades y la mayor parte de las medianas. También de los departamentos, ya que las cantonales se celebraron al mismo tiempo que las municipales.

A todo esto hay que añadir que, desde el 2004, la izquierda gobierna en 24 de las 26 regiones de Francia. Es decir, la izquierda es claramente mayoritaria en el poder local del país. No se puede hacer nada sin el acuerdo de los presidentes de las regiones y los departamentos y sin los alcaldes. Nada o casi nada.

Se plantean dos cuestiones importantes: ¿cómo es que, diez meses después de haber sido elegido y haber ganado las legislativas, Nicolas Sarkozy se encuentra ante esta situación? Y, más concretamente, ¿significa todo esto que la izquierda ha renovado en estos diez últimos meses su programa y ha ganado en credibilidad después de su derrota a las presidenciales?

Contestar a la primera pregunta resulta bastante fácil:

primero, Nicolas Sarkozy no ha sabido lucir el traje de presidente de la República. Ha decepcionado. Y sobre todo a sus partidarios.

La superficialidad, la confusión entre su vida privada y la vida pública, sus baladronadas que a veces han rozado la vulgaridad, los ataques contra la laicidad; todo esto son cosas que no les gustan a los franceses.

Nicolas Sarkozy creía que podría cambiar fácilmente las instituciones de la V República, pero ésta lo ha llamado al orden. Las instituciones heredadas del gaullismo no son entes muertos; forman parte de una cultura política muy arraigada en la Francia moderna.

Y, en segundo lugar, hay que pensar en la situación económica. Ésta se resume en una promesa incumplida: Nicolas Sarkozy se comprometió a aumentar el poder adquisitivo en un contexto de recesión económica, pero éste ha bajado y los ciudadanos saben contar. Son las facturas de los ciudadanos las que le han propinado esta bofetada electoral.

Respecto de la segunda pregunta, la respuesta es mucho más difícil.

Desde el año 1981, los franceses casi nunca han repetido una misma mayoría en las municipales. Es como si jugaran a turnarse: oscilan entre la derecha y la izquierda cada cinco o seis años. Eso se traduce en un profundo desconcierto pues queda claro que, al hacerlo, saben que no eligen entre alternativas diferentes sino que sólo optan por la alternancia entre unos partidos cuyos programas no son muy distintos entre sí. Y es que al analizar los programas no encontramos grandes discrepancias.

La izquierda no ha elaborado un nuevo proyecto, ni si

quiera ha tenido un papel destacado en las luchas sociales que se han producido en los últimos meses en Francia. El Partido Socialista, paralizado por sus querellas internas, seguía estos movimientos sociales pero no los lideraba. En lo que realmente se ha centrado es en saber quién iba a tomar las riendas del partido ahora que el mandato de François Hollande llega a su término: ¿Ségolène Royal, Bertrand Delanoë o ese "baronnet" al acecho?

Y entonces llegaron las municipales. Los ciudadanos empezaban a estar hartos de la bufonada televisiva organizada por Sarkozy, que quiere ser presidente y a la vez controlar todos los ministerios, y ha sido él el sancionado por los resultados de las municipales. Ante esto, la izquierda grita "¡Victoria!" y secretamente se dice que no hay que preocuparse, que el retorno del balancín la favorecerá.

Esto es lo que yo llamo el efecto vaivén de los limpiaparabrisas: el cambio funciona tal y como la acción de los limpiaparabrisas del coche. Los partidos políticos que pierden el poder cada cinco años no han de preocuparse demasiado: los recién llegados al poder provocarán la lluvia, los limpiaparabrisas electorales se pondrán en marcha automáticamente y echarán a la nueva mayoría. Y así sucesivamente con cada vencedor de unos comicios.

Por supuesto, hay pérdidas en el camino: el aumento de la abstención -como ha ocurrido esta vez- y también el hastío, ¡pero el sistema es así! Un partido puede volver al poder sin tener que ponerse en cuestión tras la derrota, puesto que los electores no tienen más elección que las dos grandes opciones: izquierda o derecha. Como sabiamente decía Deng Xiaoping, "No importa de qué color sea el gato; lo que importa es que cace ratones". Al ratón del poder, gracias a este efecto vaivén de los limpiaparabrisas, lo cazan alternativamente la derecha y la izquierda. Cambian las palabras pero no los hechos.

Desde 1981 la izquierda francesa se ha acostumbrado a esta situación: no necesita hacer una autocrítica, plantearse la elaboración de un proyecto serio; aún menos crear las condiciones de una alternativa hegemónica.

Sabe que los errores de la derecha propiciarán su regreso al poder casi mecánicamente. Y la derecha piensa y actúa exactamente igual. Fue un precioso espectáculo ver a la izquierda triunfante en la noche del 16 de marzo de 2008. Pero también fue decepcionante saber que no ha hecho nada para lograr esta victoria, salvo esperar la llegada del efecto vaivén de los limpiaparabrisas. ¡Qué alegría! ¡Qué tristeza!

 

SAMI NAÏR

El País Internacional



Use la opción de su browser para imprimir o haga clic aquí