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"La violencia en la escuela y la violencia en la cancha" | ||
"¿Qué fue primero -solían preguntarnos nuestros mayores cuando querían ponernos en apuros-, el huevo o la gallina?". Y, como lejos estábamos de volvernos al mundo en actitud teorética, respondíamos al unísono y sin hesitación: "El huevo", aunque nada supiéramos por entonces de los egipcios, de que para ellos el huevo era el símbolo de la eternidad y de que hubieran tenido el convencimiento de que todo deviene ab ovo. Pero hoy hay cosas más serias que desentrañar y la pregunta fundamental que con ellas pareciera vincularse podría ser ésta: "¿Es la violencia en la escuela un reflejo de la violencia en la cancha o es la violencia en la cancha un reflejo de la violencia en la escuela?". La vieja historia del huevo y la gallina, claro, porque en rigor sólo de algo estamos absolutamente seguros: hay violencia en la cancha y en la escuela. Todo induce a pensar, sin embargo -para hacer gala de un tradicionalismo perverso-, que nadie pondrá hoy en duda que donde la gente suele educarse es en el hogar y en la escuela, por lo que no sería desacertado afirmar que lo que acontece en la cancha ha de ser más bien el resultado de lo que se genera ya en el hogar y en la escuela. De modo que la pregunta a formularse debería más bien apuntar a las causas por las que estamos fracasando como educadores. Se dirá con alguna soltura que se trata de un fenómeno complejo, pero la complejidad -hasta donde alcanzo a ver- no es algo atribuible a los hechos sino al sistema, es decir, al lenguaje. Podríamos descender al infinito en la búsqueda de causas y concausas que expliquen ese fracaso hasta transferir la culpa al Big Bang y apelar quizá a reduccionismos de la más variada especie, pero lo que en definitiva habrá que hacer es ver cuáles de las muchas hipótesis que nuestra imaginación sea capaz de elaborar han de reputarse plausibles. Cumplida esa tarea habrá que esperar quizá otros doscientos o trescientos años para determinar cuál de ellas ha alcanzado un aceptable grado de confirmación. Mientras tanto, cabe suponer que seguirán volando papelitos en el aula y que continuaremos poblando las universidades de no pocos jóvenes entusiastas que deberían, en rigor, estar aprendiendo a leer y escribir. De lo que deberíamos también estar absolutamente ciertos es de que no será apelando a paraísos verbales como habremos de resolver nuestros problemas. Carlos Yácubsohn, DNI 5.809.394 - Roca |
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