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"Las intenciones de un paseo ameno se estrellaron contra la desesperación" | ||
Éste es un breve relato que destaca la negligencia que rodea todos los rincones de la naturaleza, sin excepción. Todos sabemos que el clima patagónico ha sabido representar fielmente lo que simboliza una verdadera temporada de verano. Mis hermanos han tenido la suerte de gozar esta época de altas temperaturas y de cielos despejados en San Martín de los Andes. Durante uno de sus tantos días de pesca en las costas del lago Lácar, más precisamente en una playa desconocida para el turismo, de ésas a las que se llega únicamente en bote u osadamente en vehículo y por referencia, Misha y Boris tuvieron que enfrentarse a lo impensado. Luego del almuerzo decidieron salir a caminar. Dejaron sus equipos junto al bote y comenzaron a bordear la playa. Ambos vestían traje de baño, pero Boris además tenía puesto su sombrero. El nivel del lago era más bien bajo. La playa de piedras hirvientes tenía los rastros de las antiguas olas y se podían observar las líneas de palos, troncos y ramitas perfectamente delimitadas por los diferentes niveles por los que había desfilado el Lácar. De repente divisaron fuego en uno de esos trazos. Hay que aclarar que, con el calor que hizo este verano, las ramas estaban más secas que de costumbre, demostrando ser el combustible ideal para las llamas. Así fue cómo las intenciones de un paseo ameno se estrellaron contra la desesperación. Mis hermanos corrieron hasta el lugar y observaron cómo el principio de incendio iba expandiéndose como una línea perfecta de pólvora que alcanzaba simultáneamente el ramaje circundante. Se dieron cuenta rápidamente de que provenía de un fogón mal apagado, donde se veían claros restos de carbón. No tuvieron tiempo de pensar demasiado. Podrían haber vuelto con sus cosas, navegado hasta un lugar que alcanzara la señal de celular y llamado a los bomberos o a Parques Nacionales, pero concluyeron que la ayuda tardaría horas en llegar a un lugar tan inaccesible. Entonces Misha recordó haber visto una botella tirada mientras caminaba hacia allí. Fue corriendo, la agarró y comenzó con la ardua tarea de llenarla con agua del lago y tirarla sobre la línea de fuego en expansión mientras Boris hacía exactamente lo mismo pero usando su histórico sombrero. Pensaron en taparlo, pero las piedras estaban muy calientes y yacían entremezcladas con muchos restos de árboles que seguramente avivarían aún más las llamas. Trabajaron arduamente y en soledad sin pensar que podrían apagarlo, porque el agua no alcanzaba y la consternación crecía, hasta que al cabo de un tiempo lograron extinguir el incendio. No podían creer lo que había pasado. Con una mezcla de agotamiento, bronca y alivio, se aseguraron de haber liquidado todos los rastros de quema. Finalmente llegaron a la conclusión de que gracias a la botella y al sombrero habían podido dar por acabado el siniestro, ya que ambos habían contribuido como excelentes receptáculos. Que esto sirva como ejemplo para quienes organizan asaditos en los hermosos lugares de nuestra Patagonia y se van irresponsablemente y a los apurones. La imprudencia tuvo un final feliz esta sola vez y en este preciso lugar, donde no hay guardaparques ni espacios delimitados para hacer fogones. Y existe un ingrediente más; por cierto, algo que agrego por capricho o por pura e inevitable subjetividad: de todos los lugares a los que pudieron haber ido, mis hermanos decidieron ir justamente allí; optaron por salir a caminar para ese lado y a esa hora, oyendo, tal vez inconscientemente, los gritos invisibles de la naturaleza. No caben dudas de que estuvieron en el lugar y momento indicados, defendiendo lo que aman como dos héroes anónimos a pesar de sus miedos y sin recibir reconocimiento alguno, salvo estas palabras de hermana orgullosa que están escondidas en la maleza del ciberespacio, sintiendo el mismo agradecimiento -acaso- que debieron sentir esos bosques nativos mientras atestiguaban aterrados su propia salvación.
Kira Mamontoff, DNI 25.250.427 kmamontoff@yahoo.com Buenos Aires |
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