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Don David, un español que cabalgó junto a Franco | ||
Fue en la época en que en aquel país estaba vigente el servicio militar obligatorio. En 1949, con 26 años, tomó la determinación de viajar a la Argentina y luego a la Patagonia. Fue empleado y vendedor ambulante, al tiempo que armaba su propia chacra. |
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David Fernández Méndez tiene 86 años y es un productor frutícola del valle del Colorado que hizo su aporte al desarrollo de la zona. Don David nació en Burón, provincia de Lugo, España. Es hijo de Florentina Méndez y de Lino Fernández y, como tantos inmigrantes que se animaron al desafío de venir a poblar el territorio americano, tiene tras suyo una historia cargada de esperanzas y sinsabores, de triunfos y derrotas. Después de enfrentar las atroces consecuencias de una guerra civil que no se puede describir con palabras y que fue necesario que el genio de Dalí lo explicara en el "Guernica", Ángel estuvo seis años bajo bandera y cumpliendo con el servicio militar obligatorio que instaló el general Franco cuando tomó el poder del país. Superada esa etapa, buscó otros caminos que lo llevaran hacia la prosperidad y una mejor calidad de vida, pero por sobre todo, en un marco de paz y tranquilidad que no tenía en su patria. Pero vale comenzar desde el principio. De niño, David sufrió una extraña enfermedad que se manifestaba en su cuello. El doctor que lo revisó, le indicó que debía tomar mucha leche de vaca para poder revertir este problema de salud. Por ese motivo estuvo obligado a vivir con sus tíos y primos en Asturias, ubicado a unas siete leguas de su casa. La mayor parte de su infancia la pasó allí, alejado de sus padres y sus hermanos, a quienes veía ocasionalmente. Su madre debía ocuparse de sus nueve hermanos, mientras que su padre se dedicaba a las tareas rurales y viajaba mucho de estancia en estancia, adonde fuera requerido. Por estos avatares, su infancia fue dura en un país en el cual se avecinaban acontecimientos cruentos que marcarían el inicio de una nueva era.
NADIE GANA UNA GUERRA
Un hecho que marcó a fuego su vida fue la Guerra Civil Española, que tuvo lugar entre los años '36 y '39. David, con escasos 15 años de edad, estuvo a punto de participar activamente en la confrontación. Ya lo tenían anotado junto a su padre Lino, que tenía 70. La revolución necesitaba hombres y ellos eran partidarios del liderazgo de Francisco Franco Bahamonde, más conocido como el general Franco. Si bien estaban alistados, nunca fueron convocados para entrar en combate. Pero la Guerra Civil igual dejó un horrible recuerdo en su memoria. "No había qué comer. Fue terrible... terrible", expresa lacónicamente, como queriendo alejar los fantasmas de la guerra y dar vuelta la página. En España triunfó la revolución y otra historia comenzó en la península. Entre otros cambios se instaló el servicio militar obligatorio. Así, a los 20 años, David tuvo que cumplir con el compromiso y estuvo nada menos que cuatro años afectado en África, custodiando a los prisioneros de la Guerra Civil que ya había terminado. Entre los prisioneros había españoles contrarios a Franco y también italianos. Rememora que debían hacerlos trabajar en las canteras bajo un impiadoso sol y un calor extremo. "Debíamos cuidarlos para que no se escaparan. Hacía mucho calor, el agua era escasa y salada y también estaba el peligro siempre latente del paludismo. Apenas nos daban un litro de agua por día. Los primeros tiempos fueron durísimos, nos desmayábamos durante la instrucción por las altas temperaturas hasta que nos fuimos acostumbrando a esas condiciones". "YO CABALGUÉ JUNTO AL GENERAL FRANCO" "Una mañana vimos que un avión sobrevolaba nuestro campamento. Grande fue la sorpresa de todos cuando vimos descender de la máquina al mismísimo general Franco, como todo el mundo lo llamaba. "Ocurría que Franco era aviador y en esa oportunidad llegó piloteando el avión, lo que provocó una sorpresa aún mayor". David era caballista, es decir que era uno de los soldados que estaba al cuidado de los caballos de los oficiales. Y al general Franco le gustaba mucho andar a caballo. "Fue entonces que luego de los saludos de rigor, pidió dos animales para recorrer el lugar. Y me tocó a mí llevárselos. Me pidió que lo acompañara y entonces salimos juntos a cabalgar", rememora David. "Recorrimos todas las compañías que estaban desperdigadas en una amplia superficie. Mientras marchábamos a paso lento, me hablaba continuamente y me preguntaba sobre la tropa, por la comida y por la vida del soldado. Íbamos hablando como si fuéramos amigos. "Cuando llegamos lo ayudé a bajarse. Me preguntó: '¿Cómo andás de guita?'. 'Y, la plata al soldado no le alcanza', contesté. Metió la mano en el bolsillo y sacó 100 pesetas, que era mucha plata en ese entonces. Me dijo: 'Tomá'. Primero no se la quise recibir, pero me agarró el brazo y me la dejó en la mano, al tiempo que me tiraba cariñosamente la oreja". Después de cuatro años de cumplir con el servicio militar obligatorio, David volvió a España. Lo enviaron a una provincia vasca hasta que empezaron a otorgar licencias trimestrales a los soldados. Afortunadamente le tocó en la primera salida, con el compromiso de regresar a los tres meses. Sin embargo pocos días antes de su presentación, le notificaron que no se presentara hasta nueva orden. Así estuvo dos años en su casa, esperando que se definiera la situación. Recuerda que la policía estaba muy brava en esos tiempos. "Venían a mi casa y preguntaban 'Y vos que hacés?'. 'Yo soy un soldado y mando más que ustedes', les contestaba. Y se tenían que ir sin decir nada", señaló reproduciendo un diálogo que grafica en cierta manera el clima social que se vivía en esos tiempos. "EN DOS DÍAS NOS CASAMOS" Tenía 26 años cuando recibió una carta de un pariente que vivía en la Argentina. En la misiva le decía que en este país se vivía bien, se comía bien, había trabajo y por eso lo invitaba a venir. Corría el año 49 y la idea lo entusiasmó. Empezó a arreglar los papeles a través de una agencia porque era mucha la gente la que viajaba a América. Ahí le dijeron que no podía irse del país porque aún estaba bajo bandera. "'Estoy listo', pensé. Sin embargo se me ocurrió mandarle una carta al coronel de mi compañía explicándole y pidiéndole que me solucionara el problema. A la semana recibí toda la documentación en mi casa. Entre ellas, la baja correspondiente y una carta en la que decía que como soldado había cumplido con mi deber y que podía emigrar adonde quisiera". En total David estuvo seis años bajo bandera. En esa etapa de su vida, hay que mencionar que estaba de novio con Alejandra, que luego fue su esposa. A todo esto, David no le había dicho nada de sus planes de viajar a América y sólo se lo comunicó cuando faltaban dos días para viajar. Contrariamente a lo que pensaba, Alejandra estuvo de acuerdo con esa idea y le propuso que se casaran inmediatamente. Y así fue. Pero finalmente el tan ansiado viaje se postergó porque faltaba el contrato de trabajo que tenía que venir desde la Argentina y debieron esperar tres meses, lapso en que vivieron juntos antes de separarse temporariamente. Luego David cruzó el Atlántico para ver cómo se vivía en Argentina, para después hacer que su esposa viniera a compartir su vida en estas tierras. Corría el año 1949 cuando se subió a un viejo barco que lo trajo a la Argentina para nunca más volver a tierras europeas. Ya en tierra criolla, tomó el tren que lo trasladó hacia la Patagonia para dejarlo en una estación ubicada a la vera del río Colorado. En ese pujante valle comenzaría a transitar una nueva etapa de su vida. "Cuando llegué a Río Colorado, bajé del tren y me crucé al bar de Chillón, que estaba enfrente de la estación, para ver si conocían a mi pariente. Recuerdo que eran las tres de la tarde y estaban de sobremesa. Entré a preguntar pero las preguntas las hicieron ellos. Querían saber todo de España, cómo estaba, qué había pasado en la guerra, si sabía algo de las ciudades donde vivían sus familiares. Me abrumaron con las preguntas hasta que pude averiguar cómo llegar a las chacras de la colonia". BUSCANDO SU LUGAR EN EL MUNDO La experiencia de trabajar con su pariente en las tierras de Colonia Juliá y Echarren no fue buena ni rentable. David se vio forzado a buscar otros horizontes y fue así que llegó a Buenos Aires. En la capital del país se dedicó al acopio y reciclado de papel como empleado de una firma porteña. La actividad andaba bien y observó que se podía hacer buen dinero. Por ese motivo, junto a un compañero de trabajo proyectaron comprar un camión y alquilar un galpón para independizarse. "Vamos a comprar un camioncito, aunque sea viejo para hacer el mismo trabajo pero por nuestra cuenta", le propuso a su amigo, quien aceptó de buen grado. El plan estaba en marcha cuando imprevistamente David comenzó a sufrir fuertes dolores en su pecho. "No sabía qué me estaba pasando. Fui al médico y, en forma directa y sin vueltas, me dijo: 'Si querés vivir, tenés que irte al sur'. La humedad hacía imposible que siguiera en Buenos Aires". David tuvo que abandonar los planes de independencia y volver a Colonia Juliá y Echarren. Nuevamente lo esperaban las viñas, las manzanas y las peras. Con mucho esfuerzo pudo levantarse una casita y traer a su esposa de España para echar raíces en el valle del Colorado. En el invierno David se dedicaba a la poda, mientras que en verano trabajaba en los galpones de empaque. La idea de ser su propio patrón rondaba en su cabeza. Con esa idea fija, logró ahorrar unos pesos y comprar unas siete hectáreas de tierra limpia para armar su propia chacra. La empresa no era fácil, pero el tesón de David sostenía la idea de concretar lo que se había propuesto. Plantaba un cuadro al año de frutales y al mismo tiempo ponía verduras en los otros cuadros. "Compré un carrito-fama y con eso salía a vender frutas y verduras al pueblo. Hice una buena clientela que visitaba en la mañana y al mediodía volvía con la platita en la mano. Después, con ayuda de créditos bancarios, compré un tractor, la máquina de curar y las herramientas básicas para hacer bien los trabajos de chacra. Así pude tener la chacra como quería". Con el mismo espíritu emprendedor que puso en su trabajo, David conformó una familia que ya es tradicional en Río Colorado. Tuvo tres hijos: José Luis, Pedro y Mónica, que es arquitecta y actualmente vive en España. También disfruta de sus cuatro nietos. Un año atrás perdió a su inseparable compañera de la vida, Alejandra. NO ESPERAR DE BRAZOS CRUZADOS Ésta bien podría ser una máxima que le cae bien al estilo que David Fernández impuso a lo largo de su vida. Nunca se quedó esperando que las soluciones llovieran del cielo o que los problemas los solucionara el tiempo. Conocedor de los trabajos rurales en la chacras asturianas, se sumó al trabajo rural que se practicaba en Colonia Juliá y Echarren. Trabajó podando los montes frutales de peras y manzanas -en su tierra natal no se podaban-, en las viñas y también se animó en un galpón de empaque clasificando y embalando la fruta. Tuvo un paso fugaz por el reciclado de papel en Buenos Aires, que fue interrumpido por la implacable humedad de la gran urbe que lo obligó a replegarse hacia el sur. Al mismo tiempo que trabajaba a destajo para diferentes patrones, fue armando con sus propias manos la chacra que hoy conducen sus hijos, comprando las maquinarias necesarias para lograr la excelencia en la producción. Buena parte del dinero salía de las agotadoras jornadas de vendedor ambulante, durante las cuales recorría las casas del pueblo ofreciendo las verduras de su huerta. Así fue consolidando una superficie bien plantada que fue el sostén principal de su familia y el marco adecuado para el crecimiento de sus hijos. Con 86 años, don David goza hoy de un merecido descanso, pero siempre está atento a todo lo que ocurre a su alrededor, más que nada, observando satisfecho lo construido con su esposa e hijos en esta parcela del valle del Colorado.
ALBERTO TANOS DARÍO GOENAGA |
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