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El Polo Norte, la primera víctima del calentamiento global

Albert Einstein decía que Dios no jugaba a los dados cuando quería explicar su convencimiento de que el orden natural era el resultado de una fuerza creadora superior. El dios de Einstein no era un dios dogmático; representaba todo aquello infinitamente superior, toda esa explosión de sucesos amasados en fuegos estelares durante millones de años que el hombre jamás llegará a desmadejar.

Aquel orden natural de Einstein es tan complejo como frágil. Complejo de entender, pero muy vulnerable si lo tratamos con ignorancia. De la misma manera que un virus nanométrico puede infectar a un elefante, el hombre pudo alterar la salud de un planeta.

Día a día la geografía de la Tierra se convulsiona ante el calentamiento global. Los sucesos se van multiplicando como fichas de dominó que caen, no ya en línea recta sino en una compleja red de direcciones difíciles de anticipar.

Los hielos del planeta son las primeras víctimas del calor pero el Ártico, por ser de los más poblados, muestra su incidencia inmediata en el transcurrir humano (ver infografía 1).

La veloz tasa de achicamiento de las masas de hielos árticos tiene diversas consecuencias. Por un lado se abren nuevas rutas fluviales que podrían transformar en antieconómica la utilización del ampliado canal de Panamá. El puerto de Murmansk, en Rusia, sería la puerta de un corredor hasta el estrecho de Bering y reduciría el costo un 40% (ver infografía 2). Pero, al mismo tiempo que se abren rutas, se develan islas desconocidas y tierras que los países se apuran a reclamar. Rusia no sólo ha dejado su bandera en el fondo del océano Ártico sino que reclama territorio polar como parte de su plataforma continental, en una simbólica y sorda pugna por controlar superficies ricas en minerales, hidrocarburos y agua (ver infografía 4).

Del 70% del agua que contiene la superficie terrestre, menos del 3% es dulce y sólo el 0,5% es de acceso inmediato, ya que el resto se encuentra en los casquetes polares o en los glaciales.

Todos estos sucesos que a largo plazo incidirán sobre el resto del planeta hoy afectan directamente las regiones polares y sus habitantes.

"Si el hielo se va, la fauna que vive en el hielo también se va", señaló la investigadora noruega Grete K. Hovelsrud. Los osos polares han comenzado a mostrar signos de canibalismo ya que las presas que conformaban su dieta se alejan del territorio.

El cambio de geografía, la creación de nuevas rutas fluviales y la intromisión cultural de avanzadas científicas y tecnológicas ponen en riesgo la culturalidad de los pueblos esquimales que desde milenios habitan en el Ártico.

Toda esta compleja trama de consecuencias también se manifestará sobre las capas congeladas del subsuelo ártico.

 

PERMAFROST

 

Wikipedia nos define el permafrost: "En geología, se denomina permafrost, permagel o permacongelamiento a la capa de hielo permanen

temente congelada en los niveles superficiales del suelo de las regiones muy frías. Puede encontrarse en áreas circumpolares de Canadá, Alaska, Rusia y el norte de Europa, entre otras".

Las regiones con permafrost ocupan una cuarta parte de las tierras emergidas del planeta, entre ellas el norte de Europa Asia, Canadá y Alaska.

Según una simulación realizada en el Centro Nacional de Investigaciones Atmosféricas (NCAR) de Estados Unidos, si se mantienen las actuales condiciones, en el 2050 la mitad del subsuelo congelado podría desaparecer.

Sobre la capa de permafrost se sitúan estratos de piedra y tierra en los que se asientan las poblaciones, cauces de ríos, plantaciones y el suelo de la tundra que caracteriza la región. Durante millones de años el proceso de respiración de la masa vegetal sobre esos suelos absorbió monóxido de carbono para liberar oxígeno. Ese monóxido y otros gases como el metano quedaron acumulados y finalmente atrapados en esos suelos que se congelaron.

La descongelación de estos estratos liberará una considerable cantidad de gases de invernadero a la atmósfera. Un trabajo de la Fundación Nacional para las Ciencias de EE. UU. afirma que el CO2 que contiene el permafrost de la tundra septentrional corresponde a un tercio del carbono total que flota en la atmósfera. Pero no sólo los gases forman parte del problema: la licuación de esos hielos desestabilizaría los suelos apoyados sobre él y, con ellos, las edificaciones asentadas.

Las opciones para evitar el cambio climático catastrófico son muchas: la eficacia energética y el viraje hacia los recursos renovables, la bioenergía, la energía solar, eólica y geotérmica... también existe la posibilidad de captar y almacenar CO2, mientras que diversos analistas consideran que la energía nuclear podría desempeñar un papel importante.

 

(Fuentes: Organización de Estados Iberoamericanos, Fundación Eroski, Tendencias Científicas y Reuters)

HORACIO LICERA

hlicera@rionegro.com.ar



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