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El enojo que se transformó en bodega | ||
Sergio Villa es el actual presidente de la Asociación Vitivinícola de Río Negro. Su abuelo, Profetto Villa, plantó viña y levantó una bodega en Mainqué en los 50. Hoy Sergio es productor y sueña con lograr vinos de excelencia en la provincia. |
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Sergio Villa tiene 30 años y hace dos que es presidente de la Asociación Vitivinícola de la provincia de Río Negro. Su vínculo con el sector se remonta a su abuelo paterno, un inmigrante italiano que levantó una bodega en Mainqué en la década del 50. Profetto Villa llegó al Alto Valle a principios de siglo XX. Pertenecía a una familia numerosa de L'Aquila, centro de Italia. Sus hermanos estuvieron en el frente durante la Primera Guerra Mundial y él se salvó de marchar a la contienda porque era el menor y su familia lo puso en un barco de polizón para que migrara a América. "Su familia tenía un conocido por esta zona, creo que en Ingeniero Huergo, y lo mandaron con ellos", cuenta su nieto Sergio. Acá empezó a trabajar en chacras, fue arrendatario y aprendió el oficio de agricultor en el valle que iba tomando forma. Desmonte, plantaciones de alfalfa y vid, horticultura eran las primeras experiencias; luego y lentamente se daría paso a la fruticultura. Unos años después de estar en la región, Profetto conoció a quien sería su esposa, Ema Pulgini. Ella había llegado con su familia desde La Plata, donde trabajaba en una fábrica de sombreros. Vinieron para esta zona buscando un cambio, una oportunidad. Profetto y Ema se casaron y tuvieron seis hijos, a los cuales Profetto bautizó con los nombres de sus hermanos que habían quedado en Italia: Oreste, Gaetano, Abraham, José, Enrique y Elsa. De algún modo éste sería el verdadero tiempo del arraigo de Villa, pues en él fundó una familia y adquirió tierras. La vida de su esposa Ema también se transformó radicalmente: cambió el ambiente fabril y la ciudad para instalarse en una chacra con su marido. Ella cuenta la historia de muchas mujeres de ese tiempo en esta parte del mundo. Hija de inmigrantes de origen italiano y francés, Ema tenía dos hermanos, Bipo y Elena, y sus ancestros tenían arraigo en España sobre el puerto de Cádiz, donde tenían astilleros y fábricas de aceite. Por motivos que desconocen sus descendientes, migraron a al Argentina y renunciaron a las posesiones en el lugar de origen. "En un momento la llamaron a mi abuela para que cobrara su herencia, pero ni soñando dejaban entonces viajar sola a una mujer a Europa. Parece mentira pero eran así. Se vencieron los plazos para hacerlo y siguió toda su vida en la chacra". Profetto y Ema, luego de casarse estuvieron un tiempo largo en Villa Regina, donde nacieron sus primeros hijos. Luego se mudaron a Mainqué, donde "alquilaron el campo de la viuda Caliche. Pero eran tierras malas, muy salitrosas, tanto que no pudieron hacer un proceso rápido para ser propietarios. Aun así, a costa de un gran esfuerzo y de una real capacidad de ahorro, pudieron adquirir una excelente propiedad cerca del río". En esta chacra empezaron de cero, desmontaron, levantaron la casa y plantaron las primeras filas de viñas y frutales. "Era una poca de viña, como todo italiano; no podía tener una tierra sin tener su vid. Se la vendían a Podlesch, a quien los tanos le decían 'Poliche'. Mi nonno siempre contaba una anécdota muy linda que al mismo tiempo explica el motivo de por qué decidió hacer su bodega. Resulta que le vendía la uva a Podlesch (abuelo de Carlos Podlesch, director de Vitivinicultura de Río Negro). Un día mi abuelo mandó a un hijo a buscar los tanques para cargar las uvas a su bodega, pero parece que el alemán estaba en un mal día y le dijo que no podía en ese momento mandarle los tanques. Cuando el nonno, que era un tipo temperamental, se enteró se enojó y mandó a buscar a Villa Regina a un albañil para empezar a levantar su propia bodega. Ahí nomás hizo la primera pileta. Después, claro, el proyecto creció. Al año siguiente se hizo una segunda pileta y poco a poco se levantó la estructura. Paralelamente se plantó más viña hasta alcanzar a abastecer a una bodega en la que llegaron a elaborar 1.800.000 litros. Esto fue en la década del 50 y la bodega estuvo en funcionamiento hasta hace 18 años". En poco tiempo la familia Villa empezó a moler, a vendimiar y a hacer vino. Primero vendían en bordelesas que mandaban en tren a distintas localidades, después pasaron a damajuanas de tinto, blanco y clarete. Oreste, padre se Sergio, plantó 30 hectáreas más de viña. Pero antes de eso se casó con Ofelia Avanzas y tuvo tres hijos: primero Hugo, después Graciela y mucho después Sergio. "Mi papá, cuando tenía 18 años, ya era la mano derecha del nonno: estaba a cargo de la bodega y de la chacra. Mi abuelo, por su parte, era el que hacía las relaciones públicas; todo un personaje, muy emprendedor y sociable, pero por sobre todo correspondía a esa generación de inmigrantes que, quizá por esa condición, eran muy solidarios y fervientes creyentes de las asociaciones y de las cooperativas, como las que hicieron nacer en el Valle". En un momento, ya mayor y viudo, Profetto decidió repartir sus bienes entre sus hijos y "la bodega, la casa y 12 hectáreas le quedaron a mi viejo. Para esto él tenía 30 hectáreas en sociedad con mi tío Bramito (Abraham). Unos años más tarde, ambos decidieron que cada uno tendría su tierra y dividieron las 30 hectáreas; mi viejo compró 12 hectáreas y media más y quedó con una superficie interesante. "En ese momento yo, que era maestro mayor de obras, era director de Obras de Casa Rionegrina y estudiaba arquitectura. De alguna manera, estaba lejos de la producción, pero en el momento en que mi papá dejó la sociedad con su hermano me planteó hacer algo juntos y así me sumé a la actividad -relata Sergio-. Para esto la bodega de mi abuelo, que había funcionado tantos años, atravesó una crisis como consecuencia de la crisis sectorial y decidieron cerrarla. De esto hace unos 18 años. En un momento pasó que era más rentable mandar a moler la uva a otras bodegas que hacer funcionar la propia y la bodega familiar se cerró". Pese a todo, la bodega aún hoy sigue en pie, rodeada de nogales e higueras que dan testimonio de lo que fue. Esto no implicó que la familia de Sergio abandonara la actividad. Actualmente son productores que venden a bodegas del Valle. Cuenta Sergio que cuando dejaron de hacer vino tenían una producción importante. "Sacábamos cerca de 1.500.000 kilos. Todos mis tíos se dedicaron a la fruticultura y nosotros nos quedamos sólo con vid. Fuimos los más porfiados, seguimos apostando a esta actividad, que es fascinante". Cuenta que tienen las variedades tradicionales que se hacen en el Valle y que vendieron durante los últimos veinte años a casi todas las bodegas de la región, entre ellas Cunti, Millacó, Pirri Siracusa en Huergo (Bodegas Cepas Rionegrinas). "Mi viejo siguió vendiendo durante un tiempo las uvas y vinos elaborados. Los que vendemos la producción, los que entregamos a bodegas para la molienda, tenemos la opción de guardar en vasijas. Esta alternativa te permite quedarte con un 55% del valor de lo entregado y comercializar vino en forma personal. Los últimos 20 años hicimos las dos cosas". En el año 2000, atravesando el pico de la mayor crisis económica que recuerda el país, Sergio decidió meterse en la actividad. "Arranqué con mi viejo, me metí en el mundo de la vitivinicultura. En realidad no sentí que caía como un paracaidista sino que volví al mundo del que salí -explica-. Los primeros recuerdos que tengo de mi infancia son en la bodega del nonno: sus aromas, la madera, la penumbra silenciosa del lugar. Tendría 4 años cuando me llevaron por primera vez a ver la molienda. Estaba vestido con pantalón corto con tiradores, camisa blanca y zapatos de charol. Iba de la mano de mi mamá viendo pasar los tractores cargados de uvas. Lo vi a mi papá, me solté de la mano de mi mamá y corrí. Mi papá iba a ver la descarga de uvas y me llevó a la bodega. Me sentaron en una de las paredes de la pileta, que recuerdo enorme. Estaba asustado y fascinado. Recuerdo perfectamente cómo un peón que se llamaba Riquelme tiraba la uva que empezaba a mezclarse en el sinfín. Con la misma fascinación miro hoy ese proceso. La viña es tan noble... tiene alma. "Aprendí mucho al lado de mi viejo pero me di cuenta de que hacía cosas naturalmente, sin haberlas aprendido, como podar, atar viñas y un montón de cosas más. Me encanta la actividad; la vitivinicultura fue la madre de la fruticultura del Alto Valle. Le debemos mucho, aun cuando no se la valora". Durante estos años, cuenta Sergio, dio un salto cualitativo en la actividad pero es consciente del gran desafío que tiene por delante (ver Historia de Acá). "Los que nos precedieron nos enseñaron la fuerza de las cooperativas. Por eso estoy aquí en la asociación, retomando el sueño de nuestros abuelos bodegueros, viñateros que ayudaron a levantar este Valle. La transformación es posible. Hay modelos exitosos. Hay personal capacitado, hay experiencia, sólo resta unir a todos para dar paso al cambio.
SUSANA YAPPERT |
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