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El INDEC, síntoma de decadencia
La intrusión del gobierno en el organismo lo hace poco creíble. Incluso índices que son favorables al poder central se tornan dudosos.

Cuando se le pregunta sobre la veracidad de las cifras del INDEC, el ministro de Economía contesta que nadie tiene una estructura como la de este organismo para poder medir mejor la inflación. Y tiene razón. Por eso es tan grave que se lo haya intervenido desde el gobierno y que sus datos no tengan hoy ninguna credibilidad. Nadie puede hacer el trabajo que éste hacía antes y, por ende, la economía ha perdido una brújula irreemplazable para poder moverse con eficiencia. Por eso, ante el anuncio de que lanzarán un nuevo índice de precios, es importante recalcar por qué es tan importante que éste sea confiable.
No es raro que las negociaciones salariales que se avecinan parezcan tan conflictivas. Es posible que los empresarios y los gremios se pongan de acuerdo sobre cuál debería ser el aumento real del poder adquisitivo del salario; es decir, cuánto debería subir sobre lo que varíe la inflación, pero ¿cuál inflación? La del gobierno, que fue del 8,7% en el 2007, o la que manejan los medios y la gente, y por ende los sindicatos, que llega al 25%. ¿Cómo se concilia una diferencia de más de 16 puntos porcentuales? Imposible.
Este problema no solamente lo tienen quienes deberán negociar salarios sino también los que deben discutir pagos futuros, alquileres, tasas de interés, etcétera. Cuando la credibilidad del INDEC estaba intacta, todos nos remitíamos a sus cifras y la discusión se terminaba. Ahora eso no existe más. Y no sólo eso: se ha puesto en duda la confiabilidad de otros indicadores e incluso se ha perjudicado el funcionamiento de los relevamientos de algunos como el de empleo, que le era favorable al gobierno.
A esto debe sumársele que, cuando alguien quiere realizar una inversión importante en la Argentina, hace una evaluación de su posible evolución futura y esto, sobre base de los datos oficiales y estimaciones que surgen de ellos. Por lo tanto, si los primeros no son confiables, el resultado de la evaluación tendrá un mayor grado de incertidumbre. Para cubrirse de este mayor riesgo, el empresario exigirá al proyecto una mayor tasa de ganancia. Esto genera dos perjuicios para el país; uno, si el rendimiento del proyecto es más bajo que el riesgo que tiene que asumirse para obtenerlo no lo hará y el país habrá perdido producción, puestos laborales y bienestar. Por otro lado, si logra igual ser conveniente y se realiza, la mayor ganancia que debe llevarse el emprendedor implicará una menor porción de “torta” para el resto de la sociedad.
Ahora pasemos al tema al que menos relevancia se le ha dado pero que es el más importante de todos: la relevancia institucional del INDEC. En una democracia republicana, los ciudadanos tenemos la obligación de controlar a nuestros gobernantes. Para ello necesitamos información creíble, lo que justifica la existencia de organismos como el INDEC que la brinden. Pero si el gobierno interviene esos organismos y maneja arbitrariamente los datos con los que los ciudadanos tienen que controlarlo, ¿de qué democracia republicana estamos hablando?
Alguien puede argumentar que a los argentinos eso no nos preocupa y mi respuesta será: por eso somos un país que hace muchas décadas viene decayendo. Un filósofo decía que no había democracia que funcionara si sus habitantes eran individualistas, es decir, si se preocupaban solamente por lo propio y no se comprometían con el bienestar común, con lo público. En la Argentina casi todos podemos identificarnos con ese “no te metas” o “yo me borré”.
Todos estamos inmersos en esta cultura de irresponsabilidad cívica. Sin embargo, ¿cómo le podemos exigir a doña Rosa un mayor compromiso cuando la dirigencia argentina no lo tiene? No hablo de los políticos, sino de la dirigencia empresaria, intelectual y profesional. Aquellos que tienen mayores posibilidades de medios económicos, de comunicación y conocimientos, por lo que les cabe una mayor responsabilidad social y cívica. Seguramente, cada uno de nosotros puede escribir una lista interminable de justificaciones para no comprometerse. Es sólo un signo más de inmadurez cívica. Los chicos y adolescentes hacen lo mismo cuando uno les demanda el no haber cumplido sus obligaciones.
Alguien dirá que es poco lo que puede aportar al cambio cultural de respeto institucional, democrático y republicano que necesita el país.
Una vez, una periodista le preguntó a la Madre Teresa de Calcuta si valía la pena tanto sacrificio para salvar o aliviar las penas de una centena de personas, cuando afuera decenas de miles morían y sufrían por horribles enfermedades. Ella la miró y contestó: “Acá están mis cien, ¿dónde están los tuyos?”. ¿Qué ocurriría si, cada día, cada uno se preguntara a sí mismo: “¿Dónde están mis cien?” en materia de responsabilidad cívica? ¿Qué pasaría si asumiéramos, en la medida de nuestras posibilidades, ese compromiso que les debemos a los demás de tratar de hacer lo posible para cambiar el rumbo de decadencia de este país, sin preocuparnos por si los demás lo hacen, simplemente asumiendo con madurez la parte que nos corresponde y dando el ejemplo? Seguramente les dejaríamos a nuestros nietos un país mejor que el que recibimos y con un futuro de desarrollo por delante.
Esto no es algo que no podamos hacer o que otros no hayan hecho. Ya lo hicieron los que dieron origen a nuestra Nación y los que luego la organizaron a partir de 1853. Así consiguieron poner a nuestro país en los primeros lugares del escenario mundial. Hoy no sólo podemos actuar de acuerdo con su ejemplo, es nuestra obligación.

 

 



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