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Un conflicto evitable
La tensión generada por el operativo colombiano en tierra ecuatoriana fue amplificada por razones de política interna de los gobiernos, especialmente el de Hugo Chávez.

La crisis triangular entre Colombia, Venezuela y Ecuador, generada por la muerte del “ministro de asuntos exteriores” de las FARC, “Raúl Reyes”, revela ángulos de observación y análisis novedosos y endémicos, paralelos y contrastivos.
En primer lugar, curiosamente, el epicentro de la alarma que amenaza con provocar una de esas “guerras” entre países latinoamericanos, una rareza en la historia del subcontinente, si se la compara con la europea, no reside en la confrontación original entre Ecuador y Colombia. Se cimenta sobre la coyuntura interna de Venezuela.
Significativamente, las consecuencias del enfrentamiento y su explotación por parte del presidente venezolano Hugo Chávez pueden cobrarse una víctima en el delicado estado de la integración intra-latinoamericana.
La desproporcionada reacción de Chávez ante el limitado incidente producido por la entrada de fuerzas armadas de Colombia en territorio ecuatoriano para infligir un golpe preciso y demoledor a un contingente de la guerrilla colombiana revela, más que las maltrechas relaciones internacionales de la zona, la precaria situación interna del propio mandatario venezolano.
Obsérvese que los improperios lanzados al presidente colombiano Álvaro Uribe (mafioso, lacayo del imperio), sin ser una novedad en el tono, sorprenden porque limitan notablemente el terreno de maniobra del hombre fuerte venezolano en la explotación de las delicadas negociaciones del canje de rehenes y prisioneros. El protagonismo disfrutado por Chávez al convertirse en insólito mediador de un intercambio, con el resultado de surgir como figura insustituible, se ha visto dañado probablemente de forma irremisible por su intromisión en un asunto que técnicamente atañe solamente a la relación entre Ecuador y Colombia.
Por lo tanto, uno se tiene que preguntar por las razones que han impulsado a Chávez a advertir que la acción de Uribe puede desembocar en “una guerra en Sudamérica”, interfiriendo en lo que estrictamente debiera ser un problema a dirimir entre Correa –quien ha estado muy moderado en todas las controversias de la zona– y Uribe –quien ha salido muy reforzado de la exitosa operación militar–.
La explicación que viene a mano es que el mandatario venezolano está pasando por un período serio de problemas internos –desabastecimiento, enfrentamientos con sectores que hasta ahora se habían mostrado condescendientes...–. De ahí que necesite un tema externo con el que coagular de nuevo la tensión nacionalista. Está por ver si la táctica le dará los ansiados réditos, sobre todo porque esta vez está poniendo en marcha el estamento militar hacia un enfrentamiento que en el fondo nadie desea.
La segunda dimensión de la crisis es que las tensiones intra-latinoamericanas son una rareza en la historia de América Latina, con las excepciones notables de la guerra de la Triple Alianza contra Paraguay, el conflicto peruano-chileno-boliviano y el diferendo paraguayo-boliviano en el Chaco. El resto quedó en limitados conflictos de apenas efectos fronterizos. Pero, en cualquier caso, tanto las guerras como las “guerritas” latinoamericanas han tenido efectos devastadores sobre los experimentos de integración regional. Esta vez, la víctimas propiciatorias van a ser la Comunidad Andina, a la deriva desde la salida extemporánea de Venezuela, y el Mercosur, en convulsión por sus propias contradicciones internas y el ingreso insólito de Chávez, como el elefante en la cacharrería.
En este panorama no se sabe bien qué efectos puede tener la oferta de España, que “sigue con preocupación” el problema y ha llamado a la “calma” y a que resuelvan “sus diferencias” mediante la diplomacia. Si bien Madrid tiene una buena sintonía con Quito y Bogotá, su relación con Caracas todavía se resiente del incidente entre Chávez y el rey Juan Carlos I. Más fortuna puede tener Francia, ya implicada en la liberación de Ingrid Betancourt, pero precisamente sus buenos oficios se ven dañados por el hecho de que su más destacado agente en la labor de intermediación haya resultado muerto. Para nada ayudan las palabras de Fidel Castro (“Se escuchan con fuerza en Sudamérica las trompetas de la guerra”), para alarma de su hermano Raúl, que tenía esperanzas mal disimuladas de conseguir concesiones de Washington.
En el resto del continente también contrastan las actitudes del nicaragüense Ortega (“Se matan las posibilidades de paz”) con las conciliadoras palabras de Michelle Bachelet (lamentación de que “Ecuador se haya sentido agredido”). Se espera que al final se imponga la cordura, quizá de dirigentes que todavía tienen campo de maniobra (Alan García en Perú y siempre Lula desde el Brasil). Como ha ocurrido en los recientes años, el país “irremplazable”, Estados Unidos, no va a tener más remedio que mantenerse ausente.

EDUARDO MONDINO
Defensor del Pueblo de la Nación
(*) Catedrático Jean Monnet y director del Centro de la
Unión Europea de la
Universidad de Miami
jroy@miami.edu

 

“La guerra que EE. UU. quiere y necesita”

Durante muchos años Estados Unidos intentó crear condiciones para que Sudamérica tuviese un conflicto armado. De hecho, trabajó y operó permanentemente en distintos frentes promoviendo conflictos internos en décadas pasadas.
Nunca estuvo ajeno a las dictaduras y a los genocidios de nuestros pueblos. Hoy está próximo a conseguir que en esta parte del continente americano también haya una guerra. Es imprescindible que hoy, más que nunca, los gobiernos latinoamericanos tengan la inteligencia, la mesura y la prudencia necesarias para evitar una verdadera tragedia. Es más que evidente la provocación para que se desate el conflicto y esto permita a la industria armamentista hacer negocios y a los “halcones”, desplegar tropas en toda América Latina. En esta hora tan crucial se necesitan hombres con temple y coraje para no dejarse llevar por la estrategia de los que medran con la guerra.
Latinoamérica quiere y necesita paz e integración para poder desarrollarse y saldar su deuda con los pobres y marginados de este tiempo. Nuestros pueblos precisan educación, cultura, trabajo; en definitiva, vida. Las guerras sólo traen desolación y muerte. No le demos a Estados Unidos la guerra que tanto buscó y necesita.

JOAQUÍN ROY (*)
IPS



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