Cómo hay que tratarlo? ¿Comandante? ¿Maestro? ¿Plantador de arroz? Porque usted fue docente y arrocero hasta sumarse a Fidel, ¿no? –Sí, yo ya tenía como 30 años. Lo de comandante fue en la lucha contra Batista, ése era el estándar de edad que teníamos quienes mayor peso de responsabilidades teníamos en esa lucha. Pero había de todo, claro. Se sumaban chicos, muchachos muy jóvenes y gente mayor que nosotros. Cuando cayó Batista, teníamos de todo, de todas las edades. –¿Cómo define en pocas palabras aquel tiempo, esa lucha? –De entrega, una entrega muy digna, muy bella. Era la Patria de uno, ¿no? Era por todos, por uno. –¿Por qué no enfrentó militarmente su detención aquel día de... –...el 21 de octubre del ’59. –Usted lo ha explicado, he leído incluso su libro, pero en alguna medida ésa es la primera y última resistencia potencialmente inquietante que tuvo, desde su propio frente interno, Fidel en medio siglo en el poder. Usted tenía el apoyo de gran parte del Ejército Rebelde. –Yo no iba a derramar sangre enfrentando a quienes teníamos tanta historia en común. Mi gente quería resistir la orden de arresto, pero yo tomé todos los recaudos para que nada, nada se saliera de madre. Yo actuaba con sinceridad. Le había dicho a Fidel, incluso por carta, que no compartía ciertos estilos que se estaban imponiendo, que comenzaban a caracterizar el andar de la Revolución. Yo fui sincero con Fidel, me debía a mí mismo y a la sangre que nos había costado derrotar a la dictadura... ya aparecían el dogmatismo, los autoritarismos. Ésas eran algunas de las características que yo veía que se iban apoderando de, que estaban desviando la Revolución. Yo no buscaba poder. Yo ya había cumplido con mis ideas, mis convicciones: derrotar a la dictadura. Lo que quería era una Revolución, que fuera... –...humanista. La define su amigo Carlos Franqui. Él habla de la “cubanía libertaria”. –Bueno, sí, sí, un dictado de libertad. –Usted formó parte del puñado de líderes en la lucha contra Batista... –Le aclaro que yo no estuve en el desembarco, en el “Granma”, el grupo original que llegó a las sierras, muy diezmado pero llegó. CAMILO Y EL CHE –Sí, conozco su historia (ver aparte). Pero usted fue uno de los timoneros en la lucha contra Batista y a posteriori la Revolución le acreditó un mando militar de mucha significación. ¿En algún momento de ese agitado tiempo de inicio de la Revolución usted le transmitió al Che y a Camilo Cienfuegos sus preocupaciones por el rumbo que ésta iba tomando? –Lo hablé fundamentalmente con Camilo; éramos muy amigos. Él fue una de las figuras más llamativas de la Revolución... popular, expansivo, muy expresivo. ¡Una figura muy interesante! Él tenía en claro mis preocupaciones. –¿Y el Che? –Bueno, con él nos veíamos menos. Eran tiempos de mucha actividad, teníamos mucho por hacer y... el Che andaba de un lado para otro. Él tenía su asiento en La Habana, yo en Camagüey. Además él era muy particular; también muy popular, pero muy particular... –¿Particularidad en qué? –Era muy reservado, podían pasar semanas sin saber en qué andaba. –Usted habla de su amistad con Camilo. Pero en relación con el sesgo que tomaba el proceso, Camilo parece a medio andar entre idolatrar a Fidel, por un lado, y aceptar las inquietudes que usted le planteaba. Es él, además, quien lo va a detener a usted en aquel octubre del ’59. ¿Camilo no se atrevió a seguirlo? –Yo no se lo pedí ni él lo hizo. Mi actitud no buscaba un enfrentamiento, dividir. Yendo a lo concreto, dos semanas después de mi detención, Camilo desaparece. Hubo gente bajo mi mando que incluso, ante mi detención, se suicidó. Consideraban que mi detención era una expresión de cómo la Revolución estaba siendo traicionada. Hay mucho escrito sobre esto. –¿Camilo desaparece o lo desaparecen? Usted sabe que en este tema hay una biblioteca a favor y otra en contra. –Raúl lo veía como un adversario en la estructura de poder, muy a pesar de que Fidel no lo tomaba, diríamos, no lo tomaba en serio a Camilo. Yo no lo puedo probar, pero sí, no descarto que lo desapareciesen. –Y ahora manda Raúl. Pero antes de entrar en él, ¿cuándo usted comienza a sentir que la Revolución tiene desviaciones, siente que va hacia el comunismo? –Por lo menos eso es lo que comenzaba a desprenderse de publicaciones de la Revolución, notas que tenían fundamentalmente un destinatario: los miembros de las fuerzas armadas. Comenzaba un tenue adoctrinamiento y yo fui y se lo dije a Fidel, que tomó mi reflexión muy ligeramente. No pueden, nunca pudieron, decir que no fui sincero, frontal, a la hora de marcar diferencias. –Y ahora Raúl. ¿Cómo lo define desde lo político? –Opaco, siempre a la sombra de Fidel. Burócrata, burócrata a lo soviético. Callado, nada directo como Fidel... rígido, organizado. Así organizó y maneja desde hace medio siglo la maquinaria militar cubana. Ese aparato es Cuba, es toda su política, es una estructura que resume la vida misma de cada cubano. –Bueno, quizá Raúl haya cambiado a la luz de los problemas que encara la Revolución. ¿No es optimista en relación con la mudanza? –No se trata de ser o no optimista sino de ser cauto. En medio siglo de ejercicio absoluto del poder se ha creado una maraña muy grande de intereses, hay un inmenso aparato que tiene exigencias, que tiene demandas. Es un aparato de poder muy fuerte. No se trata tanto de Raúl o no Raúl, sino de todo el poder reproducido a lo largo de ese tiempo y de lo que ese poder está dispuesto a conceder o no. No hay que apurarse. –¿Qué quiere decir? –Que hay que observar, esperar. También hay que tener en cuenta que, con el régimen de Fidel, les ha ido mal a millones de cubanos, constreñidos a vivir sin libertad, pero les ha ido muy bien a inversores extranjeros de sectores muy activos, como es el caso del turismo. –¿Qué me quiere decir con eso? –Que esos sectores también cuentan a la hora de evaluar cómo puede jugar cada uno en este momento. Hay que esperar. ¡Hemos esperado tanto!... EL ELEGIDO Fue una noche de los días de Sierra Maestra. Noche de tormenta caribeña. El C-46 aterrizó a traqueteo violento en una pista improvisada por Fidel y los suyos. Terreno escaso para tamaña operación, pero sobraba coraje adentro del avión. El piloto quizá haya sido Díaz Lanz, quien llegaría a comandar la Fuerza Aérea Revolucionaria. Pero, ya disidente con el rumbo que tomaba el proceso, se iría a Miami. Y un día se descolgaría sobre La Habana al timón de un B-26 con la panza cargada de bombas. Pero aquella noche, por la puerta del C-46 apareció un hombre al grito de “Vamos, vamos, a descargar”. Era Huber Matos. Y se sumó a sacar cajones del avión y meterlos en el monte. Todo tenía que ser muy rápido. Como aquellas operaciones de la RAF destinadas a respaldar al maquis en la Francia ocupada por los nazis. Llegar, salir. “Pepe” Figueres, noble y legendario presidente de ese país digno que es Costa Rica, cumplía: armas para la lucha contra el dictador Batista. Esa noche el arrocero y maestro Huber Matos se quedó con los rebeldes. Subió a la sierra. Se sumó a la pelea. Y se destacó tanto en el combate, que Fidel le entregó una de las columnas, que como la del Che y la de Camilo, comenzaban a serpentear en Cuba con la mira puesta en La Habana. Cayó Batista. La Revolución fue un hecho. Con los meses, Matos sintió que le estaba dejando de pertenecer. Había peleado contra una dictadura, no quería otra. Se lo dijo al propio Fidel. –Traidor –le gritaron y lo juzgaron. Se defendió durante tres horas y media. Lo condenaron a 20 años de prisión. –No se atrevieron a fusilarme, era muy querido –recuerda siempre. Lo encerraron en El Morro, frente al salado Caribe. Querían quebrarlo, como a tantos. Sacarle una confesión de arrepentimiento, como al poeta Heberto Padilla. No lo lograron. Cumplió su condena. Y partió rumbo a Miami. Pero pasa muchos de sus días en la cálida Costa Rica, aquella de don “Pepe” Figueres. Cero barba, cero pelo “El 16 de octubre de 1959, doce días antes de la desaparición de Camilo Cienfuegos, Fidel Castro suprime el Ministerio de Defensa, al que estaban adscriptos como órganos independientes el Ejército Rebelde, bajo el mando de Camilo, la Marina de Guerra y la Aviación Rebelde y otros organismos militares, y crea el Ministerio de las Fuerzas Armadas, bajo la jefatura de Raúl Castro. Camilo queda subordinado al mando de Raúl. ”Una de las primeras decisiones de Raúl fue ordenar una depuración del Ejército Rebelde, del que fueron licenciados cientos de guerrilleros serranos, entre ellos un grupo de la columna de Camilo, incluida su escolta. La segunda decisión de Raúl fue la de que se cortaran el pelo y afeitaran los hasta entonces famosos peludos y barbudos serranos cuyas barbas eran tenidas como el símbolo de la Revolución. ”El espíritu de fraternidad y compañerismo serrano fue suprimido y sustituido de un plumazo por una rigurosa disciplina militar. ”Eliseo, el teniente aviador que manejaba la avioneta del Che Guevara, contaba entre la seriedad y la risa el conflicto que vivía por órdenes estrictas del Che. Mientras manejaba el avión o estaba con el comandante argentino tenía que seguir con el viejo y raído uniforme de los primeros tiempos, los pantalones por encima de las botas, pero cuando la avioneta aterrizaba en Columbia (campamento militar situado en La Habana) tenía que bajar con el nuevo uniforme y la marcialidad ordenada por Raúl. Y si no lo hacía, era castigado. ”El Che, que siempre tuvo un espíritu bohemio, un vestir despreocupado y una manera de caminar y comportarse nada castrense y más bien snob, con las botas sin amarrar y un aire muy particular, era el único que atravesaba el campamento sin que nadie, ni siquiera Raúl, se atreviera a meterse con él. Y Raúl descargaba sus furias sobre el pobre teniente cuando éste no andaba acompañado por el Che. ”Raúl, sin informarle a Camilo, ordenó que un grupo de rebeldes de su antigua columna fuera llevado a una barbería y, después de cortarles las barbas y las melenas, los licenció de las Fuerzas Armadas y los envió a los pueblos del interior de donde procedían. ”Según el comandante Félix Duque, la reacción de Camilo fue tremenda. Duque, a quien por su valor y su audacia llamaban ‘El Loco’ durante la lucha guerrillera, era muy estimado y admirado. Gozaba del prestigio de haber escapado con vida de muchas acciones suicidas por su serenidad y prontitud de reflejos, y era uno de los mejores amigos de Camilo. ”Duque llegó a una casa de huéspedes en El Vedado, en la que vivían varios de sus amigos y compañeros revolucionarios, venía muy agitado, estaba pálido, cosa rara en él, y casi sin saludar dijo: ‘Algo grave está pasando, creo que hay una lucha por el poder. Camilo, muy encabronado, me fue a buscar para que lo acompañara a ver a Raúl para exigirle cuentas de por qué se había permitido, sin su permiso, pelar, afeitar y licenciar del Ejército Rebelde, del que se suponía que era todavía jefe, a varios de sus compañeros’. ”Raúl comenzó a gritarle histérico a Camilo, la discusión se puso violenta y, en un momento de arrebato, Raúl, que era dado a esos gestos de guapería barata, sacó su pistola. Camilo, a quien como todos saben nada metía miedo, le contestó muy sereno: ‘Úsala pronto, porque si no te la voy a quitar’. Forcejearon y Camilo le arrancó la pistola y se la tiró al suelo, marchándose y ordenándole a Duque que lo acompañara y estuviera preparado por lo que pudiera ocurrir mientras salían de la guarnición militar”. (Carlos Franqui en “Camilo Cienfuegos”; Seix Barral, Barcelona, 2001, págs. 146 a 148. Franqui fue miembro de la lucha contra la dictadura de Batista. En 1955, desde la clandestinidad, creó el diario “Revolución”, órgano de difusión del Movimiento 26 de Julio. Lo dirigió hasta 1963, cuando rompió con los hermanos Castro debido al autoritarismo en que había devenido el proceso. Hoy vive en Roma y es autor de “Diario de la Revolución Cubana 1952-1958”.)
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