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\"Mi orgullo es haber hecho de un desierto un vergel\"

Encarnación Rodríguez de Todero nació en Cervantes el 29 de febrero de 1928. Fue el pueblo elegido por sus padres, inmigrantes españoles que llegaron a la zona en 1912. Siguió vinculada a la tierra con su marido, en Campo Grande y en chacras de Neuquén.

Encarnación vive hace unos meses en la capital neuquina. Todavía no logra acostumbrarse a estar en un sitio distinto a una chacra, porque nació entre la alfalfa y creció entre viñas y frutales.

La última chacra que habitó junto a su esposo fue literalmente comida por el crecimiento de la ciudad de Neuquén. Cuando llegaron allí, la propiedad estaba lejos del pueblo y, con el tiempo, la urbanización la tuvo como una isla.

"Encarna" extraña su casa rodeada de rosales, perros, río y aroma a frutas. "Es que ella prácticamente hizo esa casa -señala su hijo-, fue la directora de obra". Cada sitio fue imaginado y materializado por esta mujer alegre, a punto de cumplir 80 años y 60 de casada. Demasiado tiempo para olvidar y dejar atrás.

La historia de "Encarna" se teje a lo largo del Alto Valle: nació en Cervantes, siguió en Campo Grande y terminó en Neuquén.

Su padre, don Lucinio Rodríguez, llegó al pequeño pueblo de Cervantes en 1912. Venía de España. Había nacido en1887 en Mansilla de las Mulas, provincia de León. Hijo de Nicolasa Panera y Benito Rodríguez, fue el menor de cinco hermanos, el que un día se animó a dejar su familia y su aldea atrás para ir a América.

"Llegó solo a la Argentina. Su primer trabajo fue en la construcción del dique Cordero (hoy Ing. Ballester) -relata su hija-. Pero allí no permaneció mucho tiempo porque unos amigos suyos, que eran del mismo pueblo que él y que estaban radicados en General Roca, lo convocaron para que se sumara como empleado de su casa de ramos generales. Era la Casa Fernández, Criado y García, donde Rodríguez ingresó como carrero, encargado de repartir mercaderías por el pueblo y los senderos de chacras". "Los Fernández y Criado tenían un almacén grande de ramos generales en Buenos Aires y otro en Roca", recuerda Encarnación.

Durante los primeros tiempos en este lugar, Rodríguez conoció a Casilda Turrado, de General Roca, de quien enviudó al año de casados al fallecer durante el parto su esposa y su bebé.

Unos años más tarde, Lucinio conoció a una amiga de la familia Criado, a una españolita como él, quien había venido con ellos para "hacer la América". Era Manuela Turienzo, nacida en Quintanilla de Zomoza, provincia de León, hija de Francisca Buerga y Andrés Turienzo. Manuela también decidió partir, dejar atrás familia, aldea, tertulias y los famosos mantecados de Astorga.

Manuela viajó al cuidado de una señora llamada Encarnación, en homenaje a ella una de sus hijas lleva su nombre. Una hermana de Manuela también dejó su tierra para radicarse en Uruguay, con ella

se escribieron toda la vida pero nunca más volvieron a verse. Muchos años después de la llegada de estas hermanas a América, sus hijos se buscaron y se encontraron. En casa de Manuela había una lata de tabaco en la que las mujeres conservaron su correspondencia y objetos muy personales. Manuela guardaba la caja bajo llave en un armario y lo mismo hizo su hija "Encarna" cuando la heredó. Un hijo suyo se sintió atraído por esa lata que guardaba tantos secretos familiares y allí encontró las cartas con una dirección en Montevideo. 74 años después, los hijos de estas españolas se conocieron en la vecina orilla.

Cuando Lucinio y Manuela se casaron fueron a vivir a una chacra de 100 hectáreas, propiedad de Agustín Fernández, en la que fueron medianeros. Allí, en el límite entre Cervantes y Mainqué, el matrimonio tuvo tres hijos: Pilar, Lucinio Vicente y Encarnación.

En adelante, la familia se dedicó primero al cultivo de alfalfa para semillas, papas y vid "que llevábamos a Roca a la bodega de Agustín Fernández. A la chacra venía la trilladora -cuenta Encarnación-. Había mucha alfalfa. Era el tiempo de los arrozales. Mi papá los conoció: eran los arrozales de Blasco Ibáñez y yo recuerdo que veía esas chacras inundadas...".

Encarnación Rodríguez, la menor de aquella familia, cumple 80 años el 28 de febrero. Cuenta que en realidad nació el 29 de un año bisiesto, pero el juez Lledó la registró como nacida el 28 para evitar complicaciones.

"La mía fue una casa española en muchos sentidos, por el idioma,

por las costumbres, las creencias, las comidas. Nuestros padres hablaban siempre de su España. Nunca regresaron pero su tierra siempre estuvo presente en sus corazones. Aquí no fuimos ricos, pero nunca nos faltó nada. Nos criaron amorosamente. Mi padre era muy dulce". Ella lo recuerda a él con mucho cariño, como un buen hombre y muy trabajador. Era tan afectuoso que todas las frases hacia ella iban seguidas con un alentador: "¡Anda bonita!". "Si me pedía que fuera a trabajar y yo le decía que estaba cansada, me convencía

con el afecto. Cuando terminaba mi tarea en la chacra me decía que con lo que había ganado me fuera a comprar un lindo vestido a Roca. Siempre estábamos impecables. Mi papá era elegante, pese a trabajar en la chacra. Si iba a la herrería a pedir un trabajo se vestía de traje y corbata, se perfumaba y peinaba". Lo visualiza como un hombre pequeño, ágil e inquieto y muy buen bailarín de jota, quizá esa misma jota que ella aún lleva encendida en su alma con la idea de que "el que canta y baila, sus penas espanta".

"Era la época de las romerías españolas en El Recreo, donde la gente iba de punta en blanco. Cuando estábamos en los bailes la gente pedía: '¡Que los hijos de Lucinio bailen la jota!'. Realmente lo hacíamos bien, en casa éramos muy bailarines, papá nos enseñaba".

En El Recreo se hacían las fiestas de categoría y las romerías. Las mujeres iban con sus vestidos largos y los hombres con los cuellos duros. Algunos llegaban a los bailes con chofer y las niñas iban a acompañadas por sus madres. Aún recuerdan que servían allí el chocolate espeso con masas finas.

La chacra de Encarnación era un lugar alegre. Eran españoles alegres. Tenían amigos y no se perdían oportunidad para el encuentro. Así iban a los bailes del Prado Español, al Corso, a los encuentros de la colectividad española de Roca. "Trabajamos como burros, pero siempre guardamos espacio para al diversión. Papá tenía una yegua pura sangre que tiraba la villalonga, después tuvo un auto. Pero usábamos esos transportes para movernos, para ir a la escuela o a los bailes. También usábamos el trencito que pasaba para Roca".

Cervantes era un pueblo chico y Rodríguez conocía a todo el mundo, era un ser sociable y solidario. Su esposa era famosa por sus sustanciosos pucheros y tortillas, sus tejidos a crochet y sus dichos bien castizos tales como: "Nunca dos riñen, si uno calla", "Por uno que vais, dos que vengáis", "Atájalas, que son bellotas", "El que anda en las berzas, tarde o temprano cae en ellas" y tantas otras que siguen siempre vigentes en su familia.

"Mamá era una mujer muy trabajadora -recuerda Encarnación-. Hacía de todo y además nos enseñaba a hacer cosas a nosotras, desde las colchas tejidas de hilo hasta la ropa. Las mujeres trabajaban mucho en ese tiempo, muchísimo, porque trabajaban en la chacra, en la huerta familiar y en la casa".

Los hijos del matrimonio fueron a la escuela 57 de Cervantes, la escuela Blasco Ibáñez. "Íbamos a caballo o en bici. Luego, cuando terminamos los primeros años, algunos padres contrataron un colectivo para que nos llevara a terminar la primaria en la escuela 32 de Roca. Venía a buscarnos un colectivo chico de La Sarita, propiedad del señor Corsino. Primero éramos 9 chicos", luego fueron más. De la escuela tiene Encarnación un buen recuerdo, incluso sabe que en su tiempo de escolar hizo crecer su sueño de ser maestra. Pero eran tiempos difíciles para las mujeres; ella se conformó con aprender un oficio por el que pasaron casi todas las jóvenes de pueblos pequeños de entonces: el de modista.

Encarnación recuerda el cafecito de El Molino en General Roca, luego de ir a estudiar Corte y Confección. Luego de atravesar sus estudios en una academia y rendir un examen en Buenos Aires, se recibió de modista de Alta Costura.

De los inmigrantes que poblaban aquellos lugares resalta como confraternizaban italianos, españoles, rusos, polacos y turcos, entre otros. Rememora a las familias Maglio, Mazzuco, Zamboni, Tagliafico, Abraham, Ortega, Cuevas, Fernández (jefe de la estación de ferrocarril de Cervantes), Arias (el tomero), Reinhardt entre otros conocidos. A ellos los llamaban "gallegos" y don Lucinio, de hablar castizo y hombre correcto, les decía a sus hijas: "No os dejéis decir galleguitas, que no lo sois, sois castellanas".

De Mainqué Encarnación tiene varios recuerdos: la música de los famosos bailes con muchos pasodobles y el día en que conoció a un joven de ojos muy celestes, Liliano Leopardo Todero, quien se convertiría en su esposo. Liliano vivía en Neuquén y había recorrido 70 km en bicicleta con la idea de visitar a un amigo, sin saber que en ese baile, donde se conocieron apodados como Elsa (la chica del trajecito verde) y Jorge, empezarían una nueva etapa de su vida.

La familia toda se transformó por aquellos años. Pilar Rodríguez se casó con Eladio Ortega y siguieron en Cervantes, donde tuvieron cuatro hijos. Lucinio se casó con Delia Pérez y tuvieron dos hijos y Encarnación lo hizo con Liliano Todero en 1948, matrimonio del que nacieron dos hijos.

"Primero vinimos a Valentina, donde estaba Liliano. Y cuando papá dejó la chacra (murió en 1959), compré una chacra en Campo Grande. Mi marido y yo, los dos, la emparejamos. Un rato cada uno en el tractor. Plantamos verduras y frutales. Mi marido salía con el camión a vender las verduras y yo manejaba la gente en la chacra. Hicimos una casita de adobe en Campo Grande y mi padre nos visitaba. Cuando él murió trajimos a mamá, que vivió 8 años con nosotros y nuestros hijos. Durante 20 años estuvimos entre la chacra de Valentina y la de Campo Grande hasta que decidimos vender Campo Grande y quedarnos en la chacra de Neuquén, donde levanté mi casa. Llegamos a un desierto y lo convertimos en vergel. Ése fue mi gran orgullo...".

Así, Encarnación vive esta etapa de la vida cosechando algo más que el fruto de la tierra: el afecto de sus hijos, nietos, familiares y de sus amistades de Cervantes, Colonia Valentina y Campo Grande .

 

SUSANA YAPPERT

sy@fruticulturasur.com



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