Desde la salida de la convertibilidad, el consumo ha sido uno de los protagonistas del crecimiento económico. La palanca de esta variable son los salarios, y es por ello que el gobierno continúa apostando a convalidar los aumentos solicitados por los gremios pese a la presión inflacionaria que ello pueda generar. Uno de los principales indicadores de la mejora salarial está dado por el poder de compra que representa el ingreso, y su relación con los electrodomésticos es clave a la hora de hablar de “consumo”. Un reciente estudio elaborado por la consultora abeceb.com destaca que entre las causas del crecimiento de las ventas de electrodomésticos figuran el consumo retrasado, el aumento del financiamiento –vía créditos personales o tarjetas–, la mejora de las condiciones económicas generales y el incremento del ingreso real de las personas deflactado por los precios de artefactos para el hogar. En las infografías se puede observar el crecimiento del salario real deflactado por los precios de artefactos para el hogar, que en el promedio del 2007 resultó sólo un 8% inferior al del 2001. El período de mayor recuperación se dio durante 2006-2007, cuando aumentó más que el salario deflactado por el IPC nivel general. Si se realiza el cálculo del salario real utilizando el índice de precios de distintos electrodomésticos, el comportamiento es disímil: por una parte, el salario real deflactado por precio de los televisores se encuentra por debajo de lo observado en el 2001 y, si se emplea el precio de las heladeras, se sitúa por encima de aquél. A pesar del comportamiento dispar, en los tres casos, el salario real aumentó en los últimos años (ver cuadro). En el 2007, el poder adquisitivo del salario en términos de artefactos para conservar alimentos trepó un 11,1%; en términos de artefactos de confort ambiental, lo hizo en un 7,9% y en materia de equipos de televisión subió cerca del 30%. Otra forma de ver cómo cambió el poder adquisitivo de las personas en términos de aparatos eléctricos es medir qué porcentaje de su ingreso mensual se necesitaría para la adquisición de un producto determinado. Así, partiendo del salario promedio de la economía relevado por el Sistema Integrado de Jubilaciones y Pensiones y contrastándolo con el precio en distintos momentos del tiempo de un aire acondicionado, una heladera y un televisor, se observó lo siguiente: • En el 2002 se necesitaba casi el 100% del ingreso mensual para adquirir cualquiera de los artefactos analizados. • En el promedio del 2007 se demandó el 68% del salario para adquirir un aire acondicionado, resultado semejante al del 2001, cuando se necesitaba el 65%. • El precio de una heladera en el 2007 representó el 73% de la remuneración mensual de un trabajador, un 11% más que en el 2001. • Para adquirir un televisor en el 2007 fue necesario el 41% del salario. En este caso, el poder adquisitivo actual es superior al del 2001, cuando la compra de un artefacto de este tipo insumía el 46% del ingreso. Este análisis muestra la razón que tiene el gobierno para avalar los aumentos salariales: mantener alto el nivel de consumo para aportar al crecimiento de la economía. Pero este esquema tiene sus limitaciones, y son muchos los analistas que advierten sobre que, de mantener el gobierno esta política sin corrección alguna, la presión inflacionaria y los costos laborales podrían hacer que la economía ingresara en una espiral negativa afectando las proyecciones de crecimiento para el mediano plazo. Los salarios hoy mandan; las estadísticas así lo reflejan. (Redacción Central) La vivienda, peor En contraposición a la mejora del poder adquisitivo en términos de compra de electrodomésticos, se puede observar lo que sucede en materia de viviendas. De calcular la cantidad de años de salarios necesarios para adquirir un departamento nuevo de 70 metros cuadrados en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, se extraen dos conclusiones: • Lejos de la situación del 2001, cuando se necesitaban 4,3 años de salarios, en la actualidad se requieren 9,1. • En los últimos años, el aumento del precio del metro cuadrado impidió que mejorara el poder adquisitivo del salario en términos de departamentos. Esto se dio fundamentalmente por el salto registrado en los valores de las propiedades, que llegaron a incrementarse –en promedio durante el período 2001-2007– en un 300%. Así, la recomposición salarial no alcanzó a esta variable; de ahí también la fuerte incidencia de los alquileres en los haberes. La inflación elevada no es un problema para los sindicatos Jorge Vasconcelos jvasconcelos@ieral.org Es cierto que la cuestión salarial hoy ha pasado a ser un ingrediente clave de las expectativas y, a través de este canal, puede transmitirse al comportamiento presente y futuro de los precios. Sin embargo, no es tan seguro que una inflación elevada sea considerada un problema por parte de la dirigencia sindical. Después de todo, acortar los plazos de las negociaciones salariales es, probablemente, la principal forma de justificar su existencia. En realidad, el único argumento capaz de perforar la coraza sindical es el del empleo. Ajustes salariales por encima del equilibrio que empujen la inflación hacia arriba no parecen ser un problema bajo su óptica, pero si la economía dejara de generar puestos de trabajo al ritmo en que lo viene haciendo desde el 2003, entonces sí sonarían las alarmas. Con una tasa de desempleo mayor las condiciones para negociar no son las mismas, las cuotas sindicales pueden mermar, etcétera, etcétera. Hasta ahora, no ha habido conflicto entre subas salariales y creación de empleo. Pero algunos indicadores vinculados con la inversión y los costos laborales parecen indicar que en el 2008 se podría llegar a situaciones límite en este plano. • Costo laboral unitario. En el 2007, a nivel de la industria, los salarios subieron un 24% anual, variable que, considerada juntamente con la evolución de la producción, el empleo y los precios mayoristas, define el costo laboral unitario. Este índice, para una base 100 en 1997/98, se ubicó en 79,3 en el 2007, todavía un 20,7% por debajo de niveles anteriores a la devaluación. Pero, si en un ejercicio, para el 2008 se estimara una suba salarial del 25% y del 14% para los precios mayoristas, entonces el índice de costo laboral unitario pasaría este año a 84,4, apenas un 15,6% por debajo del promedio 1997/98. En términos de precios mayoristas y salarios, corregido por productividad, en el 2008 habríamos regresado no al 1 a 1, pero sí a menos de 1,2 a 1. Contra estos guarismos no se puede hacer magia: una vez recuperado cierto nivel que puede definirse de equilibrio, los aumentos salariales significativos se financian con aceleración de productividad o con aceleración de inflación. Por algún motivo, esas formas de financiar las subas de sueldos pueden no estar disponibles: la demanda podría no convalidar tanta inflación o la oferta importada, sustituir a la local (las importaciones se incrementaron un 31% en el 2007). En estos casos, aparece en escena el tercero en discordia: el sacrificio del empleo. • El costo de inversión por cada nuevo empleo. En el 2007 la inversión en la Argentina habría totalizado una cifra de 61,5 mil millones de dólares, lográndose un incremento del empleo del orden del 5,5% respecto del año anterior. Esto significa que para el conjunto del país (no sólo las grandes áreas urbanas) se requirió una inversión de 67.700 dólares por cada uno de los nuevos puestos de trabajo. Es una cifra muy significativa y refleja el creciente esfuerzo de inmovilización de dinero por cada nuevo empleo ya que, por ejemplo, en el 2004, cuando todavía había elevados niveles de capacidad ociosa, crear un nuevo puesto de trabajo implicaba una inversión de 28.800 dólares. Todo indica que este año crear cada uno de los nuevos puestos de trabajo deberá traer aparejada una inversión promedio en torno de los 82.000 dólares. ¿Qué significa esta magnitud? Que mientras más capital por trabajador se inmoviliza, mayor fuerza adquieren los prerrequisitos para que el proceso continúe: a) que el horizonte de riesgos resulte mensurable y b) que la calificación y productividad de los trabajadores esté a la altura de esos costos hundidos. La evolución de los costos laborales unitarios, entonces, está marcando señales amarillas para la competitividad, mientras que la creciente suma de capital inmovilizado por cada nuevo puesto de trabajo está planteando un escenario de renovada exigencia para el círculo virtuoso de la inversión y del empleo. El umbral en el que los problemas pueden superar las oportunidades, afectando el ritmo de creación de empleo probablemente no esté tan lejos y un tema común a la cuestión de los costos unitarios y el creciente monto de inversión por nuevo empleo es el de la llamada “inflación inercial”. El gobierno no debería aparecer convalidando un andarivel de inflación estabilizado en un nivel elevado, sino que debería ser capaz de generar expectativas de un genuino sendero descendente, que inevitablemente involucra la política fiscal, la monetaria y la de ingresos. La Argentina del 2008 se parece, en este aspecto, al Chile de 1990/91 y a la España de 1982/83. En el país trasandino, el gobierno democrático pos-Pinochet debió hacerse cargo de una inflación superior al 20% para, seis años después, ubicarla en el 6,5%. En España, el gobierno socialista de principios de los ’80 asumió con una inflación de entre el 12 y el 14% anual, mientras que ya en 1987, un año después de haber ingresado a la Comunidad Europea, el país ibérico exhibía una tasa de inflación del 5,2%. En ninguno de ambos ejemplos la baja inflación fue vista como un objetivo en sí mismo sino como una condición necesaria para recrear oportunidades genuinas de inversión, empleo y competitividad.
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