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Cuatro generaciones en la fruticultura

Ana Francisca Segura y José Antonio Martínez habían enviudado en España. Ambos tenían hijos y decidieron hacer dos apuestas fuertes: unir a sus familias y migrar a América.

Entre los dos criaron 12 hijos. Salieron de España, donde habían cultivado el oficio de la tierra en Huércal Overa, Almería. Embarcaron con rumbo a Brasil en 1922. Allí tenían parientes. Durante 8 años vivieron en Santa Cruz del Río Pardo, donde nacieron Amador y Ginés.

En Argentina, José Antonio tenía una hermana de quien les llegó la llamada para mudarse más al sur, a un Valle que crecía a orillas del río Negro.

La familia se estableció en 1930 en la Colonia Rusa, donde estuvieron una temporada. Luego se mudaron a una chacra en Mainqué, cuyo propietario era Capurro. En Argentina nacieron 4 hijos más del matrimonio, el menor, Dionisio.

"Mis padres eran jornaleros, teníamos de todo menos plata -cuenta Amador-. Trabajamos desde que tenemos memoria. En Mainqué teníamos alfalfa, papas, había unas hectáreas de viña. Aquella chacra tenía 100 hectáreas. Hasta las mujeres de la familia trabajaban atando viña. Fuimos a la escuela 61, nos quedaba a 7 kilómetros de la chacra. Íbamos tres en un caballo -relata-; cuando subíamos una loma, el que iba atrás se caía, cuando bajábamos, el que iba adelante se caía (risas). Fuimos a la escuela primaria; antes no había más y además nos esperaba el campo".

En 1940, padres e hijos (sólo 7 seguían con ellos, el resto habían formado sus propias familias) empezaron una nueva y próspera etapa en Cipolletti.

 

NUEVA ETAPA

 

"Nos mudamos cuando yo tenía 15 años -cuenta Amador-. Cuando empezamos acá ya había frutales. Vinimos a trabajar a Cipolletti como medianeros, en Colonia María Elvira, entonces de propiedad de Donato y Paulino González. Todavía vivía mi padre cuando llegamos, luego murió y seguimos nosotros. Cuando la propiedad se vendió, porque los patrones murieron, teníamos ahorros suficientes para adquirirla. Eran 29 hectáreas muy lindas. La chacra tenía mitad viña y mitad frutales. Fue entonces que con mis hermanos Dionisio y Ginés decidimos formar una sociedad".

Esto fue en 1952 y en medio de esta transición ocurrieron algunos encuentros que determinaron el nuevo rumbo de los acontecimientos.

Amador conoció a Emilia Watrakievich en el Prado Español de Cipolletti. Emilia hacía unos años vivía en la localidad; sus padres -de origen polaco- habían llegado al Valle Medio después de la Primera Guerra Mundial. "Llegaron con 4 hijos y un baúl lleno de ropa -cuenta-. Viajaron en la bodega de un barco entre las bolsas de granos. Llegaron a Buenos Aires y alguien les sugirió que vinieran a Choele Choel. Mi padre trabajó de peón y luego pudo comprar 5 hectáreas para hacer verduras. Con el tiempo nos mudamos a Cipolletti, donde mis padres pusieron una verdulería en 1947. Fue entonces que lo conocí a Amador una noche de carnaval. Nos casamos y nos vinimos a vivir a la chacra con mi suegra, que ya estaba solita. Ginés, mi cuñado, se casó con mi hermana Ángela y Dionisio con Anita Benítez, a quien había conocido tras comprar una chacra en Guerrico y descubrir que la tenía de vecina". "Sus padres eran españoles -cuenta Dionisio-; nos conocimos en 1958 y nos casamos en 1961".

Pero otro encuentro trascendente se registra en este tiempo, Agustín Miralles los contactó con Carlos Losada,

con quien armaron una sociedad para exportar fruta.

Literalmente, aquí comienza otra etapa en la vida de los Martínez. "La cosa fue así -relata Amador-. Ese conocido nos presentó a Losada, que era un exportador. El 8 de julio de 1967 empezamos a armar la sociedad que tuvo forma un año más tarde. Él vivía en Buenos Aires y hacía los negocios. Compramos tres chacras juntos y tuvimos una sociedad hasta 1982, cuando este hombre murió. Nosotros nos encargábamos de la producción, que salía en cajones cosecheros con la marca 'Gladiador'. En 1968 hicimos un galpón de empaque".

"Antes de eso se trabajaba todo fruta en caliente, cargábamos los cajones en una chata a razón de 52 cajones por chata -acota Dionisio-. Empezábamos a cargarla con mi sobrino 'Lito' a las 4 de la mañana. Después hicimos el galpón en la chacra donde vivimos. Con la infraestructura y el exportador, ya teníamos el circuito cerrado. Acá compramos lotes de fruta a chacareros, le comprábamos a 27 productores un promedio de 6 millones de kilos y así fuimos creciendo".

Amador cuenta que cuando decidieron hacer el galpón no tuvieron mayores temores, porque entonces era mucho más fácil que ahora hacer ese tipo de emprendimiento y porque, además, tuvieron el acompañamiento de personas que fueron claves. "Primero y principal nunca, ni un día de nuestra vida, dejamos de trabajar, siempre al pie del cañón y después porque fuimos paso a paso. El movimiento del galpón lo conocimos como vendedores de fruta". Un cuñado, Raúl Luengo, trabajaba en el galpón El Cipoleño y con esa experiencia se sumó al galpón de los Martínez.

En 1979 los hermanos dieron un paso más: levantaron con ahorros genuinos el frigorífico. "En 1975 terminé la secundaria -cuenta 'Lito', hijo de Amador-; empecé la facultad pero la chacra me tiraba más que nada, así que después de un año de hacer la carrera de Contador me incorporé a pleno en el trabajo de mi papá y mis tíos. De cualquier manera, te digo que mi padre y mis tíos nunca aflojaron, siguen aun hoy recorriendo la chacra, controlando el trabajo, presentes en cada detalle...".

"Mirá como será que desde 1949 que Dionisio no suelta la pala -comenta su sobrino-. Él es el encargado de regar las

chacras. 'Me voy al agua', dice, y sale con los perros y la pala al hombro a regar las plantas. Hay cosas que no dejan por nada del mundo que las haga otro... (risas)".

Sin duda los Martínez tuvieron una sociedad bien equilibrada. Amador hacía el trabajo de oficina, Dionisio estaban más en el campo y a Ginés le gustaba el galpón. Cuando falleció Ginés (1995), los hermanos no delegaron su tarea, la asumieron ellos.

En 1982 falleció el socio porteño y decidieron continuar la sociedad los tres hermanos. A partir de entonces le venden fruta a cajón cerrado a distintas exportadoras radicadas en el Valle; actualmente comercializan a través de Vía Frutta.

A la renovada composición societaria, siguió un tiempo de dificultades. Los '90 llegaron con nubarrones para las economías regionales. "Esta década fue el período más negro que atravesamos desde que estamos en esta actividad. Toda la convertibilidad fue la ruina para muchos chacareros; realmente la pasamos mal". Amador recuerda con amargura ese tiempo oscuro, una crisis profundizada por la muerte de su hermano Ginés, el deterioro de su salud y dificultades económicas muy difíciles de sortear. "Entre el '90 y el 2000 fue lo peor, no sabíamos si salíamos... siempre fuimos muy medidos en los gastos y nuestros hijos estuvieron para alentarlos en los peores momentos, por eso seguimos (llora)".

"No quiero dejar de recordar que, durante esos malos tiempos, las empresas proveedoras fueron muy consideradas porque sabían que nuestros padres eran gente de palabra. Ellos son de la generación que hicieron un culto a la palabra empeñada y gracias a eso salimos a flote...", agrega su hija 'Yiyi'.

Si uno le pregunta a Amador si volvería a elegir esta actividad se sonríe y dice que "lo tendría que pensar, porque nos fue bien pese a los malos momentos, hoy estamos para contar el cuento pero nadie imagina lo que trabajamos para contarlo". Su hija en cambio, contesta rápido y segura: "Lo volvería a hacer, después de todo cada empresa tienen sus riesgos".

Desde 1998, dos ingenieros agrónomos llegaron con viento fresco al trabajo cotidiano. Dardo y Fernando Mamberti se convirtieron en asesor del galpón, del sector comercial y de la parte técnica respectivamente. A este núcleo se sumó alguien que los acompaña fielmente desde hace 30 años: Héctor Poblete, el encargado del frigorífico, cuyos hijos también trabajan en el empaque.

La familia, formada hoy por tres generaciones en la actividad, se siente afortunada por haberse mantenido unida. Destacan la compañía de mucha gente que desde hace 40 años los acompañan en distintas tareas de la empresa.

"Hace unos años certificaron el galpón y nuestra producción ya entra en el mercado europeo", afirma orgullosa Valeria, nieta de Amador.

Hoy la firma se maneja con producción propia y de unos 20 productores amigos que viven a lo largo de todo el Alto Valle, desde Regina a El Chañar.

Amador, Ginés y Dionisio Martínez cuentan 70 años de la actividad frutícola valletana.

Sus padres eran inmigrantes españoles que arribaron primero a Brasil y luego a Argentina.

Sacrificio, ahorro y trabajo muy personalizado son los ingredientes de su empresa familiar.

 

SUSANA YAPPERT

sy@fruticulturasur.com

 



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