Brasil se halla en estado de shock. Diarios como el “O Globo” publicaron la mala noticia con letras grandes en la primera página: la selva amazónica fue devastada en los meses pasados a una velocidad nunca antes registrada. Expertos y políticos conocen a los responsables: la avidez por obtener soja y carne pone en peligro la existencia del “pulmón verde” del mundo. “Las relaciones son muy claras. Cuando los precios de la carne y la soja bajaron, también disminuyó la tala. Pero cuando los precios se dispararon, también aumentó la destrucción de la selva”, dijo la experta en economía y comentarista de televisión Miriam Leitão. La ministra de Medio Ambiente Marina Silva coincidió: “No podemos sacrificar nuestros recursos que crecieron durante miles de años por las ganancias de unos pocos años o hasta meses”. Hace unos pocos meses, el gobierno brasileño celebró la reducción en un 50% de la destrucción de las selvas entre el 2005 y el 2007 a unos 11.000 kilómetros cuadrados, gracias a la implementación de políticas ambientales. Es cierto que se establecieron más controles y se aprobaron más leyes de protección. A fines del 2006 se creó el área protegida de selva más grande del planeta, que cubre unos 16 millones de hectáreas. Sin embargo, los expertos siguieron siendo escépticos con respecto a que Brasilia pudiera reprimir la avidez de dinero. La semana pasada, ante la divulgación de los datos sobre el avance de la deforestación, el presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, anunció una serie de medidas para contener la destrucción del Amazonas, así como la intensificación de otras tomadas en el pasado –entre ellas, el embargo de propiedades donde se practica la deforestación, el control de las actividades agropecuarias, el bloqueo de financiamiento a aquellos cuya actividad promueva la tala ilegal y la creación de un nuevo registro de propiedades ubicadas en las regiones deforestadas–. Brasil avanzó al segundo lugar entre los mayores proveedores de carne vacuna del mundo y la estabilidad del país depende, en gran medida, de las exportaciones. Los barones de la soja embolsan enormes ganancias y necesitan cada vez más tierras, como por ejemplo el gobernador y rey de la soja Blairo Maggi, en el estado de Matto Grosso. Nadie se sorprende de que el 54% de la superficie deforestada entre agosto y diciembre pasado –al menos 3.235 kilómetros cuadrados; según estimaciones oficiales asciende a 7.000– corresponda a Matto Grosso. “La lucha contra la destrucción de la selva es imposible sin la colaboración de los propietarios de las tierras. Hay que convencer a los terratenientes de su importancia en la protección del medio ambiente y también darles incentivos financieros”, opinó el ingeniero forestal Eleazar Volpato, de la Universidad de Brasilia. Pero también los políticos, y no sólo Maggi, necesitan unas “clases de apoyo”. En el Congreso en Brasilia se está debatiendo desde hace meses un proyecto que prevé una reducción de las zonas protegidas en la región del Amazonas. “En Brasil se habla con ambigüedad. Mientras que el Ministerio de Medio Ambiente intenta frenar la destrucción, los bancos estatales y el Ministerio de Agricultura financia con créditos y subvenciones la tala sin imponer condiciones para la protección del medio ambiente. Sin un control del mercado, la muerte de la selva continuará”, advirtió Adrian Garda, jefe del Proyecto Amazonas de la organización no gubernamental Conservation International. Particularmente grave es considerado en Brasil que el drástico aumento de la destrucción de la selva haya ocurrido durante la temporada lluviosa en el segundo semestre del año, una fase tradicionalmente de protección. Además, las elecciones municipales de fines de este año son motivo de pesimismo entre los expertos. “Antes de una votación nadie está interesado en castigos, hay más indulgencia”, dijo el secretario ejecutivo en el Ministerio de Medio Ambiente, José Capobianco. Por su parte, Leitão se queja: “Es un crimen contra la humanidad, que ocurre frente a los ojos de todos. En un vuelo sobre la selva se pueden ver rutas ilegales, el furioso fuego y cómo pastorea el ganado sobre una selva recientemente destruida”. Pero no sólo los brasileños son los culpables. Organizaciones ambientalistas como Greenpeace señalan desde hace años que la soja brasileña es usada en Europa como alimento para animales como gallinas, cerdos y vacas.
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