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Quiere un partido metido en la sociedad vía un discurso abarcativo
Antes de mediados de año Néstor Kirchner tendrá en sus manos el liderazgo nacional del PJ, un espacio que aspira a situar de lleno en la sociedad a través de militancia y cuadros munidos de un discurso amplio destinado “no a afiliar gente” sino a respaldar políticas nacionales más allá de estar o no en el justicialismo.

ómo es el PJ que quiere liderar Néstor Kirchner?
Porque el año político comenzó con un dato muy decisivo en materia de planes de poder: la aceleración vertiginosa del ex mandatario destinada a ponerse al frente de la reorganización del PJ y liderarlo. Dato que, en una primera lectura, lleva al politólogo Sergio Berenstein a una conclusión:
–Kirchner descubrió el valor que para él y sus proyectos tiene el PJ. Ahora le importa como eje de un futuro movimiento político. Si alguna vez orilló no computarlo en esos términos, ahora lo computa.
Porque Kirchner es peronista, un anclaje que quizá quiera trascender, pero no ahora. Y mientras fue presidente –dice el sociólogo Ricardo Sidicaro– se manejó desde un “tipo de cultura política en la cual el poder se ejercita, una cierta idea de que el presidente organiza y manda sin tener que consultar a un partido o a una convención. Eso es algo que los peronistas hicieron siempre. Hay una cultura política que les permite a los que consiguen una consagración, como Menem, llevar adelante un proyecto con una fortísima impronta personal”.
Pero ahora Kirchner no está en la Rosada. Entonces le importa el PJ en términos de acto fundacional destinado a generar mudanzas en el sistema político argentino.
Un espolón destinado a un fin mayor: que el sistema derive en dos movimientos como espacio de reunión de la política decisiva. Política de poder.
Con la vista puesta en ese objetivo, Kirchner opera en escenario apropiado. ¿Qué significa?
Que en términos de sistema de partidos, desde hace tiempo los hechos están demostrando que no todo está como se pregonaba a los cuatro vientos, o sea, la inevitabilidad de la muerte de esas estructuras y su reemplazo por los mentados movimientos.
–Ésa es la vieja tesis de Torcuato Di Tella, que siempre me pareció intelectualmente muy sugerente y desafiante –sostiene Berenstein. Y su colega en la misma consultora, Alejandro Catterberg, ratifica lo que le dijo a este diario semanas antes de la última presidencial:
–En el campo de los partidos políticos, lo único que quedó parado tras la crisis del 2001 fue el peronismo. Los demás, o desaparecieron o están desapareciendo. Y lo que nace, todavía está en pañales.
–No hay tabla rasa con el peronismo. Es un movimiento que tiene enorme facilidad para reinventarse en función de contextos nacionales e internacionales. Lo ha demostrado siempre. Esa experiencia es su inmenso capital.
Pero una cosa es un partido político y otra muy diferente un partido político que es en sí mismo dominante, desde su existencia, para el sistema político.
–Ése es el peronismo, porque cuando el sistema político lo quiso sacar de juego, no hubo sistema político. ¿O no fue así? –reflexiona Oscar Parrilli, secretario de la Presidencia de la Nación. Sin darse respiro, acota:
–¿A quién se le pudo ocurrir –y digo “pudo” porque a algunos se les ocurrió y lo que se les ocurrió ya es historia– que los kirchneristas íbamos a tirar por la borda el peronismo? Esto no es contradictorio con que apuntemos a crear un movimiento transformador de la política argentina cuyo pívot sea el peronismo.
¿Pero cómo timoneará Kirchner el futuro PJ? Mil especulaciones a modo de respuestas.
 El sociólogo Horacio González ofrece un dato para explorar el tema. Inteligente y muy culto, aunque algo farragoso a la hora de escribir, su más reciente libro es un impecable aporte para desentrañar contenidos del mundo peronista. Y así, desentrañar formas y estilos de ejercer el poder en esa arena. En una de sus páginas sentencia, haciéndose cargo de la aparente contradicción: “Perón se propuso el poder. No, mejor es decir: se propuso el mando. El poder ocurre entre estructuras y reglamentos. El mando, sólo entre hombres y lenguajes”.
–Kirchner se propone eso: mandar en el marco de un partido ágil, militante, con conducciones legitimadas ante la sociedad –sostiene el senador justicialista Miguel Pichetto. Y remata:
–Conducir sin neurosis, como Rajoy condujo el Partido Popular Español o Zapatero el PSOE. Encuadrar desde la racionalidad, no desde la tensión.
¿Es posible esto en un peronismo con tanta vida signada por feroces luchas intestinas?
Kirchner está convencido de que sí. En la reducida esfera en la que conjuga su toma de decisiones habla de la “excepcional oportunidad que tenemos para rearmar el peronismo”.
¿En qué funda esa excepción?
–En dos razones: el crecimiento de la economía y la instalación de un liderazgo excluyente por parte del peronismo en el cuadro político nacional –se machaca en aquel medio.
Pero hay algo más: la voluntad de poder que define al ex presidente. Eso que ha llevado al historiador Nicolás Casullo a sostener que el ex mandatario es un típico exponente de un peronismo que “nunca se terminó de estructurar, es el poder en estado de práctica pura, es una práctica directa, inmediata y concreta. Así lo entendieron Menem y Perón, y en ese sentido Kirchner responde a una historia peronista”.
–Pero lo que no se quiere es un PJ que quede encerrado en sus propios límites; lo queremos como artífice de un movimiento transformador, como lo fue el radicalismo en el ’16, el justicialismo en el ’45 –sostiene el neuquino Oscar Parrilli. No pertenece al elenco de arquitectos de los proyectos políticos del ex mandatario pero, desde su atalaya como secretario de la Presidencia de la Nación, administra mucho de lo que tiene que ver con aquellos planes.
En un documento de sólida calidad reflexiva –“¿El último avatar?”–, Beatriz Sarlo sostiene que Kirchner no “pretende pasar a la historia simplemente como peronista”, y acota: “Se percibe a sí mismo como refundador” del peronismo, un partido que –como la propia intelectual lo reconoce citando a Natalio Botana– está acostumbrado a asumir “transformaciones”.
Siguiendo ese razonamiento, cabe preguntarse: ¿con qué punto del pasado peronista se siente más cómodo el ex presidente, con cuál se referencia con mayor intensidad?
Para Sarlo, “se siente representante de una línea de peronismo que no parte, como la que fuera durante décadas la línea canónica, del 17 de octubre de 1945 y de ‘Los hechos del General’ (Perón), sino de ‘Los hechos de los apóstatas’, los jóvenes peronistas radicalizados”.
¿Cómo puede influir esta estructura ideológica en la conformación del nuevo PJ?
–No será un partido burocratizado; tendrá el apoyo de la estructura sindical, por supuesto, pero mandará la política, no la corporación sindical –sostiene Kirchner en su carpa chica.
“Partido de cuadros ideológicamente bien formados y de militantes en contacto directo con la gente y de un manojo de ideas clave para el ejercicio del poder”, suele acotar el ex mandatario.
“La era de los partidos corresponde a la de los estados de bienestar y de la política. En la actualidad, donde la política ha entrado en crisis, el Estado de bienestar ha sido reformado entre otras causas por sus propios fracasos”, escribe Sarlo, quien para el caso argentino suma otro problema: el proyecto “talibán” que lideró Menem.
Sin embargo, Sarlo no descarta un resurgimiento de los partidos o, en todo caso, de un partido. “Sólo –dice– lo hacen con difícil (improbable) éxito si cumplen una de estas dos condiciones: o son ideológicos-morales e interpelan a las capas medias o tienen los recursos del Estado y con ellos pueden llegar más lejos territorialmente y más bajo socialmente”.
Kirchner controla el Estado. ¿Por dónde irá con su PJ?

¿Transfuguismo o el precio de dos derrotas?

GABRIEL RAFART
cgrafart@gmail.com

“Ahora sí, Lavagna no tendrá más alternativa que definirse; tendrá que decidir de qué lado está”, fue el comentario de un hombre de confianza de Néstor Kirchner cuando éste era presidente y aquél, su más poderoso ministro. La frase pertenece al tiempo de la “madre de todas las batallas”. Los lados en disputa: el duhaldismo de Hilda “Chiche” González y el kirchnerismo de Cristina Fernández. Frente a esa disputa, Roberto Lavagna se mantuvo prescindente.
El contundente triunfo de Cristina en las elecciones legislativas de octubre del 2005 restó aire al ministro de Economía ya que dejaba de contar con un peronismo en “equilibrio”. La amenaza de “pasarse de bando” para ganar tiempo ya no podía otorgarle ningún rédito. Cinco semanas después se hacía expulsar del gabinete habiendo perdido la oportunidad de la “conversión” al kirchnerismo como sí la habían aceptado los ministros José Pampero y Aníbal Fernández. Antes de su expulsión había denunciado ciertas prácticas del propio gobierno al que pertenecía, como si fuera el jefe de un recién estrenado gabinete en la sombra de la oposición. Mucho cálculo hubo en aquella denuncia y no necesariamente una subordinación incondicional de la política a un estricto código moral. Con el pedido de renuncia Roberto Lavagna largaba su campaña presidencial 2007. Aquel momento parecía de empate para el ex ministro, aunque estaba a la vista que enfrentaba su primera derrota ante el kirchnerismo.
El lanzamiento de la campaña presidencial colocó a Lavagna en la necesidad de reunir alguna tropa con base territorial. Una parte del radicalismo en desbandada se abrazó a su causa. Otra porción del peronismo –menor por cierto– también lo siguió. Su UNA resultó tercera en las presidenciales y, si bien sumó varios millones de votantes, el balance final fue de derrota. A partir de entonces el ex ministro transitaba por la segunda. Lo que siguió es propio de las alternativas de la política en tanto que ésta siempre requiere acumular poder y darle cauce a la voluntad de no quedar aislado. Y, si bien en estos días el ex ministro es observado desde la rigidez de la política como construcción de sujetos morales –de esos que dicen que no mienten y que nunca van a acompañar a aquellos que “atentan contra los intereses del pueblo”–, cuentan más sus necesidades prácticas, aunque éstas puedan verse exclusivamente como tácticas. Y, si no lo hacen, deben calificárselos de “tránsfugas” de la política.
Lo cierto es que el peronismo en el poder es el que coloca en su lugar todas esas necesidades. En ese sentido, el peronista Roberto Lavagna no es un “tránsfuga” de la oposición con su conversión ni un desarreglo más para una ciudadanía exigente de la política como un conjunto de prácticas descarnadas para construir poder. Es un peronista más.

 



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