A comienzos del siglo XX, Sigmund Freud advertía que síntomas y enfermedades de sus pacientes, aunque se manifestaran como dolencias orgánicas, tenían su origen en estados psicológicos de angustia o ansiedad. Y para estos males que identificó como neurosis propuso una “cura de palabra”, el psicoanálisis. Los pacientes de Freud –en su mayoría de un buen estatus social– disponían de todo el tiempo del mundo, podían concurrir a su tratamiento tres veces a la semana e incluso diariamente y se entregaban a curas de reposo –incluso podía formar parte de éstas el concurrir a balnearios durante toda una temporada–. Hoy, a comienzos del siglo XXI, los trastornos de ansiedad dominan la escena cotidiana. Términos como agotamiento, insomnio, tensión, agresividad, competencia, rendimiento, pánico y fobias son parte del lenguaje popular. Todos estamos “estresados”, vivimos en tensión permanente. Esta problemática choca a su vez con la reasignación del tiempo disponible. La vida transcurre en forma vertiginosa y exige soluciones rápidas para no quedar fuera de carrera. Quedamos envueltos en una situación paradojal donde la tensión es consecuencia de la velocidad de los acontecimientos pero no se nos permite lentificar nuestro accionar, a la vez que es más escaso el tiempo para reponernos. Las vacaciones, masificadas a partir del desarrollo de la sociedad industrial como necesario tiempo de descanso para restaurar la potencia laboral, hoy están desvirtuadas cuando dejan de cumplir ese fin. El tiempo de reposo en sus dimensiones física (descanso del cuerpo), psíquica (relajación de la mente) y social (desconexión de la rutina) precisa reunir algunas condiciones para ser efectivo. Cuando no se alcanza una cantidad de días suficientes, no se corta con las rutinas habituales o las exigencias de organización del descanso se tornan un trabajo más agobiante que las tareas habituales, se funciona bajo estados de tensión donde simplemente se cambia el estrés laboral habitual por un estado de estrés vacacional. Parafraseando al inolvidable Tato Bores, podemos imaginar una variedad de personajes y sus escenas vacacionales. • El funcionario judicial “José sentencia” está preparando sus vacaciones mientras envidiamos su posibilidad de destinar toda una quincena al descanso reparador. Lejos de ser así, resulta que una preocupación lo abruma: “...quince días en cualquier lugar de la costa me salen por lo menos tres mil pesos de alquiler, mi señora no piensa cocinar, las salidas de las chicas grandes, los jueguitos para el más chico, el teatro, la ida al acuario son otros tres o cuatro mil pesos más... no llego”. • En otro punto, “Pedro pyme” pudo arreglar que su familia esté quince días en la playa, pero él va el viernes a la tarde y se vuelve el domingo a la noche. • En las sierras está “Laura diseño” quien, gracias a la posmodernidad, es una mujer libre que se hace cargo sin ayuda de sus hijos, su casa y el negocio. Claro que en la semana de paz y relax que supo ganarse no puede desprenderse del celular y la laptop que, por virtud del Wi-Fi, la mantiene conectada a cualquier contingencia para solucionarla inmediatamente. • Finalmente, los más humildes “José expediente” y su cuñado “Carlitos camillero” se tomaron diez días de vacaciones, pero para ahorrar alquilaron un dos ambientes a diez cuadras del mar para las dos familias. Piensan viajar juntos en el taxi que José maneja en las horas libres siempre que logren arreglar la amortiguación y aguante a los ocho pasajeros. Estos personajes con los que se pueden identificar miles de argentinos saldrán a la ruta cansados por los preparativos y apurados por llegar, competirán con el auto que está delante intentando sobrepasarlo por donde no está permitido y los veremos constantemente colgados de su celular, aun cuando estén manejando, comiendo o compartiendo (¿?) una conversación con su familia. Una vez en el lugar del supuesto descanso, se continúa con las conductas propias de la supervivencia del más apto: apurarse para encontrar el mejor lugar, consumir exacerbadamente por la necesidad de “disfrutar intensamente todo”, no parar para no “perder tiempo”, competir antes que compartir, cuidarse de los otros. Por supuesto que estas conductas no son antojadizas, sino que responden a un modelo social donde se sobrevaloran el estatus socioeconómico, el éxito y la capacidad de consumir o mostrar, aun a costa de cierto vacío existencial generado por la carencia o minusvalía de valores intangibles como pueden ser los culturales, artísticos, afectivos o éticos. El tema es que quienes hacen del vacacionar un trabajo terminan sus vacaciones necesitando un descanso. Lejana la posibilidad de volver al mil novecientos, de ser nobles aburridos o pertenecer a esa burguesía de tiempos morosos y transcurrir lánguido, podemos sin embargo encontrar formas de escapar a la vorágine de la cotidianidad. Se trata de liberarse de los condicionamientos cronológicos y dejar que el tiempo esté a nuestra disposición, disfrutar del viaje antes que pensar en la meta, lograr que el tiempo de vacación sea un presente en suspensión. La clave está en que cada uno encuentre su propio modo de desconexión de la realidad habitual. Algunos lo lograrán caminando; otros, a través de un deporte o la lectura y muchos, simplemente descansando. Son suficientes pequeños cambios de actitud para lograr un modo distinto, más relajado de estar en el mundo: masticar lentamente, saborear lo que ponemos en la boca, percibir la frescura y los aromas de lo que bebemos, detenernos a mirar alrededor, escuchar los sonidos, dejarnos estar, sentir el ocio, el silencio, animarnos a no pensar, dejar de saber qué está pasando en el mundo, observar el cielo, a los otros, el paisaje o la multitud. Conversar interminablemente o callarse disfrutando de la nada. Se pueden redescubrir emociones y sensaciones, es cuestión de animarse; total, estamos de vacaciones. Un problema de cultura El filósofo español Fernando Savater sostiene que el manejo del ocio suele ser una de las labores más complejas y desafiantes que sobrelleva el ser humano aunque lo ignore. ¿Un problema de cultura? Savater cree que sí. –Es necesaria una cultura para ayudar, algunas veces, a soportar el ocio. La idea es: cuando una persona es culta, menos dinero necesita para unas vacaciones o pasar un día feliz. Y cuanto menos cultura posee, más derroche, más gasto, más pirotecnias se necesitan. Más ritos, porque no es fácil intentar amueblar un vacío... Presentes en el imaginario familiar durante meses, llega el día en que las vacaciones son “ya”. El tiempo de “olvidarse de todos y de todos”. –Y es en ese lapso que comienzan a emerger las tensiones en el núcleo familiar que inexorablemente devienen en una acumulación muy dinámica de estrés... es la instancia en que se potencian los desencuentros de opiniones y de roles –comenta el psiquiatra José Abadi. Y cuando el proceso ingresa en esa etapa, se sueltan problemas de convivencia que, o están reprimidos, o simplemente desarrollados a medias. –Es notable la cantidad de personas, especialmente hombres, que vienen en los días previos a las vacaciones a tomarse la presión –comenta una enfermera de la farmacia Selma, en San Isidro. La Asociación Argentina de Medicina del Estrés lo denomina “estrés prevacacional”. El doctor Daniel López Rosetti, de la entidad, sostiene: –Cualquier tarea comprimida en el tiempo genera una sensación de falta de control y por lo tanto un nivel mayor de estrés. Y eso es lo que pasa cuando el día anterior a las vacaciones uno pretende hacer todo de golpe: llevar el auto al taller, instalar una nueva alarma en la casa, dejar al cuidado de algún familiar las mascotas. Mascotas que también se estresan en las benditas vacaciones. (Agencia Buenos Aires) Contra la tristeza permanente VICENTE VERDÚ El País Internacional Estresados, ansiosos, agotados, deprimidos, hartos. Un inmenso porcentaje de la población suma al esfuerzo de su obligación laboral la tarea de soportar un grave malestar crónico que le acompaña día tras día. ¿Puede esperarse que la producción, la productividad, la creatividad, la ética, la civilización, la satisfacción se logre a partir de esta inicua plataforma? Semana tras semana, año tras año, la vida actual del trabajador medio resiste una secuencia de decepciones y desalientos que pronto hacen vislumbrar un futuro cargado de más y más pesos que cierran incluso la creencia en un porvenir mejor. Las fiestas, y ahora el verano, parecen atenuar la situación y mejorar provisionalmente el decorado pero, anualidad tras anualidad demuestran, tras cumplir el ciclo, que el remedio al malestar laboral no llega. Se trabaja como cumpliendo un castigo en tiempos en que nadie aceptaría merecerlo. La vieja noción del trabajo como penitencia se correspondía con la idea del mundo como valle de lágrimas pero, descartada la fe en estampas de aflicción como ésta, ¿cómo admitir que la infeliz ordenación de la existencia laboral deba asumirse sin protesta? El fracaso de las utopías sociales arruinó las ideologías políticas del siglo XX, fomentó el escepticismo y desacreditó a los líderes políticos. Hace ya tiempo que la esperanza en la transformación del sistema parece enterrada, la letra de “otro mundo es posible” se inscribe entre el repertorio infantil y nadie, prácticamente, se asocia para cambiar los fundamentos del sistema. Se celebra la manifestación, se convoca la huelga y, después, la protesta se engasta en el hogar, vuelven a casa los obreros y al amanecer reiteran la acción de fichar y aguantar. Dentro de este cuadro no hay en puridad buenos y malos, sólo directivos y subordinados, empresarios, asalariados, autónomos, funcionarios y funcionarias. Unos u otros cruzados por el efecto de un mismo mal que tiende a enfermarlos y, recibiendo o no la baja médica, arrastran jornada tras jornada un dolor grisáceo que termina tarde o temprano con su carbonización. Las hipotecas, las deudas, los hijos, la pareja imperfecta, el desaliento, las multas, la injusticia, la impotencia. La gran masa se halla en muy mal estado y, lo que es decisivo, ha llegado al punto en que ha dejado de estimar su tortura como un designio de Dios, una fatalidad del destino o una penitencia que cree merecer. Ni Dios, ni destino, ni culpa. Instruidos, informados, consumidores experimentados, escépticos, infieles, individualistas, críticos, los ciudadanos van dejando de asumir que las cosas sean necesariamente así y sin remedio. No surgirá un movimiento al estilo de hace cien años, pero el espíritu crítico crece hoy entre amplísimos sectores de la población y la subversión, aun sin ideología, ceba su poder corrosivo ante la opresión. La opresión del urbanismo y sus infartos, la opresión del presupuesto y su pavor, la opresión del hogar y sus tóxicos, la gran opresión del empleo y sus condiciones mezquinas, indignas, aniquiladoras de la alegría y el placer de vivir.
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