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LOS AŅOS FELICES | ||
Fuente inagotable y escenario de sus mejores relatos, la Patagonia fue para Soriano el lugar y la etapa que siempre recordó con alegría. Esas vivencias patagónicas de Soriano se despliegan en muchos relatos que conforman su obra, pero principalmente en el libro "Cuentos de los años felices". El primero que escribió fue sobre un viaje por la Patagonia que evoca la Guerra de Malvinas. De inmediato apareció su infancia y la figura de su padre "se impuso" como núcleo de esos textos. "Aquel peronismo de juguete" refleja la admiración (luego transformada en descreimiento) de un chico por el general Perón -que repartía pelotas de tiento, camisetas, lanchas a alcohol-, mientras el padre rogaba por su muerte. En "Petróleo" Soriano narra un viaje en moto junto a su padre desde "el desierto" de Neuquén hasta Plaza Huincul para ver los pozos. Viaje cargado de enfrentamientos y discusiones -que aparecen también en otros relatos- que se prolongaría hasta hoy porque "he perdido su petróleo". Tal vez, éste haya sido el mismo viaje en el que vio despeñarse a su padre de la motoneta, como tantas otras, y que describe en el relato "Caídas". En "Reloj" se ve la satisfacción del quinceañero que, con el sueldo ganado en un galpón de fruta de Cipolletti, se regala el primer White Star de diecisiete rubíes, enchapado en oro y con correa negra. En "Encuentros" relata la historia de aquel tipo que en los años 40 ganaba los comicios en Neuquén sin salir del prostíbulo. Y el peral añoso, de tronco bajo, al que se subía por las tardes para refugiarse cuando se sentía triste es el motivo para comenzar a desentrañar, en "Rosebud", sus recuerdos al regresar a la casa de Alem y Mengelle treinta años después de aquella infancia y adolescencia vivida a pleno. Caminando sobre sus propios rastros en ese jardín se fueron sucediendo un sinfín de imágenes: la calle donde lo atropelló un coche, la necesidad de creerse hombre "en una covacha alumbrada a candil", las búsquedas existenciales pronunciadas a orillas del río Limay, el día en que lloró la muerte de su perro, el escritorio en el que su padre lo trataba de entusiasmar con la ingeniería, las tardes de verano leyendo "Las memorias de una princesa rusa"... "Un día, al volver sobre nuestros pasos, encontramos el árbol que la memoria había agigantado. Por un instante sentimos el sobresalto de una revelación. Hasta que descubrimos que lo que cuenta no es el árbol sino lo que hemos hecho de él", escribió Soriano al final de "Rosebud", volviendo a pisar las huellas de toda una vida. (P.M.) |
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