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La buscan todos: los que la aman, los que la detestan... transversalidad, ¿no?
Como producto editorial, todo lo que se publica sobre el mito femenino del peronismo tiene desde siempre asegurado un gran mercado. Una forma deconfirmar la gravitación de esta polémica figura en la historia argentina desde 1945.

A las 11 de la mañana en la avenida Bunge de Pinamar retozan docenas de flamantes 4x4. De un Volvo no menos nuevo y con patente paraguaya desciende una mujer sobriamente vestida de inmaculado hilo blanco.
–Señor, ¿vende usted el libro de Nelson Castro –“Los últimos días de Eva, historia de un engaño” (Ediciones B)– sobre Eva?
–No señora, todos me lo piden pero este año no traje libros... cuatro cuadras hacia el mar y lo encuentra, señora –responde el quiosquero mientras a dos manos entrega “La Nación” y “Ámbito”.
–Disculpe, ¿por qué el interés en Eva? –pregunta el periodista a la señora.
–Mi abuelo era vecino del empresario Gayol, el argentino que le prestó la casa a Perón en Asunción cuando lo derrocaron. La policía de Stroessner cerró las calles vecinas... yo era chica y con mis primos mirábamos desde la vereda. “¡Ahí vive el tirano!”, decía. Mi abuelo se murió despreciando a Stroessner, a Perón y a Evita, pero no sé... Evita siempre me interesó, el sufrimiento hasta morir. Nosotros también tenemos a Madame Lynch.
–Y a la “Nata” Leal (*)...
–¡Ah, sabe de Paraguay! La “Ñata” murió días atrás, ¿lo sabía? –dice la mujer, estrecha la mano y parte rampante en su Volvo, no sea cosa que se termine la edición de “Evita...” de Castro.
Doscientos kilómetros más al sur, pero siempre al borde del Atlántico –Miramar–, el dueño de la bien surtida librería con reminiscencias de la película “La sociedad de los poetas muertos”, “Déjalo ser”, coincide:
–Si la primera edición no se acabó, se está por acabar. Mire, todo el año se consume todo lo que hay de Evita. No se trata de una elección por dictado ideológico, ¡es Evita y basta! –explica.
¿Pero quién compra?
Tres cuadras hacia el mar –siempre sobre la peatonal– el suizo Rene Henseller habla desde su experiencia de más de 30 años de libros y más libros. Es un hombre inmenso. Movimientos lentos. Parco, pero de discurso preciso. Abril tras abril, en la Feria del Libro es uno de los más consumados especialistas en “mesas de libros”, esos amontonamientos en que se busca lo que uno cree que no hallará pero está.
–A Evita la buscan todos... los que la aman, los que la detestan... La gente joven la busca para enterarse... ¡transversalidad! ¿No? –reflexiona Henseller.
Escribió Octavio Paz que, cuando uno lee lomos de libros en una librería, suele adoptar las posturas físicas “más incómodas e idiotas, pero en ese vicio no tiene cabida ni lo uno ni lo otro”.
Tiene razón. Porque sólo tirado en el suelo panza abajo frente a los anaqueles de la sección Crítica Literaria de la majestuosa “El Ateneo” de avenida Santa Fe se puede descubrir una investigación agobiante de tanto rigor que despliega: “Cuerpo femenino, duelo y nación”, de Viviana Plotnik (Corregidor, 2003). Doctora en literatura hispanoamericana y psicóloga, Plotnik aborda a Eva Perón como personaje literario.
–Es una tesis muy buscada por especialistas, tanto del campo histórico-cultural como desde la antropología y la psicología. Días atrás vino un británico y se llevó 10 volúmenes –reflexiona el encargado.
“La literatura argentina exhibe un exceso discursivo relacionado con Eva Perón, una obsesión que comenzó a manifestarse en la década del cincuenta y que se prolonga hasta el presente”, sostiene Plotnik. Y acota: “La obsesión por Eva, el exceso discursivo, nunca desligado de su cuerpo, supera cualquier alineación ideológica o política y sugiere la marca del deseo de proyecciones complejas y ambivalentes. Tanto viva como muerta despierta un deseo hermenéutico y a la vez desafía toda posibilidad de sentido unívoco: como su vida, su cadáver no puede contenerse en una narrativa estable”.
El suizo estira su mano hasta un anaquel de su librería y la mano vuelve con un libro excepcional de Beatriz Sarlo: “La pasión y la excepción. Eva, Borges y el asesinato de Aramburu” (Siglo XXI).
–¿Sabe lo que yo noto en quienes buscan libros sobre Eva? Que les interesa el cuerpo... Eva como cuerpo, todo lo que hubo alrededor de ese cuerpo –comenta el suizo Henseller.
El cuerpo de Eva o Eva misma, en todo caso. El poder de ese cuerpo. El cáncer sobre ese cuerpo. Y la química para momificarlo. Cuerpo humillado. Escondido. Humillarlo y esconderlo bajo el dictado de miedo a ese cuerpo.
Por dos pesos –sí, dos pesos– en los bultos de libros de calle Corrientes se puede encontrar “Ataque de pánico; crónicas del miedo en la Argentina”, de Miguel Wiñazki (Edt. Biblos).
Dice Wiñazki: “El culto a los muertos es universal. Pero se trata en general del culto a los cuerpos quietos. Los muertos están muertos y en todo caso se contactan con los vivos desde su hieratismo irrefutable. En la Argentina, en cambio, los muertos circulan. Desde Eva Perón a las Madres de Plaza de Mayo.
–¿Si siempre compro algo de Eva para leer? Sí, sí, porque... no sé... creo que en el fondo fue una mujer muy sola o sola con la gente. No sé si Perón la quería... era milico, un tipo frío –comenta Guillermo Borani (37 años) mientras en la librería Paidós hojea y evalúa si comprar o no “Evita (Evita en fotos)” (Planeta, 2007), de Felipe Pigna, un trabajo estructurado en más de 200 fotografías inéditas del mito peronista.
–Además, qué quiere que le diga: una Argentina la amó, otra la odió... buen motivo para leer sobre ella, ¿no? –acota Borani mientras saca los 100 pesos que vale el libro.
Escribe Sarlo: “Millones de argentinos se reconocieron en ella porque la vieron actuar y sintieron los efectos, reales y simbólicos, de sus actos. Fue una mujer frágil que a partir de los años cincuenta comenzó a mostrar los signos de la enfermedad. Pero fue al mismo tiempo la garantía del régimen, su representación y su fuerza. Su cuerpo material es indisoluble de su cuerpo político. Sobre la forma bella de ese cuerpo descansa una dimensión cultural del régimen peronista y su principio geminado de identificación: Perón y Evita” (“Evita, esa mujer”, Caras y Caretas, escrito junto a Víctor Santa María).
Pero a la hora de vender libros, ¿vende más que Perón?
–El peronismo siempre vende. Tomada Eva desde lo puntual, lo individual, se agota muy rápido... lo de Tomás Eloy Martínez, lo de Dujovne Ortiz, Abel Posse y etcétera, etcétera. Ahora, los caballitos de batalla son las Evitas de Pigna, de Nelson Castro... “Las mujeres de Perón”, de Araceli Bellota (Planeta). Pero en tren de buscar, se busca hasta la obra teatral que sobre ella hizo Copi (Raúl Damonte) en París hace casi 40 años. Se pide todo... hasta de lo que no existe más que una edición y a veces de hace medio siglo –señala un vendedor de la librería “La Española”, de Belgrano.
Un dato: el ensayo de Viviana Plotnik se vertebra alrededor del análisis de cuentos y novelas escritos por dos docenas de autores entre los que figuran Borges, Silvina Ocampo, David Viñas, Rodolfo Walsh, Tomás Eloy Martínez, Abel Posse, José Pablo Feinmann y Leónidas Lamborghini. Sólo cuentan en el ensayo obras de ficción en los que se aborda la muerte de Eva. Afuera quedan, claro, las biografías y otros planos de la ficción en que a Eva se la aborda desde campos ajenos a su muerte.
–Lo que me agrada de Eva Perón no es lo que hizo o dejó de hacer cuando estuvo en el poder sino ese otro lado, ese lado en que siempre parece estar o estuvo: el de la gente... casi como sospechando del poder –comenta en la librería “Olivero” Graciela Damacio, cuarentona docente bonaerense. Y aclara: “Ojo, no soy peronista ni lo seré”.
Tras el éxito de “La novela de Perón”, Tomás Eloy Martínez comenzó a tejer “Santa Evita”. La buscó desde afuera del círculo que la rodeó en el poder. “Hablé con la figuras marginales” que la habían conocido “y no con los ministros ni adulones de su corte porque no eran como ella; no podían verle el filo ni los bordes por los que Evita siempre había caminado. La narraban con frases demasiado bordadas. Lo que a mí me seducía, en cambio, eran sus márgenes, su oscuridad, lo que había en Evita de indecible”.
¿Por qué, desde lo puntual, puede vender más Eva que su marido?
–No sé si vende más o menos –responde Félix Luna, “Falucho”. Bordea los 80 años. Las palabras le salen lentamente, casi como trabajosamente buscadas.
Mientras despliega argumentos, “Río Negro” recuerda aquel final de “El ’45”, el libro con que hace 40 años “Falucho” sistematizó mucha información suelta sobre el año en que el peronismo entró con prepotencia en la historia. Ese final en Madrid, el mano a mano con Juan Perón... “Estoy ante el rostro que abominé mientras me picaneaban en una comisaría por ser opositor a él. Lo veo como un viejo militar que añora volver a su país y a vestir el uniforme de su Ejército... atento a uno... dispuesto a alcanzar el fuego antes de que uno saque el cigarro”, palabras palabras menos, escribe Luna en aquella estocada que puso fin a su investigación.
Y ahora dice “Falucho”:
–Es posible que quienes compran a Perón lo hagan por la acción política concreta, la ideología, el manejo del poder... la concepción descarnada de ese manejo. Y es posible que quienes compran a Eva lo hagan por otros motivos... la fuerza que le impuso como mujer a su rol, sus padecimientos, sus irritaciones, sus desdenes. Pisó fuerte en la historia... bueno, el peronismo siempre pisó fuerte, si no no se concibe como proceso.
Sitio o espacio de muchas cosas, lo concreto es que Eva siempre vende.

(*) Madame Lynch fue amante del entonces gobernante Solano López en la guerra de Paraguay. La “Ñata” Leal lo fue durante 40 años de Stroessner; el día en que éste fue derrocado en 1992, estaba en la casa de ésta, cerca de Asunción.

CARLOS TORRENGO
carlostorrengo@hotmail.com

Modelo 2007:
mujer y peronista

Existe abundante material bibliográfico sobre el proceso que llevo a Perón al poder, además del que dio lugar a la construcción de un prolongado liderazgo, sus tres gobiernos y los tiempos de su ocaso. También sobre una doctrina de época, que encarnó con esos toques personalísimos que supo instituir o en todo caso la cristalización sobre la producción de una ideología “del mando” según el nuevo planteo de Horacio González en “Perón, reflejos de una vida”, la más reciente biografía sobre el líder.
Algo similar ocurre acerca de las estructuras y organizaciones peronistas o, si se prefiere, sobre ese informe “movimiento” que fue y sigue siendo el peronismo.
Por ello, conocemos bastante de sus orígenes laborista y conservador, pasando por el mundo de los Montoneros hasta la transformación del justicialismo de partido sindical a otro de tipo clientelista en los años noventa.
Si los textos producidos para conocer ambos mundos conforman una envidiable biblioteca, lo mismo ocurre con lo escrito sobre María Eva Duarte. De allí que todos los rostros estén cubiertos.

Varias caras para una elecciÓn

Allí están la Eva del género, peronista, intransigente, trabajadora, benefactora, esposa, devota, etcétera. Y, por supuesto, también las otras. Aquellas facetas que la colocan en el centro de la sensiblería y la superstición para una “mitología entre pedestre y carnavalesca”, según la pluma ya olvidada de Américo Ghioldi.
Dos de esos rostros –el de la mujer y peronista– seguramente tendrán nuevos textos. Sobre todo si se revisan estos tiempos de disputa y emergencia de dos fuertes figuras políticas femeninas: una de reciente arribo al podio presidencial y la otra, en el centro de la oposición.
En efecto, una porción de la campaña política del 2007 puso a esas dos “Evas” en el centro de la tormenta electoral. Una mujer del pasado político o, en todo caso, un pasado de mujer política pareció ingresar de lleno en esos dos mundos políticos que representaron con nombre de pila: “Lilita” o Cristina.
En primer lugar, las dos mostraron parte de este rostro como luchadoras inclaudicables por los derechos hacia la igualdad plena con el hombre. También, desde su tiempo presente electoral del 2007, interpelaron con mayor o menor grado de exposición a la Eva de hace medio siglo. La Eva de 1947. La Eva de la ley de sufragio femenino.
Una y otra reclamaban ser legítimas herederas de aquel pasado y también exigían ser consagradas por la historia. En los hechos, algo de esto ocurrió.
La otra Eva –la peronista– también dio señales de vida en la lucha por ganar las almas y los votos con miras al 28 de octubre de 2007. Imágenes, tonos y cierta narrativa en los discursos tenían ese sello. Como si esa misma Eva que dividió a los argentinos durante gran parte de la segunda mitad del siglo XX reviviera en los albores del nuevo milenio. Si ese retorno fue forzado o auténtico está por verse.
Lo cierto es que mucho de aquella Eva de la liturgia peronista ingresaba nuevamente a través de los gestos y las palabras de la entonces candidata Cristina.
Otro tanto, pero en este caso de la Eva construida por el viejo antiperonismo, en la “Lilita” opositora. Pero esto último sucedió recién hacia el final de su campaña, cuando abandonó ese tono cuasirreligioso que parecía convertirla en una “Eva” más, aunque prefería consagrarse en términos de una “Eva republicana”. Sin duda, esa conversión la llevó a entenderse mejor con el voto antiperonista. Del otro lado, el de la ganadora, su apelación a esa Evita histórica sin duda resultó efectiva.

GABRIEL RAFART
gabriel_rafart@hotmail.com



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