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El dinero nuestro de cada día
El punto es, damas y caballeros, que la codicia es buena. La codicia es correcta. La codicia funciona. La codicia, en todas sus formas, ha marcado el desarrollo de la humanidad”. Gordon Gekko.


“A menos que puedas ver tus acciones caer un 50% sin que te cause un ataque de pánico, no deberías invertir en el mercado bursátil”. Warren Buffett.
“Entre peor parezca la situación, menos esfuerzo es necesario para cambiarla y mayor potencial de ascenso posee”. George Soros.
“No esperes el momento preciso en el que el mercado esté listo para invertir. Empieza ahora. El mejor momento para sembrar un roble fue hace 20 años. El segundo mejor momento es ahora”. James Stowers.

Dinero. Por siglos ha dominado el ritmo de nuestras vidas y no dejará de hacerlo en el futuro.
Probablemente mute y encuentre nuevas formas de expansión. Aunque he dicho siglos, la verdad es que conceptualmente el intercambio que tiene al dinero como metáfora de la acción de comprar y vender es relativamente nuevo. Antes de esto siempre fue una relación entre objetos equivalentes.
En la medida en que el ser humano encontró sistemas capaces de capturar a través de imágenes previas (la publicidad, por ejemplo) aquello que su deseo le dictaba, el objeto en sí, como método de intercambio por otros objetos, comenzó a perder entidad. El dinero de sustancia etérea reemplazó las necesidades inmediatas. Las prolongó hasta llevarlas un paso más adelante, hasta un espacio invisible y por lo mismo sumamente atractivo.

El dinero en la actualidad no tiene nombres sino apodos

El dinero es un rayo de luz que ilumina zonas oscuras en el cerebro de las personas. Sacia apetitos latentes y hasta innecesarios. Pero la validez del dinero como piedra angular del buen vivir o del digno vivir es lo de menos. Ya no importa si cubre necesidades vitales sino si es capaz de impulsarnos hacia un horizonte en colores y textura de plasma. Si puede convertirse en el sostén de nuestros sueños más lejanos. Y, sobretodo, si puede explicar mediante una frase la frustración personal: no soy porque no tengo; si tuviera, sería.
El dinero viene en muchos casos a ser un pretexto para justificar la imposibilidad.
Este fenómeno no es reciente pero sería un error afirmar que es antiguo. Aun durante la transición entre la Edad Media y el Renacimiento, la moneda de cambio podía ser tocada, olfateada, sentida. O era la tierra o el era fruto de la tierra o eran las especies (uno de los motivantes de la búsqueda de nuevos pasajes a Oriente) que condimentaban la comida y expandían las posibilidades del sabor.
Hoy, siglo XXI, estamos en el lado opuesto de la calle. La moneda de cambio es una estructura poética que se reviste de números que amplían su serie. Es decir: capacidad de endeudamiento.
El mismo sistema que provocó la depuración de los procesos industriales –autos en serie, por dar un ejemplo– impulsó la destrucción de las barreras que le imponían temporalidades al enriquecimiento personal. A partir de los 80 el mundo vio cómo una nueva generación de hombres se autoimponía llegar al millón de dólares antes de los 30 años.
Una regla de oro de Wall Street que 20 años más tarde sería suplantada ampliamente por otra de la era electrónica, que indica como lógico volverse millonario en 2 minutos o menos.
De los 80 nos quedó una película: “Wall Street”, de Oliver Stone, en la que Gordon Gekko, interpretado por Michael Douglas, representa a ese jugador voraz e inescrupuloso que juega con el dinero propio y ajeno. Los 90 nos dejaron al asesino serial, yuppie en sus ratos libres, Patrick Bateman, creado por Bret Easton Ellis. Acaso una hipérbole del primero y una secuencia en alta velocidad de lo que llegaría a ser una norma 10 años después: transacciones en el aire, volátiles, fuera de las reglas laborales que marcaba la tradición, casi un laberinto basado en la nulidad de sentido.
La fundamentación de la riqueza –o de cierta riqueza– ya no requiere estar condimentada de posesiones físicas. El número es la confirmación masiva de un deseo colectivo supremo: alguien debe ser infinitamente rico en un plano virtual. Entonces Bill Gate. Entonces Larry Page. Entonces Sergey Brin. Alguien debe ser el chivo expiatorio del sistema. Entonces Nick Leeson y su pérdida de 1,4 billones de dólares que sepultó a Barings Banks.
La riqueza se cuenta en oportunidades de inversión dentro de la bolsa y del mercado de la especulación electrónica, con información privilegiada y secuencias de análisis estadísticos que amino- ran las posibilidades de caída libre.
En este sentido, la bolsa se muestra como el campo menos hipócrita a la hora de prometer el paraíso terrenal.
Cada día cuenta, cada dato es relevante, cada conclusión necesaria y, al mismo tiempo, todo ajuste puede quedar invalidado por lo aleatorio de la condición humana.

La bolsa es también un reflejo de un estado de ánimo colectivo

La gran masa de inversores no sabe nada o, mejor dicho, son apostadores que siguen a quienes trabajan en la mitad de la estructura. Éstos a su vez siguen a los líderes de opinión que poseen un acceso prematuro a la tabla emocional (y numeral) de las empresas pero que no siempre, y no por nada, están dispuestos a jugar su capital. Y estos últimos, finalmente, se inclinan ante los que se mueven como el viento y comprenden la velocidad y la dinámica del mercado. En el punto más alto de la escalada viven los dioses del Olimpo del mercado. Aquellos que deciden no en función personal sino en pro de los intereses de las compañías para las que trabajan.
Si algo se ha roto en el mercado bursátil, ellos son los únicos con el poder suficiente para arreglarlo.
De algún modo, todos comprenden como funciona este juego pero nadie quiere hacerse a un lado. Incluso sabiendo que las ganancias serán breves y las emociones fuertes. Es decir: mucho ruido por nada; aunque no siempre.
Días atrás “The New York Times” publicó un aviso donde revelaba cómo cada vez más universitarios destacados dejan pasar de largo los posgrados con el fin de dedicarse de lleno al negocio de la bolsa. Las cifras que ofrece uno y otro ambiente laboral son definitivas a la hora de tomar una decisión de este tipo.
La bolsa ha tenido una vital influencia sobre diversos aspectos de las nuevas formas de comunicación. Por espacio de uno o dos años internet, por ejemplo, sirvió como base de operaciones para las especulaciones monetarias más extrañas. Empresas que no valían ni el precio del alquiler que pagaban por sus oficinas pasaron a convertirse en burbujas de jabón repletas de expectativas que no iban a cumplirse.
Las acciones transcurren por momentos semejantes cada cierto tiempo. Una acción que no decía nada acerca de sí misma, de pronto, comienza a crecer hasta un punto en que ya nada parece detenerla. Justamente en el vértice del “no ser nada” y el “comenzar a crecer” es donde los lobos del desierto toman una participación significativa. A ellos los sigue el resto, cada cual pagando un precio más alto. Hasta que la acción estalla, se eleva de su piso como un demonio y rompe su techo con destino al infinito y más allá. Cuando el precio se encuentra por las nubes, la muchachada compra caro. Entonces, la acción baja y se parte la cabeza con su piso histórico para seguir bajando hasta el submundo donde duermen los menos cero. Los que llegaron últimos pagando sobreprecio se desesperan y venden aún más barato con el único propósito de no perderlo todo.
Los viejos zorros vuelven por los restos, cuantiosos, a precio de ganga, y la historia continúa.
¿Quién ha dicho que la reencarnación no existe?

El futuro de los negocios digitales es también el futuro de la formas de hacer y transar dinero

Ya no hay paz para quien pretenda invertir en la senda de lo seguro. Lo seguro no existe. Mucho menos en materia de comercio electrónico. Años atrás un viejo lema decía “compra ladrillos”, pero el alza del precio de la tierra en determinadas zonas –extremas o sobrepobladas– hasta precios ridículos ha congelado las transacciones al punto de conseguir la paradoja de que ciertos objetos se volvieron tan caros que representan una ganancia nula en el presente y en el futuro a mediano plazo. Es como ser dueños de un costoso castillo que ya nadie quiere comprar.
El dinero es una energía poderosa que esconde una increíble debilidad. La verdad es que el curso vertiginoso del dinero busca información.
Desde que los países desarrollados o en camino del desarrollo desmantelaron el ítem de las cajas de ahorro (es raro ver porcentajes anuales que superen el 3,5%), los inversores debieron ir a la caza de quienes saben el “qué”, el “cuándo” y el “cómo”.
Las ofertas bancaria relativas a los plazos fijos son, en realidad, apuestas a lo seguro que no ofrecen mucho más de lo que ya ofrecían las cajas de ahorro. Los líderes altos y medios del mercado no ponen su dinero allí simplemente porque tienen información “posta” acerca de otras geografías donde los porcentajes mensuales superan el 2,5% y de ahí al infinito.
Quienes llegan a transformarse en técnicos de las transacciones bursátiles pueden aspirar a estas cifras sin demasiados problemas. Aunque ello implique dedicación semiexclusiva o exclusiva. Los tenedores de portafolios también ofrecen réditos similares en inversiones de mediano plazo con rangos de pérdidas y de ganancias, aunque, claro, solicitan una porción de la torta a cambio del manejo y de la información.
Nada de esto de lo que hablamos ahora pesa ni siquiera un gramo una vez puesto sobre el ancho de una mano. El dinero, en el fondo, se mueve y jamás se estaciona. La caja fuerte sólo funciona para las fotografías comprometedoras y las joyas de la reina.
El dinero de los bancos es siempre el dinero de alguien más que mueve el dinero de alguien más que quiere hacer dinero con el dinero. El grado sumo de la riqueza será procrear dinero por el sólo hecho de tenerlo y a bajo riesgo. Nunca hubo tanto dinero en el mundo y, sin embargo, la pobreza se mantiene y se profundiza en algunos países.
Alvin Toffler aseguró que la educación y la realidad del mercado van por caminos distintos. Uno es un viejo camino rural, el otro una autopista.
El acceso a la riqueza tiene respuestas concretas en un grado determinado de educación, mas no puede decirse que los estudios académicos sean sinónimo de progreso.
La sintonía entre técnica, información y práctica se ha vuelto un canal de acción que supera con creces las posibilidades que ofrece una educación tradicional.
Un personaje del filme “Fuego contra fuego”, de Michael Mann, entrega gratuitamente a la cámara una lección de oro, bizarra, en lo referido a la información y la gestión de datos.
“¿De dónde sacas todo eso?”, pregunta el personaje principal del filme después de escuchar de labios del informante cómo traspasar los sistemas de seguridad de un banco y de indicarle con exactitud las cifras que tendrá la bóveda ese día. El diálogo concluye con esta frase: “La información fluye, anda en el aire, yo simplemente la tomo”.
Entre esta escena y el universo laboral actual se puede establecer un paralelo. La información reencarna continuamente; quienes siguen el devenir de estas reencarnaciones tienen mayores oportunidades de crecer, de saltar de un punto al otro del campo de ofertas y de conocer el sabor de la riqueza.
Los demás siguen a los demás. Y, como en “Casablanca”, esperan... esperan... y esperan.


En internet, http://www.rionegro.com.ar/blog/mediomundo, usted puede leer una versión digital de este artículo que incluye videos con trailers de los filmes mencionados, links a entrevistas con algunas de las personalidades del mundo de los negocios y una serie de recomendaciones de juegos interactivos relativos a la bolsa de valores y la administración de empresas virtuales.

 



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