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Ardüser y Boul, dos suizos en el Nahuel Huapi
Los amigos retornaron al país en 1913 y compraron tierras en Puerto Manzano. Vivieron allí su vida de pioneros. Tuvieron cereales, un tambo y un parador turístico. Trabajaron en una estancia y luego volvieron
a Suiza, pero Ardüser regresó a Bariloche.

“Dos suizos en el Nahuel Huapi” es el título del libro que cuenta la vida de Leonhard Ardüser, un suizo que migró con su amigo Paul Boul para establecerse en la Región de los Lagos en 1913.
Ambos habían conocido la región un año antes, trabajando en la Comisión de Estudios Hidrológicos dirigida por el geólogo Bailey Willis y codirigida por Emilio Frey. Justamente fue este ingeniero, hijo de suizos, quien convenció a Ardüser y a su amigo de comprar algo en este rincón del planeta que Bailey Willis llamó “la pequeña Suiza“.
Luego de recorrer la Línea Sur en aquella comisión, los amigos se enteraron de que estaba en venta la estancia Puerto Manzano (hoy Resort Bahía Manzano), un pequeño paraíso de 625 hectáreas. Su dueño era Christian Boock y pedía por el lote pastoril 50.000 pesos. Leonhard y Paul lo señaron y viajaron a Suiza a buscar dinero para completar la compra.
El 29 de setiembre de 1913 firmaron la escritura que los hizo propietarios. Recuerda Leonhard en su diario, convertido en libro por su hijo Jorge: “Me temblaban las piernas, no podía creer que se había cumplido el sueño tan acariciado de tener nuestra tierra muy deseada junto al Nahuel Huapi, al pie de la cordillera, en el lugar más bonito, un pequeño paraíso”.
Aquella noche Ardüser, embriagado de felicidad, no pudo conciliar el sueño. Poco después tomó el tren hasta Neuquén, allí subió al transporte de don Amaranto Suárez y llegó a Bariloche, donde lo esperaban Paul y los amigos suizos del lugar. Antes de tomar el barco que los transportaría a la nueva propiedad almorzaron con Emilio Frey. Cuenta Leonhard: “Frey nos felicitó por la concreción de la compra de la estancia. ‘No son nada tontos –nos dijo–, consiguieron el mejor lugar. Está un poco apartado y medio incomunicado pero es realmente bonito. Lo bueno, y eso ambos lo tienen en común, es que tienen una gran dosis de espíritu de aventura. No se olviden nunca –continuó– de que fui yo el que les metió el sueño del lago y de la cordillera en vuestras cabezas’. Y tenía razón. En aquel momento no sabíamos que empezaba la época más linda de nuestras vidas...”.

APUNTES DEL PARAÍSO

Y así fue. En 1913 Leonhard comenzó un largo y definitivo idilio con este lugar del mundo. Instalados en la estancia, comenzaron a trabajar en lo que más les gustaba: la hacienda. Pusieron en condiciones las instalaciones del lugar, plantaron árboles y rosas, iniciaron la siembra de alfalfa, trigo, avena y pasto para los animales y pasaron el primer invierno frente al Nahuel Huapi.
Leonhard escribe a su madre y a sus hermanas con frecuencia. Las cartas, apuntes de este paraíso, reflejan su profunda alegría de estar aquí. Ardüser, tal como lo registró en su diario de la Línea Sur (editado por Jorge Ardüser bajo el título “Un Suizo en la Patagonia”), es un exquisito observador, dotado de un verdadero espíritu pionero. Observa, aprende, disfruta, medita, y difícilmente se cuelan en sus escritos las rudas condiciones de vida a las que se enfrentó. Todo parece hacerlo feliz.
Apenas hay tres o cuatro momentos de tristeza en tantas páginas. La primera, cuando comenzó la Primera Guerra Mundial, de la cual se enteró leyendo un diario que le enviaban desde Davos; la segunda, al recibir la noticia de la muerte de su madre, Luzia Sprecher; por último, cuando se vio obligado a vender Puerto Manzano, en 1921.
El registro de estos años en su diario tiene un formidable valor histórico. Se trata de un registro exhaustivo de vida cotidiana que documenta cómo se vivía en la Región de los Lagos hacia principios de siglo. Algunas anécdotas son suficientes para imaginarlo. A la estancia llegaban en barco. En aquel tiempo había muy pocos en funcionamiento, el “Cóndor”, el “Cachirulo” y la lancha de la gobernación. Estas embarcaciones tocaban algunos puntos poblados del gran lago, como la propiedad el doctor O’Connor en península Beatriz y la propiedad de don Primo Capraro, en el Correntoso.
El mercado más importante en aquellos años era Chile. Allí se llevaba hacienda y rollizos de ciprés por Puyehue. Los amigos, junto a dos empleados, atravesaron jornadas agobiantes hasta poner en producción el lugar. Pronto comenzaron a fabricar quesos que tenían una excelente aceptación y, debido a que el verano llevó a Puerto Manzano turistas de paso para Puerto Blest y Chile, idearon un parador para los viajeros. A partir de 1915, cuando llegó a vivir a la estancia Emma Lechleitner, la novia de Paul Boul, servirían almuerzos a los turistas que pasaban en verano por la propiedad.
Emma y Paul se habían conocido en Suiza un par de años antes y el 3 de marzo se casaron en el Hotel de Inmigrantes, apenas ella bajó del barco que la trajo al país.
Emma se sintió feliz al conocer su nueva morada y aceptó hacer los almuerzos para turistas y ayudar en el boliche que abrieron en 1916 para abastecer de víveres e insumos de campo a los habitantes de las inmediaciones.
Un capítulo conmovedor de esta historia es la que refleja la amistad que se forjó entre los suizos del lugar, los primeros pobladores de la región, y sobre todo la que se mantuvo a través de toda una vida entre Paul y Leonhard.
En mayo de 1916 nació la primera hija de Paul y Emma. Fue entonces donde comenzaron a presentarse dificultades. A Emma le tocó parir con la ayuda de su esposo, porque un temporal hizo imposible la llegada de la partera Bárbara Dräsckler (ver recuadro). “Betty nació el 27 de mayo y gracias a Dios todo salió bien. Emma se asustó y luego le dijo a Paul: ‘Para estas emergencias estamos realmente aislados.También estoy pensando qué va a pasar cuando tenga que ir a la escuela’. Paul le respondió: ‘Ésta es la vida de los pioneros, no se les regala absolutamente nada’”, anota Leonhard en su diario.
Poco después, Emma tuvo apendicitis y la salvaron de milagro luego de transportarla al hospital de Puerto Montt, donde fue operada. Eso ocurrió luego de terminada la guerra, cuando Leonhard pudo regresar a Suiza para ocuparse de la sucesión de su familia. A su regreso, Paul y Emma le comunicaron que habían decidido dejar Puerto Manzano. Emma sentía que vivían en peligro en aquel lugar. “‘Vivir allí –decía– era un lujo, un hobby un poco caro y faltaba mucho para que la región se desarrollara’. En realidad Paul estaba resumiendo problemas que yo y todos los colonos conocemos de sobra y que algunos los padecen más que otros. Además no mencionó lo más patético –se lamenta Ardüser–, que toda la Patagonia, incluida esta región, está totalmente abandonada por el gobierno central. Para ellos simplemente no existimos. En cambio se empiezan a escuchar voces de nacionalistas y algunos políticos que están molestos porque para ellos la región está poblada únicamente por gringos y chilenos. Pero se olvidan que precisamente esta gente está haciendo patria y luchando contra la adversidad climática y de todo tipo, tratando de sobrevivir”.
Leonhard estaba realmente apenado por la decisión, pero la juzgó comprensible y lamentó entonces no tener dinero suficiente para comprar la parte a su amigo. “Se me hizo difícil, porque aquí estoy a gusto, estoy en el paraíso, estoy feliz y no necesito más. El dinero no me importa, vivo bien y realmente el dinero no me asusta”, escribe en silencio.
En mayo de 1920, los amigos vendieron la propiedad a Ernesto Jewell. Una firma ponía fin a un sueño. Leonhard se quedó con una propiedad en Bariloche que habían adquirido junto con la estancia. Ese año nació la segunda hija de Paul y Emma, Paüly y en 1921 arrendaron una estancia en San Andrés de Giles. Siguió un período de crisis ganadera y otra vez el amigo Emilio Frey los trajo al Nahuel Huapi. Sabía que buscaban un administrador para la estancia Far West en la península Huemul, propiedad de Aarón Anchorena y Carlos Ortiz Basualdo.
Allí vivieron Paul, su familia y Leonhard junto a una verdadera comunidad de suizos, desde 1922 a 1925, año en que retornaron a su país. “El objetivo de los dueños –cuenta– es convertir el lugar en una estancia modelo, con tambo y quesería. La producción será vendida a la empresa Lahusen y Cía.”.
Las cosas no fueron como planearon y los amigos regresaron a Davos. Poco después, en 1928, Leonhard se casó con Gertrud Martha Keller, con quien tuvo 4 hijos: Dolores, Leonardo, Jorge y Beatriz. Paul murió allí en 1941 y, en 1946, su viejo amigo Leonhard decidió regresar al Nahuel Huapi, lugar que había añorado durante 21 años.
A los 62 años, Ardüser volvía a retomar sus sueños. Por primera vez llegó a Bariloche en tren. Esta vez con su propia familia. Lo recibieron su compadre Emilio Frey y algunos de sus viejos amigos suizos. Leonhard, quien había conservado una propiedad en Bariloche, retomaba su propia historia. Su padre había sido hotelero y guía de montaña. Él mismo había hecho estudios de hotelería en Suiza y en 1947 compró el Hotel Bahía López a Matilde Capraro. Junto a su esposa explotaron y jerarquizaron el hotel hasta 1954. “En esa labor fuimos secundados por nuestros hijos Dolores y Jorge”. En tanto Leonhard se especializó en Suiza en electricidad de automóviles. En 1954 alquilaron el Hotel Bahía López y colaboraron en la Hostería que abrió Dolly en Pampa Linda. En tanto, Ardüser alquiló el casco de Puerto Manzano. Leonhard volvía a su paraíso perdido. Allí, junto a su mujer y con la ayuda de su hija Beatriz, explotó un pequeño salón de té junto al muelle.
Jorge, entre 1955 y 1958 trabajó en el Hotel Correntoso con la familia Capraro y en 1960 regresó a Suiza para especializarse en el rubro hotelería y gastronomía de primer nivel. Entonces se casó con Gisela, con quien volvió a la Argentina en 1961. En 1960, Gertrud había convencido a su esposo de construir una pequeña hostería en el solar que les quedaba en Quaglia 342. La llamaron Casita Suiza y desde hace 44 años está atendida por la tercera generación de Ardüser. Primero por Leonhard y Gertrud, luego por Jorge y Gisela (quienes viven hoy en Puerto Manzano) y actualmente por los hijos de ellos, Juan Jorge y Astrid.

Nuevo año, fin de ciclo

“Pasé el Año Nuevo con Werner en Bariloche. La última noche del año viejo me saqué el gusto, porque me la pasé bailando en la pensión de Röthlisberger. La tarde del 1º estuvimos con los Frey en Los Cipreses. Para no perder la costumbre, y habiendo varios jóvenes, también revoleamos las alpargatas. Estaban presentes los Huber, la familia Runge, el primo de Paul, Elsi y la señorita Lebeau. Estuvo muy lindo, la pasamos bárbaro...
”Aquí en la estancia (Far West) otra vez hubo una gran reunión para el Año Nuevo. Lo festejamos debidamente con asado y vino. El día 10 vino de nuevo la cigüeña con una nena a la casa de los Siebenthal en la Colonia. A la pequeña le pusieron Helenchen (Elena). Una vez más la anciana pero activa partera de Paso Coihue, la señora Bárbara Dräsckler, estuvo ayudando con eficacia.
”Ayer llegó el señor Aarón Anchorena, con Fermín y Nicolás Ortiz Basualdo. El señor Anchorena también trajo a su lacayo. El otro sirviente llegó hoy al mediodía con el camión del equipaje. No vinieron don Carlos Ortiz Basualdo, porque está en América del Norte, ni Luisito Ortiz Basualdo, que está en Saint Moritz. Tampoco vino el secretario del señor Anchorena, mister Bouvier...
”Ahora se instaló un debate ente el señor Anchorena y los suizos contratados, relativo a si el emprendimiento debe continuar o no. Anchorena dice que la cosa aquí le está resultando demasiado cara y eso es verdad. Los suizos, por su parte, declaran que no pueden vivir del porcentaje que les corresponde por la venta del ganado y esto también es verdad. Me interesa saber cómo va a terminar el tema, ya que con Paul también somos parte...”.
(Del “Diario de Leonhard Ardüser”, 1925)



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