Dicen que el primer amor nunca se olvida. Con los títulos pasa lo mismo y más cuando se consiguen después de 50 años de historia. En el semestre donde los "grandes" se durmieron una siestita, Arsenal tomó las riendas de la representación argentina en la Copa Sudamericana y se consagró como el justo campeón.

Sin dudas fue la revelación del continente, gracias un trabajo sólido como equipo. Eso incluye a los jugadores y cuerpo técnico, un tándem que a medida que fueron pasando los partidos se convenció del potencial existente, como una especie de diamante en bruto listo para ser trabajado.

Fue una campaña muy particular porque los de Gustavo Alfaro llamativamente fueron los más "irrespetuosos" de visitantes, ya que ganaron nada menos que cinco partidos fuera de casa. Todo un dato.

Claro que cuando le tocó jugar de local, las cosas no le salieron y se terminó coronando sin haberle regalado ningún triunfo a su gente en el barrio (fueron cuatro empates y una derrota, en la final).

Claro que ese dato estadístico, casi olvidado en los archivos, pasó desapercibido al lado de toda la alegría que se desató la noche del 5 de diciembre en la cancha de Racing.

En el recuerdo quedará aquel debut frente a San Lorenzo, al que eliminó con un contundente 3-0 en el Nuevo Gasómetro. Fue el inicio de un camino que no se detendría hasta la coronación.

Después vinieron el Goias, Chivas de Guadalajara, River y el América de México, curiosamente con el que perdió el partido revancha pero fue favorecido por los goles de visitante y pudo dar su primera vuelta olímpica. Aunque es una frase trillada, utilizada hasta el hartazgo, esta vez sí la figura fue el equipo.

Y al igual que con Sebastián Salomón en Lanús, el flamante campeón del torneo local, el rey de la Sudamericana tuvo presencia regional. El roquense Leonardo Ulloa integró el plantel que dio su primera vuelta olímpica en 50 años de vida.

Así el fútbol argentino demostró que no todo es una cuestión de tamaño.