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ENCUENTRO CON GONZALO ROJAS

Hoy corriendo en el viento de mi niñez en ese Lebu tormentoso y oigo, tan claro, la palabra relámpago. Relámpago, relámpago. Y voy volando en ella y hasta me enciendo en ella todavía. Las toco, las huelo, las beso a las palabras"...

Gonzalo Rojas, "Ars poética en pobre prosa"

 

Gonzalo Rojas, uno de los poetas chilenos más importantes del siglo XX, cumplió 90 años. Nacido en 1917 en Lebu, provincia de Arauco, estudió Derecho y Literatura en el Instituto Pedagógico de la Universidad de su país y perteneció al grupo surrealista reunido en torno a la legendaria "Revista Mandrágora". Fue diplomático en China y Cuba durante el gobierno de Salvador Allende. Recibió el Premio Nacional de Literatura de Chile en 1992 y el Premio Cervantes de Literatura en 2003. En España también fue distinguido con el Premio Reina Sofía y recibió además el Premio Octavio Paz en México y el José Hernández en Argentina.

Su obra editada incluye, entre otros títulos: "Cuaderno secreto", "La miseria del hombre", "Contra la muerte", "Oscuro", "Transtierro", "Del relámpago", "Críptico", "El alumbrado" y "Las adivinas".

Conocí a Rojas en 1987, en Bariloche. El poeta llegó a nuestra ciudad invitado a un Simposio Internacional de Literatura y la revista literaria "Vuelta Sudamericana", versión argentina de "Vuelta de México" (que dirigía Octavio Paz) me encargó entrevistarlo. Pero "Vuelta Sudamericana" sobrevivió unos pocos números y la entrevista a Gonzalo Rojas no llegó a editarse. Oirlo recitar sus poemas durante aquel encuentro y conversar después con él dejó en mí una impresión que todavía perdura y deseo compartir en esta página.

Luisa Peluffo: -¿Actualmente usted vive mitad en Chile y mitad en los Estados Unidos?

Gonzalo Rojas: -Sí, realmente estoy fuera desde hace mucho. Ya no sé decir cuántos años, pero desde hace por lo menos quince que estoy fuera de la órbita geográfica, geológica, estrictamente chilena. Antes también fui, Luisa, bastante vagabundo, como diría Quevedo, ¿no? Más que vagabundo, pero me marchaba de un lado y otro porque así es uno y parece que en el caso mío se registrara bien ese carácter que le atribuyen a los sagitarianos. Yo soy nacido en diciembre.

-¿Y en el horóscopo chino será serpiente? Se lo pregunto por el poema de las dos serpientes: Prosa y Versa, que leyó ayer.

-Dragón.

-El dragón y la serpiente son los dos signos que tienen un destino kármico, no vuelven a reencarnarse...

-¡Qué lindo! Pero sé que la serpiente es sabiduría. Por eso ayer, cuando aludía yo prosa y verso, o Prosa y Versa, hablaba de las dos serpientes magas, magníficas. Bueno hablando ahora del lugar dónde se reside, dónde vive uno, sin hacer frases, porque esta historia de hacer frases es muy aburrida, yo repito sin embargo una aquí, delante de ti, contigo, en este hermoso sitio frente a este lago, en Bariloche. Te digo como decía Antonio Porchia, este ítalo-argentino de ustedes: soy un habitante; pero de dónde... Ésta es mi situación real. Ayer hablaba de la condición de un poeta para ser genuino, porque se estima genuino, vive y vivió siempre a la intemperie. En eso creo: no tengo techo, no tengo protección. No porque no tenga defensa por mi oficio lateral de profesor o por alguna otra tarea que hubiera podido desempeñar; te estoy hablando de la condición fundamental del poeta, que lo único que quiere es ser. Ser y más ser. Ése es su proyecto y no hay ningún otro. Todo lo demás es trampa. Puede ser publicidad, puede ser encantamiento, encandilamiento. Pero eso no es genuinamente lo que a la poesía le corresponde. Bien, vivo entre los Estados Unidos y algún otro párrafo del planeta, porque sucede que tengo hijos en Alemania, pero tengo familiares en otros lados o tengo amigos. Entonces cuando no estoy ahí o en los Estados Unidos enseñando en distintas universidades... Pero en Chile tengo un rinconcito que adoro porque me fue dado, me fue dado por un azar prodigioso. Yo le puse un nombre altanero: Torreón del renegado, si tú supieras... unos cuantos metros de aire pero con un barranco de portento. Tal vez el barranco del Tao, porque el río pasa delante de mis ojos. De manera que cuando me levanto ya está ahí el río sonando y ha sonado toda la noche. Es un sonido turbulento ¡pero notorio! Brioso, que viene desbocado desde las altas cumbres; yo estoy ahí como a 2.000 metros de altura. Y él viene de mucho más alto, de 4.000 metros y baja volando por el lado mío y se parece tanto a mi alma... Es decir, allí me identifico yo. Ese trozo, ese río, ese ángulo de tierra me fue dado para que yo me reviera y para que pudiera escribir, tal vez, las últimas cosas. Por eso ahora mismo estoy situado ahí, no soy de Santiago, no estoy para nada de eso que llaman las adhesiones completas a las grandes ciudades, no soy un telurista empedernido ni menos un urbano.

-Cuénteme de Lebu, donde nació.

-Bueno tú sabes que la patria pequeña mía, así como Neruda tiene su patria pequeña que se llama Temuco, o la Mistral tiene su patria pequeña que es Vicuña, lo mío es un sector minero carbonífero. Mi padre era minero de las minas de carbón. Trabajaba debajo del mar. Había unas galerías horrendas (todavía existen, pero entonces eran más horrendas) por las que tienen que bajar los mineros como quien va al infierno, hasta nueve kilómetros por debajo del mar. Y allí trabajaba. Por eso el hombre se murió temprano. Por ahí el gran Gabriel tiene su Macondo; uno tiene su rincón, yo tengo mi Lebu. Lebu, en mapuche, quiere decir torrente hondo: leufu, será por eso que amo tanto los ríos.

-Su infancia transcurrió en un contexto de muchas privaciones...

-Sí, pero no tan absolutamente desvalido, en una clase media baja. Mi padre había estudiado algo. Mi madre tenía seguramente un poco de formación también, pero la verdad es que nosotros nos criamos muy duramente, en la aspereza del huérfano, porque éramos ocho muchachos. Todos sufríamos y padecíamos, pero la madre tan airosa era capaz de hacerlo todo.

-¿Cómo surge allí su vocación, su conexión con la palabra?

-Sólo un poeta le pregunta a otro poeta una cosa así, vamos a hablar de alumbrado a alumbrada, ¿no? Mira, yo tenía seis o siete años y era un día de tormenta, mayor que éstas que hemos tenido estos días aquí, y encima del océano, porque Lebu es un puerto fluvial pero que desemboca inmediatamente en un mar abierto, en un Pacífico absolutamente loco. Entonces desde mi casa de Lebu, que también era un barranco, mira qué curioso, ¿no?... El mar sonaba y era una noche de mucha tormenta y en la galería, como le decíamos nosotros los chicos, sonaban y entraban los relámpagos, los truenos, los rayos. Lleno de tormenta que lo destartalaba todo a lo natural y parecía una fiesta, pero una fiesta cruel. Entonces, de repente, mientras todo esto zumbaba, tronaba y parecía que el cielo nos amenazaba y la tierra se sacudía por entero, uno de mis hermanitos dijo esta palabra: relámpago. Me acuerdo muy bien de esto, es exactamente como te lo digo y me sonaba, me zumbaba la palabra relámpago y me dije para mí mismo: relámpago, y en realidad esas cuatro sílabas: re-lám-pa-go, con ese esdrújulo y esas vocales, esa sonoridad y esa dimensión fónica me dieron más sentido que toda esa especie de acabo de mundo que estaba presenciando en ese instante. Allí se me reveló el poder de la palabra. Y entonces esta revelación se me impuso como una visión de mundo. Por eso no te extrañe que al libro que hasta ahora registra la mayor cantidad de mis textos yo le haya puesto título "Del relámpago".

-Ayer usted mencionaba ciertas vertientes en su poesía: lo numinoso, Eros, su poesía de circunstancia, que supongo incluye lo testimonial...

-Exactamente, es la circunstancia histórica, el testimonio, a veces hasta la denuncia, pero nunca, como decía ayer, eso tan absurdo en poesía que será la trampa del eslogan, del esquema. Yo soy animal político, como cualquier ser humano, pero no tengo una adhesión partidaria, sólo que estaré siempre por la justicia y daré mi alma por eso, pero claro, cuando debo escribir algo lo escribo y no me importa que se venga todo en mi contra. Alguna vez hasta he tenido problemas por eso mismo.

-Acaba de decir: "...cuando debo escribir algo". ¿Lo testimonial surge como una obligación moral o fluye en usted naturalmente?

-Yo creo que en el caso mío se da al unísono porque es una exigencia, es un imperativo. No podría seguir respirando si no dijera lo que tengo que decir. Incluso a veces he sido áspero o asperillo porque he dicho cosas que a lo mejor no parecieron prudentes, aun en tiempos tan sombríos como éstos que nosotros hemos vivido. Yo he estado en Alemania en el año 1974, después de todos estos horrores del '73, y me veía exigido a vivir en la única patria, en el único ángulo del planeta donde me dieron opción de trabajar, que es la Alemania Oriental. Sin embargo aquello que era parte de mi sueño me fastidió tanto que escribí un texto que se llama "Domicilio en el Báltico" y que es un texto justamente curioso porque por un lado tú sientes al esperanzado y por otra parte al mutilado en una sociedad en la que uno había llegado a soñar. A eso yo le llamo intemperie. Un poeta tendrá que estar a la intemperie para ser fiel.

-¿Usted estaba fuera de Chile cuando el golpe militar?

-El año '73 yo estaba sirviendo al gobierno de mi país, al lado fuera del país porque me designaron en China, y ésa fue una alegría, ir a vivir a China. Antes ya había ido cuando estaba en la UNESCO y hasta tuve la oportunidad de dialogar con Mao, pero sobre poesía. En el año '65 me habían invitado junto con algunos rectores de la Universidad de mi país y en el año '70, cuando triunfó Allende, él me preguntó si quería ir a China ya que yo la conocía. Eran los días en que terminaba mi tarea académica porque había cumplido treinta años como profesor, entonces tuve la experiencia honda de China. Después de eso tuve que seguir mi pequeña carrera diplomática y pasé a América Latina, cuando ocurrió el 11 de setiembre. Como yo servía en la línea diplomática, naturalmente me quedé afuera y no pude entrar a Chile y pasaron como nueve años sin entrar al país. Eso es todo.

-Volviendo a las vertientes de su poesía, también señalaba una línea genealógica y un tratamiento de las elegías.

-Lo elégico, es decir: alguien ayer me preguntó mucho por la muerte ¿te acuerdas tú? Entonces no es tanto el tema de la muerte el que prevalece en mi visión sino esta especie de asalto y absurdidad a la vez de la muerte por un lado y, por otro, esta especie de niñez permanente de la muerte dentro de uno.

-Que nace con uno.

-Que nace con uno. Entonces por eso, porque no le tengo ese respeto o ese no sé qué a ella, por eso mismo, cuando hablo de la muerte lo hago con un grado de irreverencia hasta cierto punto. Y cuando escribo elegías, que las he escrito, no me sitúo en el ángulo del sentimiento doloroso, de la pérdida, de la destrucción, más bien hago mi elegía contra la muerte.

-Uno de sus primeros libros lleva justamente ese título: "Contra la muerte". ¿Cómo se relacionan todas estas líneas temáticas en su poesía?

-Todo m'hijita, todo se da mezclado y si yo le hiciera un dibujo le diría que de estas siete, son unas siete las vertientes, todas por debajo fluyen y hay una agüita que las comunica a todas. No te extrañe que un poema de aire tanático a la vez sea de amor. Tú me oíste ayer leer "Almohada de Quevedo" donde está ella, pero está el humor. A veces tú estás en una reflexión de apariencia muy severa, muy honda, muy numinosa y trascendente y de repente hay una cuerda de humor. Porque también eso es necesario. Ahora ¿de dónde me viene esto? Si yo no creo en la originalidad. Yo no soy un poeta que confíe demasiado en lo que se llama "lo original", muy por el contrario.

- Pero es original a pesar suyo.

-No sé, pero mira, frente a este arrebato, este impulso, a esta desmesura por ser original, por ejemplo, todos estos coloquialistas del día y estos señores que hablan de la antipoesía, que son cosas más bien para la risa. Creen saberlo todo y no han descubierto ni el agua caliente, no han descubierto nada. No han ido ni a la esquina. Ellos creen haber vuelto de todas partes. Olvidan, por ejemplo, que en el siglo IV a. de C. Calímaco ya escribía poesía coloquial. Poesía coloquial ha habido siempre y Jules Laforgue, un francés nacido en Uruguay, lo mismo que Lautréamont, lo mismo que Supervielle, ese hombre enseñó la coloquialidad y Pound y Eliot registraron y aprendieron lo coloquial en Laforgue, de manera que todo esto de las invenciones... por lo menos para mí, son sospechosas. En cambio yo creo en aquello que dijo Apollinaire, la lucha entre estas dos líneas que, como las vías de un tren, parecería que nunca se tocan: la tradición y la invención y, sin embargo, la una se alimenta de la otra. Por eso me viste defender ayer a Darío. Darío y más Darío.

-¿Querría decir algo acerca del ritmo de sus poemas?

-Mira, yo te voy a decir Luisa una cosa, ¿sabes en qué creo? Y tú me entiendes, porque es cierto que tú me entiendes: en el balbuceo. Lo que pasa es que yo no alcanzo a decir, soy balbuceante. Tal vez esto del balbuceo me queda de mi tartamudeo inicial. Cuando yo era un niño era un gran tartamudo. Hoy día parece una contradicción porque a veces hasta parezco, no sé, elocuente y eso me aburre mucho. Pero era un tartamudo infinito, mis compañeritos se reían de mí por supuesto, pero yo aprendí entonces que si era capaz de reemplazar, cuando los demás se divertían a costa de mi dificultad, una palabra por otra que me fuera más fácil de pronunciar, entonces creaba un espacio imaginativo ¿me entiendes? Para que veas cómo en mí las cosas se dan desde la partida y aquí te estoy dando una de las claves de mi pensamiento poético y de mi palabra.

-Y de su respiración.

-Y de mi respiración. Al fondo hay un proyecto de respiración. Hay por aquí, donde tú abras, en cualquiera de estos textos, sobre todo los más breves, mira "Ejercicio respiratorio": "Azar/ con balbuceo son las líneas de Ilión/ en las que está escrito el mundo con/ balbuceo y tartamudeo y/ asfixia, el oleaje/ de las barcas exige ritmo Homero/ vio a Dios".

-Es notable cómo al decirlo se le apura el ritmo en un momento dado.

-Se me apura, entonces tú dices bien, la asfixia... ¿te acuerdas que yo celebraba el asma de un pariente mío? Entiendo por qué los asmáticos crean un espacio de imaginación y un pensamiento muy singulares. Es que cuesta respirar... Cuesta respirar.

-Usted dijo ayer "a mí me gusta trabajar con todos los elementos"...

-Correcto, mira uno no tiene por qué limitarse. A propósito del sentido habría que responder esto, porque ya te acuerdas tú de esta frase, de este pensamiento de Valéry: "La poésie est une vacillation entre le sens et le son". Entonces si por un lado yo, o para mí, este sonido o esta dimensión fónica, con asfixia y todo, me es tan necesaria, por otra parte en cuanto al sentido o significado yo no lo voy a obtener de las ideas, de las nociones abstractas. Los poetas trabajamos, ya se sabe, con las imágenes, esto es con las cosas. Entonces el mundo nos llega desde un latido: de ese lago, que está allí nos llega una transparencia que es distinta. Y así no es raro que aquello que parece irrisorio: un zapato tirado en el suelo, encima de un pasto o no de un pasto, a lo mejor el pasto es imaginario, te haga pensar en tantas cosas: ¿de dónde habrá salido ese zapato de mujer enterrado vivo? Entre el cerezo y el espectáculo del cerezo. Y mira, una cosa es el cerezo y otra el espectáculo del cerezo. No tenemos aquí a los grandes filósofos del pasado moderno o del pasado antiguo. Entonces nosotros estamos en otro plazo, estamos como adivinando el mundo. Sí, ésa es la verdad, en esta franja de nuestra parca pero intensa tradición que no tiene más de ciento cincuenta años, estamos forjando un pensamiento y este pensamiento lo hacemos desde las cosas y no es raro que el poeta se adelante a ese pensamiento más totalizado, más cabal, más coherente o racional. Somos unos elementalistas sin remedio. La Mistral, que podrá ser muy discutida, descubrió algo importante: las cosas, las materias. El mejor sector de su libro "Tala", que es el mejor de sus libros, se llama justamente "Materias". Habla del pan, por ejemplo: "Dejaron un pan en la mesa, mitad quemado, mitad blanco" y empieza a hablar con el pan. Neruda para qué decir; los "Tres cantos materiales" que pueden ser tal vez lo mejor de su maravilloso libro "Residencia en la tierra" mira cómo se llaman: "Entrada a la madera", "Estatuto del vino", "Apogeo del apio". A mí me maravillan las cosas por igual y no es que esté imitando a nadie. Entonces por eso yo hablaba el otro día de las piedras. Las piedras son lo mío, mi alma. Yo soy pedregoso, será porque vengo de mineros, será porque hay una tradición en mi casa, en mi familia, mi progenie, de un trato con la piedra, con la dureza de la piedra. El hecho es que ella es, para mí, un elemento muy primordial.

 

(*) Luisa Peluffo nació en Buenos Aires y estudió en la Escuela Nacional de Bellas Artes. Se radicó en Bariloche, en 1977. En 1988 obtuvo la beca Creación en Narrativa otorgada por el Fondo Nacional de las Artes. Su primera novela, "Todo eso oyes", mereció en 1989 el Premio Emecé. Su segunda novela, "La doble vida", el 1º Premio de Narrativa, Región Patagónica, de la Secretaría de Cultura de la Nación y el Premio "Ricardo Rojas" de la Municipalidad de Buenos Aires. Ha editado los libros de poemas: "Materia viva, Materia de revelaciones" y "La otra orilla", que recibió el 1º Premio del Fondo Nacional de las Artes, y en España, "Un color inexistente" que obtuvo el XVIII Premio Carmen Conde de Poesía. En 2005, su obra teatral "Si canta un gallo", mereció el 3º Premio del Instituto Nacional del Teatro.

LUISA PELUFFO (*)




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