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Un país que no logra saldar el eterno y fiero desencuentro
La severa disputa política entre el gobierno de Evo Morales y las ricas zonas del oriente y sur del país refleja tendencias que provienen de lo más profundo de su historia: escasa presencia del Estado como
cohesionador, explotación indígena y prejuicios mutuos. ¿Hay salida?

ace 200 años era más importante ser intendente de Potosí que de Buenos Aires”, reflexionó tiempo atrás en “La Nación” uno de los más talentosos intelectuales argentinos, Enrique Larriqueta.
Precisa. Contundente. Sin que le sobren ni falten palabras para jugar su rol de ejemplo, la reflexión traduce la inmensa tragedia que carcome la vida de Bolivia a casi dos siglos de vida independiente: ser muy poco como Estado nación.
Bolivia no es sinónimo de Estado como vector de integración de conjunto. Es más, con la sola excepción de la revolución del ’52 liderada por Víctor Paz Estenssoro, el Estado ha sido muy desigual. Esa instancia que Ortega y Gasset definió como “ese punto en que la cohesión se genera a partir de asumir la diferencia”.
Aquel Ortega de “La España invertebrada”. Una España que así y todo era mucho más vertebrada que esta resquebrajada Bolivia.
Quien mira y planea la Bolivia de estos tiempos no puede sustraerse de una conclusión: no hay nada nuevo en relación con el pasado. El país, o lo que siempre amagó ser un país, simplemente está hoy ratificando una dialéctica cuya esencia siempre conspiró contra esa posibilidad.
Porque Bolivia es siempre el resultado de la eterna inercia del desencuentro, de los contrarios. La eterna inercia de hallar una síntesis que hamaque a los unos y los otros.
¿Determinismo? No, simplemente lectura descarnada de la realidad. ¿Culpas? Sólo desde el más obtuso dogmatismo podría asumirse la responsabilidad de marcar quién fue el infierno.
Las responsabilidades están tan repartidas que bien pueden alcanzar al matrimonio de Castilla y Aragón por financiar a Colón.
“La desdicha de Bolivia es muy larga”, señala Larriqueta.
Y no tiene que ver con lo que está en la superficie, acotamos.
Veamos.
–Los hoteles de La Paz, Sucre, Cochabamba y Santa Cruz de la Sierra siempre están llenos de gente que nos viene a estudiar –dice entre irónica y divertida una mesera del restaurante “La Herradura” de la capital santacruceña.
En el centro de esa seducción por reflexionar el país siempre está el poder. Lo más normativo de su aplicación fue la discrecionalidad con que siempre se ejerció. Aquí, sólo en contados lapsos, muy breves por otra parte, el poder político siempre se desplegó buscando la adhesión por la razón o por la fuerza.
–Bolivia nació bajo el signo compulsivo del liberalismo europeo, y fueron estériles los esfuerzos de algunos por establecer un sistema que significara una transición del antiguo régimen a la nueva fórmula republicana –sostiene el influyente historiador José Luis Roca en su sólido “Fisonomía del regionalismo boliviano”.
En todo caso, puede señalarse, ese “signo compulsivo” también se clavó en otras partes del continente no bien se sacudieron a España. Y no hay razones para creer que, más allá de resistencias largas y cruentas (Argentina por caso) ese signo haya entorpecido tanto la creación de un Estado nacional como lo ha hecho en Bolivia.
Pero claro, en Bolivia lo compulsivo siempre se aplica sobre placas sociales muy distintas. Se las quiere igualar en historia y cultura a la hora de bajarles la línea.
–Es el momento en que emergen las diferencias y lo que éstas suelen generar: la reproducción de éstas a partir de los imaginarios que unos y otros protagonistas sociales se van forjando entre sí –escribió hace más de 30 años el ya desaparecido antropólogo brasileño Darcy Ribeiro.
De ahí a la construcción de percepciones negativas y nada más que negativas del “otro” no media nada. Y por décadas, alentada por el prejuicio, la percepción negativa deviene en prejuicio.
Por estas horas, con el país al borde de la hoguera, el discurso de las dos Bolivias en que está partido el país se funda en la mutua estigmatización.
Y se miran con ánimo de soltarse y sacarse del medio. Los aymaras del Altiplano degüellan perros ante las cámaras. Y, cual predilectos de esa legendaria costumbre andina que tanto practicara Sendero Luminoso para amedrentar “enemigos”, advierten que eso les pasará a los oligarcas del oriente boliviano. Y desde aquí se responde por ahora sólo con palabras: son vagos, sucios, mantenidos por el Estado central.
Ambos planos encarnan visiones muy contrapuestas de la vida. En el centro de esa diferencia está desde siempre el concepto de propiedad.
Para aymaras y quechuas, mayoría del país, prima lo comunitario. Una cultura que viene desde el principio de sus existencias. Un colectivismo que condiciona el desarrollo de la iniciativa individual.
Para los bolivianos del oriente (blancos, criollos y resabios de un indigenismo forjado en la cultura del esfuerzo inculcada desde lejos por los jesuitas) cuenta el espíritu de aventura que reclama la acción individual.
–Son dos percepciones del ideal de progreso. Una es neutra, otra activa –sentencia la socióloga Ana Carola Traversa.
Pero todo siempre tiene su historia, más explicación que justificación.
–A lo largo de 400 años, la economía boliviana se ha nutrido con la fuerza de trabajo indígena. Durante el siglo XIX esta situación fue particularmente acentuada. De un lado, el poblador indio producía bienes agrícolas y alimenticios y, de otro, una rama de servicios gratuitos en el ramo de transportes, comunicaciones y comercio. Además de ese aporte al producto nacional –y a la vida parasitaria de los grupos dominantes–, el campesino pagaba la contribución indígena, los diezmos y primicias y otras exacciones recaudadas por el clero y el ejército –dice el historiador Roca.
“Sólo ha cambiado el que no se pagan ya esos diezmos, pero la explotación del indígena sigue sucediendo en los mismos términos que hace un siglo. Eso se está terminando con nuestro gobierno, el primer gobierno definidamente autóctono que tiene el país”, grita Evo Morales, presidente de esta desmembrada Bolivia.
Y en la Bolivia oriental, la rica, Evo despierta odios.
–La oligarquía es el poder central, siempre lo fue... siempre se aprovechó del indígena, siempre lo puso en contra nuestro culpándolos de sus males... aymara o quechua que viene aquí y quiere trabajar, tiene trabajo... ¡acá trabajamos! –es, en síntesis, el discurso dominante en esta Bolivia cada vez que se escucha a Evo.
Un oriente boliviano en que el reclamo de mayor autonomía del poder central comienza a ser historia.
Y lentamente es reemplazado, cada vez en voz menos baja, por asumirse como Nación independiente.
–La desdicha de Bolivia es una desdicha política, antigua, inclemente. Pero no es una desdicha irremediable –sostiene Daniel Larriqueta.
Pero quizá ya sea tarde para encuadrarla como irremediable.

Identidad colectiva

“Muchos estudiosos coinciden en que la identidad surge con el mundo contemporáneo. Lo que sí ha variado son las interpretaciones sobre dicho concepto. En la actualidad, una de las posturas más aceptadas propone que la identidad es múltiple y construida por una estructura social. Según Castells, en los últimos años ha surgido un importante número de identidades colectivas como un desafío a la globalización, para preservar las identidades culturales.
”La identidad es una construcción social, como también es social su preservación. La identidad no es cualidad inherente a las personas, nadie nace con una identidad. Éstas se van construyendo a través de un doble proceso: de identificación y de diferenciación. Este doble proceso es interno y externo y se desarrolla de manera paralela. La identificación es un proceso interno de construcción de identidad, es decir que se construye con factores de la misma sociedad que llevan a una autoidentificación, como la memoria colectiva, las tradiciones y los símbolos que permiten la creación de un ‘nosotros’. Mientras que la diferenciación es un proceso externo de construcción de identidad, ya que ese ‘nosotros’ se construye en relación con un ‘otro’. Se define el ‘otro’ en oposición al ‘nosotros’. Tanto la identificación como la diferenciación son procesos que se van construyendo y modificando en cada momento histórico. Por tanto, el análisis de una identidad debe localizarse en un tiempo y en un espacio claramente delimitado. Así hay que estudiar a Santa Cruz de la Sierra en la actualidad”.


Paula Peña, Rodrigo Barahona, Luis Enrique Rivero y Daniela Gaya en “La permanente construcción de lo cruceño”, un estudio sobre la identidad en Santa Cruz de la Sierra editado por la Fundación PIEB, La Paz, Bolivia, mayo del 2003 (cap. 1)



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