Para hablar por teléfono, a fin de pedir instrucciones, con el supremo hacedor del suplemento que este diario dedica a sus 97 años de salir a la calle sin permiso de los poderes de turno, tuve que digitar 17 veces, a saber: un asterisco, mi clave de cuatro dígitos, luego un dígito, después la clave de Roca que son cinco dígitos y finalmente el número, seis dígitos. Afortunadamente, él carece de celular (o lo tiene pero lo oculta para disfrutar de la escasa libertad que los avances tecnológicos le han dejado). De tenerlo habría más dígitos...

En mi remotísima infancia roquense recuerdo que para una comunicación telefónica bastaba con tres números. No había que digitarlos sobre una tecla cuadrada, ni siquiera marcarlos haciendo girar un disco redondo. Había que darlos a una "operadora" luego de que, levantado el tubo, ella aparecía en la línea y preguntaba por el número. Uno contestaba y entonces ella decía "comunicooo". Y comunicaba.

Ella era una comunicadora. "individual" porque su función era la de establecer un contacto oral entre dos personas. El periodista, en cambio, es designado oficialmente como un "comunicador social". Las carreras universitarias que otorgan la licenciatura para ejercer este apostolado son de "comunicación social". Menos mal que popularmente somos todavía reconocidos como periodistas, porque de no ser así Rodolfo Walsh también habría sido un comunicador, y su carta a la Junta Militar de marzo de 1977 un "comunicado".

Las palabras resisten a quienes quieren subvertir su significado. Es por eso que -y comienzo ahora a entrar en la materia de la que debo ocuparme- el "periodismo de investigación" se llama así. Designarlo como "comunicación social de investigación" es, dicho en latín como para espolvorear con algún lujo el lenguaje, una "contradictio in adjectio", porque el que se limita a comunicar no investiga.

Estamos, entonces, en que seguimos siendo periodistas, por más que la "licenciatura" para ejercer la profesión -inútil, porque cualquiera puede- nos tenga por comunicadores. En la práctica -de un diario como éste, por ejemplo- los periodistas se especializan: las áreas que cubren son política, gobierno, policiales, judiciales, deportes, cultura. Toda noticia que queda fuera de esas áreas es destinada a lo que suele llamarse información general o redacción general, que es como esas mesas de "saldos y retazos" de las tiendas de ropa.

Pero ha cobrado importancia también otra área, que es la del periodismo de investigación. Con lo cual así como quienes hacen policiales no se ocupan de deportes, todos los que no pertenecen al equipo de investigación no tienen por qué investigar. Es así como un periodista que cubre el área de gobierno puede terminar siendo un "comunicador" de la propaganda oficial.

A mi modesto modo de ver, periodismo e investigación son lo mismo. Tengo un ejemplo: si el parte meteorológico cotidiano dice que ese día lloverá, lo menos que puede hacer el periodista que lo propala es mirar por la ventana para verificar si llueve, ha llovido o está por llover. No incurriré en la exageración de sostener que toda noticia debe ser investigada, pero no creo exagerar si digo que el periodista que cubre un acto oficial de entrega de cien casas debe contarlas, y si le queda tiempo revisar algunas para ver si están terminadas.

La duda

Un creyente puede leer en el Génesis que "en el principio creó Dios los cielos y la Tierra" y creérselo a pie juntillas. Se cree por la fe o, dicho de otra manera, hay que creer o reventar. Cualquier duda al respecto revelaría que el Maligno está haciendo su trabajo.

Entre los periodistas no abundan los creyentes, pero que los hay, los hay. En este país la mayoría de los periodistas somos, por lo menos, bautizados con las aguas benditas que surten el mágico efecto de incorporarnos a la feligresía católica. Pero creyentes de los que van a misa convencidos de que la palabra de Benedicto XVI es palabra santa quedamos pocos.

Viene bien que así sea, porque en el periodista la duda, como en cualquiera que aspira a la verdad pero más, es una virtud. La duda, la desconfianza, la sospecha, o siquiera sea la curiosidad.

De acuerdo, entonces, en que todo periodista es un investigador, así sea de una palabra. Como la palabra "testimonial", que llevará inscripta en la frente el gobernador de la provincia de Buenos Aires, Daniel Scioli, si se presenta como candidato a diputado en las elecciones del 28 de junio. Esa palabra lo distingue de los demás candidatos a ocupar bancas en que él, en realidad, no ocupará ninguna banca. Cuando resulte electo renunciará mediante una nota elevada a quien corresponda en la que dirá que su candidatura fue testimonial, lo que quiere decir que solo la aceptó para juntar más votos. Como muchos políticos Scioli confunde lo bueno con lo útil, y como él siempre sirvió tanto para un barrido como para un fregado, y le fue bien, por qué no seguir en esa línea ahora.

Un diccionario del discurso público de hoy sería de mucha ayuda para que las palabras dejen de servir al encubrimiento. Que un gobernante no diga desprolijo para ocultar una irregularidad, que la policía no diga demorado para decir que alguien está detenido. Y así.