Iván Villalobos maneja su Rastrojero 71 con motor Borgward de 52 caballos por la Ruta Nacional 237. Es el viaje más largo y riesgoso de su vida, pero aún no lo sabe. Salió de Roca a la una de la madrugada, su destino es Bariloche y su misión llevar los diarios. Nieva en el invierno de 1979. A las cuatro llega a Piedra del Águila y la policía le impide continuar. Nadie puede seguir: hay demasiada nieve acumulada y un camión que transporta gas volcó kilómetros más adelante.

En un descuido del retén, Villalobos encuentra un atajo y pasa. Antes le da un ejemplar a un camionero que le pide un diario mientras trata de calentarse al lado de una fogata. Después tarda nueve horas en hacer 30 kilómetros hasta la bajada de Collón Cura. Puso las cadenas en las ruedas y saca el brazo izquierdo para tantear el camino con la pala. Cuando no puede avanzar, palea para abrirse paso. Se acuerda de su colega Boscaglia, que en una nevada anterior se quedó y tuvo que ser rescatado por la Gendarmería con principio de congelamiento; trata de no pensar en eso. A las tres de la tarde ve que se acerca una nube de nieve y luces. Es Kurt Horta, un campeón chileno de motocross, que maneja una Toyota 4x4 que puede con el temporal. Horta detiene la marcha y le ofrece ayuda a Villalobos, que le comenta que está cansado pero quiere seguir.

-Entonces aprovechá la huella que dejé. Cuando llegues al final de la bajada ya no hay más nieve, sólo hielo. Suerte -dice el motociclista.

El fletero comprueba que es verdad. Avanza con cautela sobre la superficie resbaladiza y al llegar a Traful sintoniza la radio. Escucha que el párroco de Bariloche, Pascual Vernik, habla de él. En la ciudad ya se sabe que conduce el único vehículo que se atrevió a desafiar la tormenta blanca.

-Villalobos, rezamos por vos. Fuerza, el diario tiene que llegar -dice el sacerdote.

Y Villalobos llega a las seis de la tarde, 17 horas después de partir. Lo esperan el distribuidor Adelci Arbuez, el párroco y un periodista de una radio, que transmite en vivo y grita que ese chofer es un ejemplo.

-Es como dijo el cura, es nuestro lema: el diario tiene que llegar... o llegar -dice ahora, mientras apura un cortado en la confitería del "Río Negro" y recuerda otras anécdotas vividas al volante en 32 años de trabajo. Durante todo este tiempo entregó su carga en destinos tan disímiles como Jacobacci, Esquel, Picún Leufú, Confluencia Traful, El Chocón, Cipolletti o Neuquén, transitó caminos de piedra, de ripio, vadeó ríos y vivió de noche y durmió de día.

La historia de Villalobos sintetiza el espíritu de los fleteros que cada día dejan el diario en 85 localidades, más Mar del Plata, Necochea y Monte Hermoso en el verano.

Para distribuir 12.500.000 de ejemplares al año, los choferes recorren cada día 10.000 kilómetros en 25 rutas de transporte. Trasladan 600.000 paquetes cada 12 meses, que insumen 3.800 toneladas de papel.

-Ahora hay muchas menos nevadas y vehículos mucho más confortables. Pero si me dejan elegir me quedo con el Rastrojero. Entre el ´82 y el ´94 tuve uno al que le hice 1.100.000 kilómetros. Nunca me dejó tirado: vehículo más noble que ese no se inventó. Habría que hacerle un monumento.

-¿Cuál es el día de trabajo que más recuerda?

-Cuando Alfonsín ganó las elecciones, en 1983. El diario vendió como 90.000 ejemplares y tuve que hacer cinco viajes a Neuquén para entregar mi carga.

En aquella edición histórica con la cobertura del triunfo radical, Florencio "Chirola" Painemil trabajó hasta las 9 de la mañana, 12 horas después de entrar.

-Qué manera de empaquetar diarios -recuerda ahora, con una sonrisa. Había entrado al "Río Negro" ocho meses antes, en enero de 1983.

Hoy, con más de 25 años en la empresa, junto a sus compañeros del área cada madrugada deja listos los paquetes de 100 ejemplares cada uno, envueltos en papel, protegidos con cartón y atados con cintas. La tarea implica contarlos de diez en diez, y hay que ser tan rápido como un cajero de banco con los billetes.

Chirola conoce los dos lados del mostrador porque fue canillita. Empezó a los 11 años, poco después de llegar a Roca con sus padres y sus cinco hermanos desde Jacobacci. Y fue testigo de los avances tecnológicos.

-Hoy todo es más rápido -dice.

Distribuidores

Una vez que empaquetadores y fleteros hicieron su trabajo, entran en escena los distribuidores, la escala en la que los diarios llegan a los canillitas. Esta es la historia de una familia neuquina con cuatro generaciones ligadas al "Río Negro".

En 1955, luego del golpe de Estado, Eduardo Garrido es despedido de su trabajo en el Correo en Neuquén. La razón: es peronista. Busca empleo y consigue una entrevista en Roca.

-No me importa si es peronista o radical. Me importa si trabaja bien o no. Vamos a hacer una prueba -le dice uno de los jefes del diario y lo conduce al área de radioperadores, donde se tipean los cables de las agencias de noticias. Garrido escribe a toda velocidad y a la noche se va contento: tiene nuevo empleo. Dos semanas después, como todos los días, vuelve a su casa en Neuquén en moto. Pero esta vez lleva 18 ejemplares del diario. Se le ocurrió que sus padres, Eduardo y Savina pueden distribuirlo.

Los ejemplares se agotan y los quiosqueros y canillitas piden más. Pronto los diarios son 200 y son trasladados en colectivos de línea, los inconfundibles rojos de Alto Valle. Tiran los paquetes en la plaza Roca, donde los levantan Eduardo, Savina y Nélida, la mujer de Eduardo, que los cargan dos cuadras hasta la casa donde los reparten. En el ´58 los ejemplares son 400, con tendencia en aumento: 3.000 en el ´59 y 5.000 en el ´62. Don Velo los lleva a la distribuidora en un Rastrojero. En 1972 fallece Eduardo y Nélida se hace cargo de entregarlos al volante de una reliquia: una camioneta Chevrolet 33, en largas recorridas que comienzan a las 3 de la madrugada.

Un año después se mudan a una casa propia en Carlos H. Rodríguez y Stefenelli, hoy parte del centro de la ciudad, pero en aquel entonces su límite oeste, con un canal de riego a pocos metros y sin gas ni agua corriente: deben caminar dos cuadras para llenar los baldes en la canilla pública de la calle San Martín.

Se trata de la misma casa donde trabajan hoy, con Hugo Garrido, hijo de Eduardo y Nélida, a cargo. Los domingos reciben nada menos que 6.800 diarios que traen las camionetas que manejan Iván Villalobos y su hijo Patricio.

Y ya se integró la cuarta generación con la presencia de Eduardo, hijo de Hugo. Abastecen a 60 kioscos y 100 canillitas y abrieron otro local en la zona oeste. Si se suman los que entregan las otras dos distribuidoras, los domingos llegan 18.000 ejemplares, exactamente mil veces más que en 1955, cuando Eduardo trajo 18 por primera vez.

Como todos, Hugo aprendió a ignorar la lluvia, el frío, las inundaciones, el calor, el cansancio, los horarios a contramano del resto del mundo. Esta industria nunca se detiene. Y cuando lo hace, desconcierta.

-Estoy tan acostumbrado a trabajar de noche que en los feriados no se qué hacer, me quedo mirando el techo hasta las seis de la mañana. En un día normal recibo la primera tanda de diarios a eso de la una y media de la madrugada y la segunda entre las dos y media y las tres. Entrego diarios hasta las ocho. Después salgo con la camioneta para la reposición. Almuerzo y me voy a dormir. Eso sí, después no existo. Menos los sábados: a las cinco de la tarde ya estoy listo porque son muchos ejemplares y muchos suplementos para intercalar.

Como un jefe de redacción, Garrido desarrolló el olfato para detectar los sucesos que suben las ventas, para que no lo agarren mal parado. Y sabe que los hechos que entran en la historia generan una demanda inusitada.

-En el 2001, cuando fue el atentado contras las Torres Gemelas en Nueva York, miraba la tele y enseguida me imaginé que esa tarde no iba a poder dormir. Y así fue: el diario largó una edición especial. Me los sacaban de las manos. En ese tiempo teníamos equipos de radio en las dos camionetas. Así que mi hermano me avisaba que en tal esquina un canillita se había quedado sin ejemplares iba y le reponía. Y así hasta la noche...

Camionetas famosas

En las rutas de la Línea Sur, las camionetas del "Río Negro" se convirtieron en una leyenda a fuerza de devorar kilómetros y kilómetros para llevar el diario hasta los parajes más olvidados.

Omar Cáceres lo sabe bien. En 1983, en medio de la nevada, su Rastrojero volcó. Hacía la ruta Roca Jabocacci y el accidente ocurrió a 20 km de la Esperanza y a 50 de Los Menucos.

Enseguida se detuvo un paisano para socorrerlo.

-No te hagas problemas que debe estar por pasar la camioneta del diario. Si le pedís seguro que te llevan todo...

-No, maestro, la camioneta del diario es ésta, la que volcó...

Por entonces, un patrullero esperaba a Cáceres en la entrada de Jacobacci, con el tránsito detenido por el temporal. Sólo después de que el fletero describiera con lujo de detalles el estado de la ruta, la policía autorizaba la circulación. O no.

Viviana Antonelli conoce a fondo esas rutas de ripio, de tierra y de asfalto y también la importancia social de esos vehículos que todos los días van donde muy pocos van. Durante muchos años acompañó a su marido Pedro Antonio "Tono" Brizuela. Juntos salieron a las 4 de la madrugada para ir a buscar los diarios a Bariloche. Juntos salieron a medianoche para traerlos de Jacobacci. Se dividieron cuando la ruta estaba cortada en Piedra del Águila por el temporal y su marido le pasaba los paquetes.

Pero una maldita enfermedad se llevó al "Tono" de este mundo un año atrás y ella se quedó a cargo de la distribución en El Bolsón junto a su hijo Franco. Hoy abastecen a 18 puntos de venta, más los canillitas. Cuentan con el aporte del chofer Javier Mella, que se turna con Franco para ir y volver a Bariloche y del otro chofer, Carlos Quesada, en el reparto en El Bolsón, El Hoyo, El Maitén y Ñorquinco, entre otras localidades. También Viviana se sube a la camioneta para entregar los diarios. "Con las heladas y las nevadas a veces tengo que volver a casa a cambiarme la ropa mojada. Me gusta lo que hago. No veo la hora de salir a cumplir con mi tarea.

"El ´Tono´ vivía para el trabajo y por eso nosotros lo hacemos como él nos enseñó: con amor".

¡Diaaariooo!

El eslabón que sigue es el de canillita, un oficio que Felipe González conoce como pocos. Lo aprendió a partir de los 12 años, cuando fue uno de los primeros en ir a buscar el diario a la madrugada a la distribuidora de Roca, en Belgrano entre Tucumán y Mitre, para aprovechar la primera venta. En 1972 la edición estaba lista alrededor de las cinco y Doña Ida le entregaba 15 ejemplares.

-Fui sumando: 20, 40, 60... hasta que llegué a 100. Me paraba en la esquina del viejo Correo y lo voceaba. Después me metía en los bares. Muchos ya cerraron, como "El boliche", "Bowling" o "Che café". La Tucumán era un gentío. Después me iba a la terminal -cuenta. En el invierno, para hacer tiempo entre colectivo y colectivo, se juntaba cerca de las vías del ferrocarril con otros canillitas y para combatir el frío encendían una fogata con los cajones cosecheros utilizados por los vecinos para dejar la basura. Cuando divisaban que se acercaba un ómnibus salían eyectados.

-Una vez el "Chichín" Giles estaba tan cansando que se quedó dormido al lado de la fogata. Llegó el bondi y lo sacudí para despertarlo, pero no había manera. Así que me fui a vender yo. Cuando volví se le estaba quemando una bota y todavía no se había dado cuenta. Ahí sí lo despertamos a la fuerza y apagamos el fuego con tierra -recuerda con una sonrisa.

En otras ocasiones, taxistas solidarios los dejaban esperar adentro de los vehículos para evitar esas gélidas mañanas.

-Buena onda esos tacheros. La "Chancha" Arias, Gino Nuvolara, el "Pavo" Yáñez... no sabés el frío que hacía. A eso de las 7 llegaba el Zapalero, el tren que salía de Constitución. Para ganar tiempo me subía cuando empezaba a frenar para parar en la estación, les daba el diario a los pasajeros y cuando llegaba a la otra punta volvía y cobraba.

El tiempo me daba justito para tirarme cuando arrancaba y ya había hecho unos cien metros. Nunca vendía menos de 20 diarios. Qué tristeza el último día que pasó. Me acuerdo cómo sonaba la bocina. Era como una despedida...

Hoy González tiene 180 clientes a los que reparte el diario junto a su hijo Daniel. Probó suerte con un par de comercios, pero no anduvo: "El encierro no me va".

-A mí la calle me enseñó todo. Yo era un pibe de Trapalcó, en la Línea Sur. Fijate que apenas empecé se cayó el avión de los uruguayos en la cordillera de los Andes y de título le habían puesto "Catástrofe". Se vendía un montón de diarios, pero a mí esa palabra me daba curiosidad porque yo no sabía lo que quería decir. Pregunté y me explicaron. Y así aprendí muchas otras cosas...