Este periodista ha dudado antes de escribir estas líneas. No ha querido caer en el elogio fácil ni en la mezquindad de omitir alguno de sus méritos. Le ha costado, además, porque no ha querido parecer hipócrita y tampoco le ha resultado fácil imaginar que usted esté muerto. Sabe que algunos de los que lo han criticado lo hicieron por lo que usted tuvo de bueno, porque eso perjudicaba algún mezquino interés personal o de grupo o, peor, sencillamente porque esos algunos no podían soportar que usted -y no ellos- fuera quien lo hiciera. La Argentina, que duda cabe, está llena de Gatas Floras que después terminan llorando.
El periodista sabe también que usted se habrá arrepentido de aceptar que Onganía "le devolviera" la provincia, como celebró alguna vez en forma transparente su padre, Canaán. La Libertadora y aquella arrogancia estúpida pero criminal de la Revolución Argentina fueron el huevo de la serpiente del baño de sangre que vino después. Luego lo habrá visto, no podía haber nada peor que aquellos socios.
Sus hijos, como los hijos de muchos -una generación- fueron el precio de tolerar tanta ignominia. Tampoco hay duda de que usted tuvo razón cuando le atribuyó a Perón una cuota de responsabilidad criminal "por haber sido tan duro con la juventud". Aquella, "maravillosa", que cuando fue preciso se libró a la Triple A.
El periodista sabe también que Neuquén es impensable sin usted. Que este arenal olvidado de la mano de Dios, con sus paisanos pobres y enfermos, y sus ranchos de adobe, le debe su presente y en buena medida su futuro.
Fue de su mano -enorme, por cierto- que se construyó esta sociedad, imperfecta pero igualitariamente plebeya y democrática. El sistema de salud, las escuelas, la infraestructura.
No por nada usted, con sus ojos de perro bueno y su vocecita de apariencia inofensiva ha podido, al fin y al cabo, caminar tranquilamente por la calle hasta el final.
El periodista sabe que, más allá de cualquier posible desliz, fue cierto su amor por esta tierra y esta gente. A diferencia de otros que sólo se quieren a sí mismos y no ha dudado en prender fuego a la provincia en el altar de su fatuidad.
Con todo, el "accidente" fueron los miles de cadáveres insepultos y la rifa del patrimonio nacional mientras se fabricaba un ejército de pobres. Aquellos fueron sus padres y el individualismo ciego, el culto del éxito fácil y hueco y la inescrupulosidad sin fronteras, sus cachorros. No podían gobernar de otro modo.
El periodista sabe también que usted volvió por Ricardo y por Enrique, qué ironía del destino, fue para hacerle un homenaje a ellos el último, el menor, de sus gobiernos.
El país era otro don Felipe, y acaso usted no se había dado cuenta hasta dónde las cosas habían cambiado. Pero valió la intención, y también, sobre todo, lo mucho bueno que hizo antes.
Tal vez su mayor virtud haya sido su más grande limitación. Tal vez amó y entendió a esta provincia más que al propio país. Pero lo hizo con un fuego y una entrega que la historia le va a recompensar. Porque usted ya está en la historia.